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Capítulo
Punto 294
Vida sobrenatural · Punto 294

No se veían las plantas cubiertas por la nieve.

—Y comentó, gozoso, el labriego
dueño del campo: «ahora crecen
para adentro».

—Pensé en ti: en tu forzosa inactividad...
—Dime: ¿creces también para adentro?
 

Comentario

Isabel Guerra, Alégrate, Él está conmigo. Detalle

La temática «crecer para adentro» y «forzosa inactividad» aparece, bajo distintas perspectivas, en los escritos de San Josemaría durante su estancia en la Legación de Honduras en Madrid . He aquí una carta de abril del 37:

«¡Cómo añoro nuestra casita! Y no por la comodidad, ni por la rutina, sino porque, tal y como estamos, hay poquísimas probabilidades de continuar mis trabajos: y porque, en nuestra casa, puede Josemaría vivir su locura sin estar en el manicomio.

Sin embargo, cuando pienso en esto, pienso también que los niños y los viejos podemos tener una vida fecunda sin actividades exteriores. Y a esta vida me dedico. Haceos niños, ya que no tenéis mis ochenta años (ni falta que os hacen), y así, al no poder echar hojas ni flores, emplead vuestra savia en las raíces –¡aplicaos!–, para que, llegado el momento, florezcáis y fructifiquéis, con frutos plenos de sazón» [1].

De una meditación de julio:

«Quizá asalte nuestra mente la idea de que negociar con los talentos que hemos recibido de Dios supone actividad, movimiento. ¡Y mi vida es ahora tan monótona! ¿Cómo conseguiré que fructifiquen los dones de Dios en este forzoso descanso, en esta oscuridad en la que me encuentro?

No olvides que puedes ser como los volcanes cubiertos de nieve, que hacen contrastar con el hielo de fuera el fuego que devora sus entrañas. Por fuera, sí, te podrá cubrir el hielo de la monotonía, de la obscuridad; parecerás exteriormente como atado. Pero, por dentro, no cesará de abrasarte el fuego, ni te cansarás de compensar la carencia de acción externa, con una actividad interior muy intensa.

Pensando en mí y en todos nuestros hermanos, ¡qué fecunda se tornará la inactividad nuestra! De nuestra labor en apariencia tan pobre surgirá, a través de los siglos, un edificio maravilloso» [2].

Escribió este otro texto de temática próxima en agosto de 1937:

«La revolución nos sorprendió absortos en nuestro trabajo, preocupados únicamente por el anhelo de servirle; después, quizá ha habido desorientaciones; pero falta de rectitud, no: de esto estoy seguro. Si permanecemos fieles, ¿no nos preparará el Señor un porvenir fecundo, y más si hemos cubierto el terreno, donde ha de nacer la cosecha, con el abono de nuestros sufrimientos?

Ya sabemos que ése es nuestro papel: nosotros, que somos estiércol miserable, tierra vil y sucia, hemos de agruparnos en torno a las plantas que el Señor ha plantado para llenarlas de savia nueva, de lozanía, de vigor. Que el Señor nos lleve adonde quiera y como quiera» [3].

La expresión «crecer para adentro» y las enseñanzas de este punto parecen, en efecto, emblemáticas de la situación histórica y del talante espiritual con que San Josemaría y sus acompañantes vivieron aquellos meses de encierro en la Legación de Honduras, en Madrid.

Sin embargo, la octavilla no fue redactada, a mi parecer, durante su estancia en la Legación, sino en el periodo de Burgos. Tal vez el motivo inmediato de la «gaitica» fuera una carta de Álvaro del Portillo –escrita desde la Legación, donde permanecía– a Isidoro Zorzano; una carta que éste pudo haber hecho llegar a Burgos, como hacía con otras.

En su carta, reforzado por una carta que había recibido de San Josemaría (al que denomina el abuelo, siguiendo la terminología convenida que les imponía la censura de guerra), del Portillo hablaba de un «relanzamiento» de la entrega:

«Desde el primer día, siguiendo el ejemplo vuestro, empezamos a leer la historia de Mateo, charlando los tres sobre lo que leemos y teniéndoos muy presentes a todos. Esto ya es muy suficiente, de por sí, para que estuviésemos muy contentos. Y ahora viene la carta del abuelo: ¿qué más podríamos pedir?

