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Capítulo
Punto 291
Vida sobrenatural · Punto 291

Tienes obligación de santificarte.
—Tú también. —¿Quién piensa que ésta es labor exclusiva de sacerdotes
y religiosos?
A todos, sin excepción, dijo el Señor:
«Sed perfectos, como mi Padre Celestial
es perfecto».

Comentario

Con este punto comienza la parte de este capítulo que San Josemaría incorporó durante su estancia en Burgos.

Escribió esta «gaitica», como tantas otras, a finales de 1938. La doctrina que aquí se expresa fue algo central en su espíritu, como el humus de su predicación desde el 2 de octubre de 1928, cuando el Señor –según el propio San Josemaría explicaba– le hizo «ver» el Opus Dei.

Expresó esta misma idea de manera lacónica en este brevísimo guión de un círculo para universitarios en 1934:

«Obligación personal de santificarnos: obstáculos. ¡Adelante! DYA [Dios y Audacia]

Porque fidelis est... [qui vocavit vos qui etiam faciet, 1 Ts 5, 24] No estamos solos. Él obrará» [1].

Sirvan de muestra estos párrafos de una meditación que dio San Josemaría en la Legación de Honduras en Madrid,en 1937:

«¿No señalaste Tú a todos: estote perfecti (Mt 5, 48), sed perfectos, y con perfección semejante a la del Padre celestial? Este precepto de santidad, que obliga a todos, a todos, no sólo a los Doce primeros, ni a los frailes, curas y monjas, sino a todos, hombres y mujeres del mundo, padres de familia –¡padres de familia, conscientes de que traen al mundo, no simples pedazos de carne, sino también almas para Jesucristo!–, este precepto ¿no significa que Dios hará de su parte todo lo que no sea capaz de realizar el hombre?» [2].

Para la redacción material del texto pudieron servirle de punto de partida a San Josemaría algunos guiones de predicación que había escrito, como éstos que preparó para los Ejercicios Espirituales que dio en agosto y en septiembre de 1938:

«Alter Christus. –¿Sólo para algunos, la perfección?... –Estote perfecti, sicut Pater vester coelestis perfectus est. Necesidad de la perfección. Los primeros cristianos se llamaban santos» [3].

«Necesidad de la perfección en el sacerdote. La perfección 'en el siglo': salutant vos omnes sancti (¡los fieles!)» [4].

Es interesante notar que la vocación a la santidad de los fieles corrientes aparece, en los dos últimos esquemas, concentrada en el modo paulino de decir: los «santos», sinónimo de los «fieles».

Pero, sobre todo, es patente –caso de que, en efecto., San Josemaría parta, al escribir la «gaitica», de sus guiones de predicación– el cambio que introduce en aquellos modelos redaccionales, usuales en la literatura dirigida a religiosos y también a sacerdotes.

Al hablar a los seglares, San Josemaría prefiere no hablar de «tender a la perfección», sino de «santificarse» [5]. Va directamente al tema de la «santidad/santificación» (vid lo anotado en el comentario al punto 285) que pone al lector en inmediata y sencilla relación con la exigencia de totalidad que vivieron los santos; una totalidad que todos saben que se exige a sacerdotes y religiosos.

Ahora Josemaría Escrivá se vuelve a los cristianos corrientes y les dice que también ellos tienen que aspirar a eso. Cómo llevarlo a cabo «tú también», es precisamente el objeto de Camino.

De la afirmación de la tesis pasa San Josemaría –sin rodeos, a su estilo– al célebre texto de San Mateo [6], que explota con plena radicalidad: todos, están llamados a la santidad; todos sin excepción.

Es la afirmación de la llamada universal a la santidad, que ya se encuentra en San Francisco de Sales [7], que había tenido cabida en documentos del Magisterio de la Iglesia [8], pero que todavía apenas había entrado en la conciencia refleja de los cristianos.

En el Decreto de la Santa Sede que declara las virtudes heroicas de Josemaría Escrivá se dice, citando este punto de Camino, que el Fundador del Opus Dei, «desde el inicio de su ministerio sacerdotal, se esforzó por recordar a todos, in prophetica concordia cum Concilio Vaticano II, la llamada evangélica de todos los cristianos a la santidad» [9].

Fue, en efecto, el Concilio Vaticano II el que hizo de esta doctrina una de las tesis centrales de su Constitución sobre la Iglesia y de todo su Magisterio. He aquí el texto normativo:

«Nuestro Señor Jesucristo predicó la santidad de vida, de la que Él es Maestro y Modelo, a todos y cada uno de sus discípulos, de cualquier condición que fuesen. «Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto» (Mt 5, 48)» [10].

