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Capítulo
Punto 451
Caridad · Punto 451

No queramos juzgar.

—Cada uno ve las cosas desde su punto de vista... y con su entendimiento, bien limitado casi siempre,
y oscuros o nebulosos, con tinieblas
de apasionamiento,
sus ojos, muchas veces.

Además, lo mismo
que la de esos pintores modernistas,
es la visión de ciertas personas tan subjetiva y tan enfermiza,
que trazan unos rasgos arbitrarios asegurándonos que son nuestro retrato,
nuestra conducta...
¡Qué poco valen los juicios de los hombres!

—No juzguéis
sin tamizar
vuestro juicio
en la oración.

Comentario

Texto procedente del Cuaderno V, nº 776, escrito el 12-VII-1932. El tenor del texto es idéntico al de Camino, excepto el último párrafo, que dice así:

«¡Qué poco valen los juicios de los hombres! Dios y yo. No juzguéis, sin tamizar vuestro juicio en la oración».

Tal vez sea este punto 451 el que está en el centro de este conjunto de consideraciones sobre el «juicio» y la «palabra» en el contexto de la caridad. El punto de partida es el mandato de Jesús según San Lucas: nolite iudicare. (No juzguéis).

Desde el punto de vista de la historia concreta, no cabe duda de que San Josemaría está exponiendo su experiencia al verse juzgado y criticado desde ópticas deformadas.

La conclusión es doble. La primera queda especialmente recalcada en la frase que hemos transcrito del V Cuaderno de Apuntes íntimos.

El «¡Qué poco valen los juicios de los hombres!» es originariamente un pensamiento de San Josemaría acerca de lo que se andaba diciendo de él, para animarse a no dar importancia a tanta palabra despectiva o falsa.

Por eso agrega –y esto es lo que no pasa al texto de Camino–: «Dios y yo». Es el «Deus et anima mea!» (Dios y mi alma) de Agustín y, sobre todo la doctrina de San Pablo, que hace eco a la de Jesús:

«Lo que menos me importa es ser juzgado por vosotros... ¡Ni siquiera me juzgo a mí mismo!... Quien me juzga es el Señor» (1 Co 4, 3-4).

Al prescindir de esas palabras en el texto de Camino, parece que San Josemaría quiere evitar al lector la tentación de quedarse en mecanismos de autodefensa. El texto de Camino es una invitación a relativizar no sólo los juicios que hacen de nosotros, sino –quizá, ante todo– los que nosotros hacemos de los demás. Esos juicios que valen poco son «los de los hombres»: por tanto, los nuestros...

Aquí, la segunda conclusión, que es la más patente en el texto de Camino: si a pesar de todo hubiera que juzgar, el hogar propio de este juicio ha de ser la oración humilde ante Dios.

«No queramos juzgar». Sin duda gustaba a San Josemaría este giro –inspirado en la Vulgata– para formular ciertos imperativos [1]. Aparece menos tajante, más «participado» por el sujeto, que se siente más persuadido que imperado...

«Pintores modernistas». Subraya –me parece– la vertiente subjetivista del fenómeno artístico del «modernismo» [2]. Vid el comentario al punto 133.



[1] Es abundante en Camino. «No quieras»: 127, 590, 723, 870, 879. «No queramos»: 451, 756; «No queráis»: 67. Este último, citando previamente el texto latino («nolite tangere Christos meos»), indica una voluntad explícita de traducirlo así, puesto que así no traducía ninguna versión de las que usaba.

[2] Vid Juan Antonio Gaya NUÑo, «Modernismo. IV. Arte», en GER, XVI (1972) pgs 137-139.