Ya perdonarás, en vista de todo esto, que me expansione en unas letras. […] ¡Cuánto hay que hacer; y seremos capaces de quejarnos de nuestra forzosa inactividad! Qué bien claro veo ahora eso de que más hace el que quiere que el que puede! Aun cuando parece que toda acción es imposible, al que quiere se le presenta una actividad inmensa a realizar. Todo está en querer» [4].

Puede también pensarse que, como tantos otros puntos, San Josemaría saltara a la octavilla en la relectura final de sus guiones de predicación. En uno de esos guiones, de mayo de 1938, se lee:

«3). Piedad. Crecer para adentro» [5].

El tema del labriego aparece en otro de agosto de ese mismo año:

«No se ve la planta cubierta por la nieve. Labriego: 'crece para adentro'» [6].

Aquí está la raíz, podríamos decir, «histórica» de la temática «crecer para adentro». La anécdota del labriego no parece un recurso literario, sino –como es normal en todo el libro– una experiencia personal de San Josemaría o de alguna persona de su entorno [7]. El tema está ya apuntado en una Instrucción que escribe en 1934, donde, hablando del Opus Dei, naciente, dice:

«Su labor apenas se ve sobre la tierra: está debajo, crece hacia dentro. ¡Ya llegará la hora de subir!» [8].

En todo caso, estamos ante una vivencia suya siendo ya sacerdote, según predicaba en los Ejercicios Espirituales de 1940 a los seminaristas de Valencia al hablarles del misterio de la Encarnación del Verbo:

«Discreción [de María]: a nadie cuenta el misterio. ¿Tú eres como la Virgen? La mayor parte de la eficacia de tu trabajo se te va por la boca: si no lo cuentas, crees que no has hecho nada. Se ha verificado el suceso portentoso que esperaban los siglos: Verbum caro: sólo la Virgen lo sabe y sabe callar, no lo dice. ¿Tú callarás? Hay lenguas que son espada de dos filos. Tu Madre calla, y de Ella has de aprender. El silencio es fecundo, muy fecundo...

Una vez había nevado mucho en una población. Un sacerdote se apenaba al ver aquellos tres palmos de nieve. Lo manifestó a un labrador. No se apure, contesta éste, esto es bueno. Aunque no se ven las plantas, ahora crecen para adentro. Si tú sabes callar, crecerás para adentro, echarás raíces. ¿Tú has visto que sin raíces se obtengan flores y frutos? Sin el silencio, será algo superficial» [9].

Vid el punto 697 y su comentario.



[1] Carta de Josemaría Escrivá a los fieles del Opus Dei en Valencia, Madrid 17-IV-1937; EF 370417-1. Los subrayados son míos. Con todo, el más antiguo testimonio sobre el tema es el que hemos transcrito en el comentario al punto 89.

[2] Predicación de San Josemaría en la Legación de Honduras en Madrid, «Fiel en lo poco», 6-VII-1937, pg 189; XXX. Los subrayados son míos.

[3] Predicación de San Josemaría en la Legación de Hondura en Madrid, «Fiat, adimpleatur», 24-VIII-1937, pg 247; XL. El tema se quedó grabado en la mente de los que quedaron en la Legación después de la salida de San Josemaría, como se ve en la carta de Álvaro del Portillo a Zorzano..

[4] Carta de Álvaro del Portillo a Isidoro Zorzano, Madrid sin fecha, pero 6-III-1938; AGP, sec B-1, leg 1, C-380206. Muy bien pudo esta carta llevar a San Josemaría a estampar de un plumazo el texto de la octavilla, pensando en los que seguían refugiados en la Legación de Honduras, como Álvaro del Portillo.

[5] Plática a las teresianas, Zaragoza 13-V-1938; AGP, sec A, leg 50-13, carp 2, exp 8.

[6] Ejercicios Espirituales, Meditación «La Encarnación del Señor», Vitoria 20-VIII-1938; guión nº 90.

[7] Tal vez la anécdota del campesino fue vivida por alguno de sus profesores. Eran numerosas, por ejemplo, las experiencias que recordaba y contaba del que fue su Profesor de Derecho Canónico en el Seminario de Zaragoza, don Elías Ger Puyuelo y de don Antonio Moreno, Vicerrector del Seminario de Sacerdotes de San Carlos (Álvaro del Portillo, Entrevista, pg 175).

[8] Instrucción, 19-III-1934, nº 2.

[9] Ejercicios Espirituales, Meditación 2.4ª, Valencia 2-XI-1940; notas tomadas por Vicente Moreno, sacerdote; AGP, sec A, leg 100-38, carp 1, exp 18. Sobre este documento, vid nota en el comentario al punto 704.