San Josemaría propone en este punto la doctrina de la llamada universal a la santidad –en este punto punto y por todo el libro– dentro del horizonte espiritual y teológico que se plasma, como vemos, en el Concilio Vaticano II [11].



[1] AGP, sec A, leg 50-13, carp 4, exp 2.

[2] Predicación de San Josemaría en la Legación de Honduras, «Zaqueo», 12-IV-1937, pg 49; VI.

[3] Ejercicios Espirituales, Plática «Vida sobrenatural», Vitoria 21-VIII-1938; guión nº 121.

[4] Ejercicios Espirituales , Plática «Espíritu sacerdotal», Vergara 6-IX-1938; guión nº 82. La predicación se dirigía a sacerdotes. Nótese que San Josemaría se sirve de la terminología entonces usual en los ambientes eclesiásticos, que no usa en otras partes: 'el siglo'.

En Vitoria predicaba a las teresianas: «Lo de siempre: perfección en las cosas pequeñas. Comunión de los santos. ¡Santos! Primeros cristianos» (Vitoria, Meditación titulada «Stabant iuxta Crucem (Joann. XIX, 25)», 19-IX-1938; guión nº 114).

[5] Vid A. Tanquerey, Compendio de Teología ascética y mística, 1930, § 335. San Josemaría no desconoce la terminología «perfección» en el sentido de santidad. Vid los puntos 20, 305, 326 y 926; pero en Camino esa terminología tiene un uso no significativo.

[6] Al escribir el texto bíblico, San Josemaría, ya en el borrador (la «gaitica»), hizo una peculiar lectura, que encontramos en todas las fases de la redacción: puso «mi Padre Celestial» en vez de «vuestro Padre Celestial», como dice el pasaje que está citando.

Hizo sin duda una refundición de Mt 5, 48 («vuestro Padre») con los otros textos de san Mateo que hablan de «mi Padre» (Mt 15, 13; 18, 35); refundición que ha pasado a la tradición textual de Camino y forma parte, por tanto, del texto. Con todo, es interesante notar que tanto en el «borrador» como en el «original» no entrecomilló la frase y que, si tenía delante el guión citado supra, en nt 31, allí tenía, en su tenor exacto, el texto de Mt.

[7] Éste es el fondo de su Introducción a la vida devota, como subraya Pío XI en la encíclica citada en la nota siguiente. Vid especialmente I, 3: «Que la devoción conviene a toda suerte de estados y profesiones» (BAC 109, 1953, pgs 51-53).

[8] Pío XI, en la Encíclica «Rerum Omnium» con ocasión del tercer centenario de san Francisco de Sales (26-I-1923), 2-3, escribe:

Pío XI

«La tarea de la santificación es la verdadera tarea de la Iglesia, desde que ella fue hecha santa por su Fundador no sólo en sí misma, sino fuente de la santidad para los demás. Todos los que aceptan la guía de su ministerio deben, por mandamiento divino, hacer cuanto esté en sus manos para santificar sus propias vidas. Como dice San Pablo: 'Ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación' (1 Ts 4, 3).

Cristo mismo ha enseñado en qué consiste esta santificación: 'Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto' (Math. 5, 48). Nos no podemos aceptar la opinión de que este mandamiento de Cristo se dirija sólo a un grupo selecto y privilegiado de almas, y que todos los demás pueden pensar que agradan a Dios si han alcanzado un nivel más bajo de santidad. Exactamente lo contrario es lo verdadero, como se deduce de la patente universalidad de Sus palabras. La ley de la santidad abraza, pues, a todos los hombres y no admite excepción».

Vid José Escudero, «El difícil Pontificado de Pío XI», en Josep Ignasi Saranyana, Cien años de Pontificado Romano, Eunsa, Pamplona 1997, pgs 91-92, que remite a Amato Pietro Frutaz, «Inviti di Pio XI alla santità», en Pio XI nel trentesimo della morte (1939-1969) (Milano 1969), 414-415.

[9] Texto del Decreto en AAS 82 [1990] 1450-55; cita en 1450-51.

[10] Concilio Vaticano II, Const Lumen Gentium, nº 40. Vid Álvaro del Portillo, «Significado teológico-espiritual de ‘Camino’», en Estudios sobre ‘Camino’, 1988, pg 53.

[11] Sobre el tema, vid William G. May, «Santidad y vida ordinaria», en Santidad y mundo, 1996, pgs 55-90.