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Capítulo
Punto 632
Pobreza · Punto 632

No consiste la verdadera pobreza
en no tener,
sino en
estar desprendido:
en renunciar voluntariamente
al dominio
sobre las cosas.

—Por eso hay pobres que realmente
son ricos.

Y al revés.
 

Comentario

En el guión de una meditación que preparó San Josemaría para predicar unos Ejercicios Espirituales a los sacerdotes de Vitoria se encuentra este apunte:

«Pobreza no es carencia, es no tener dominio. La Condesa de H. y el pobre del comedor de caridad» [1].

Este breve apunte se refiere a una experiencia que tuvo San Josemaría en el año 1929 ó 1930, cuando era Capellán del Patronato de Enfermos, regido por las Damas Apostólicas.

En una meditación de 1955, rememoró detenidamente esa experiencia:

«Hace muchos años –más de veinticinco– iba yo por un comedor de caridad, para pordioseros que no tomaban al día más alimento que la comida que allí les daban. Se trataba de un local grande, que atendía un grupo de buenas señoras. Después de la primera distribución, para recoger las sobras acudían otros mendigos y, entre los de este grupo segundo, me llamó la atención uno: ¡era propietario de una cuchara de peltre!

La sacaba cuidadosamente del bolsillo, con codicia, la miraba con fruición, y al terminar de saborear su ración, volvía a mirar la cuchara con unos ojos que gritaban: ¡es mía!, le daba dos lametones para limpiarla y la guardaba de nuevo satisfecho entre los pliegues de sus andrajos. Efectivamente, ¡era suya! Un pobrecito miserable, que entre aquella gente, compañera de desventura, se consideraba rico.

»Conocía yo por entonces a una señora, con título nobiliario, Grande de España [2]. Delante de Dios esto no cuenta nada: todos somos iguales, todos hijos de Adán y Eva, criaturas débiles, con virtudes y defectos, capaces –si el Señor nos abandona– de los peores crímenes.

Desde que Cristo nos ha redimido, no hay diferencia de raza, ni de lengua, ni de color, ni de estirpe, ni de riquezas...: somos todos hijos de Dios. Esta persona de la que os hablo ahora, residía en una casa de abolengo, pero no gastaba para sí misma ni dos pesetas al día. En cambio, retribuía muy bien a su servicio, y el resto lo destinaba a ayudar a los menesterosos, pasando ella misma privaciones de todo género.

A esta mujer no le faltaban muchos de esos bienes que tantos ambicionan, pero ella era personalmente pobre, muy mortificada, desprendida por completo de todo. ¿Me habéis entendido? Nos basta además escuchar las palabras del Señor: bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos (Mt V, 3)» [3].

Escribía sobre este mismo asunto el Papa San León:

«No cabe duda de que los pobres alcanzan más fácilmente este bien que los ricos, porque a aquéllos la pobreza les inclina más a la bondad, y a éstos la riqueza les conduce a la arrogancia. Y, no obstante, muchos ricos poseen este espíritu, pues ponen la abundancia al servicio no de su prestigio sino de las obras de beneficencia. Para ellos la mayor ganancia está en lo que emplean para aliviar la miseria y los trabajos del prójimo. Y es que el desprendimiento de los bienes y la pureza de corazón se puede encontrar en personas de todos los niveles económicos» [4].

Y recordaba San Juan de la Cruz :

«La satisfacción del corazón no se halla en la posesión de las cosas, sino en la desnudez de todas ellas y pobreza de espíritu» [5].

La enseñanza de este punto 632 resulta fundamental para entender rectamente una concepción secular de la virtud cristiana de la pobreza; porque vida profesional y el trabajo en las actividades sociales y de la cultura comporta en ocasiones el «tener»: tener cosas, tener medios; en esos casos el cristiano debe aprender a «no tener» puesto su corazón en esas cosas y en esos medios materiales que utiliza.

Por exigencias del trabajo quizá tengamos que «tener» y disponer de ciertos bienes; pero en esos casos, si queremos vivir la virtud de la pobreza, debemos luchar y esforzarnos para que esos bienes no nos «tengan» a nosotros.

El «desprendimiento» es una dimensión esencial de la pobreza cristiana; una dimensión especialmente importante para las mujeres y los hombres que aspiran a santificarse en medio del mundo.

El desprendimiento es la forma interior de «renunciar al dominio». Es una manera de reconocer que el cumplimiento del mandato divino de «dominar la tierra» (cfr Gn 1, 28), consiste en lograr que sea el Señor -y no el hombre- el que «domine». sobre todas las cosas de la tierra.



[1] Ejercicios Espirituales , Plática «Espíritu de pobreza», Vitoria 20-VIII-1938; guión nº 108.

[2] Esa señora era Dª María Francisca Messía y Eraso de Aranda, Condesa de Humanes, a la que San Josemaría consideró siempre una mujer santa, como señala Álvaro del Portillo en su nota 736 a los Apuntes íntimos.

Doña María Francisca se había quedado ciega y falleció el 23-VII-1936, pocos días después de comenzar la guerra civil española. Durante su enfermedad fue asistida por San Josemaría.

[3] Homilía titulada «Desprendimiento» de fecha 4-IV-1955, Lunes Santo; Amigos de Dios, 123; la cursiva es del original.

[4] San Leon Magno, Sermo 95, cap 2 (PL, 54, 462A).

[5] Cántico espiritual, 1, 14; BAC 15, 13ª ed, 1991, pg 747.