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Capítulo
Punto 188
Mortificación · Punto 188

 Mira que el corazón
es un traidor.
—Tenlo cerrado
con siete cerrojos.

Comentario

camino 188

Este tema era recurrente en la vida espiritual de San Josemaría. La primera vez que aparece en sus Cuadernos (en el V, nº 463, 9-XII-1931) es ésta:

«Jesús: además de los ochenta años, pon también siete cerrojos en mi corazón».

En las notas de los Ejercicios Espirituales de Segovia (1932), se lee esta exclamación:

«Señor: ¡siete cerrojos, para mi corazón! Siete cerrojos y ochenta años de gravedad. No es la primera vez que oyes esta solicitud mía» [1].

El punto 188 es de 1933 y desde entonces empieza a gravitar con sus formulaciones también en la correspondencia:

«Esfuérzate en seguir las «Normas». Si las cumples, necesariamente te santificarás. Guarda el corazón: siete cerrojos..., ni uno menos, y no olvides que es un traidor» [2].

En el punto 161, los «siete cerrojos» se nombran para la «guarda del corazón» en un contexto próximo a la «santa pureza». El «cerrojo descorrido» de que allí se habla custodiaba la «santa pureza». Pero el corazón, como centro del sujeto humano, hay que «guardarlo», no sólo en ese campo: en Camino connota especialmente la dimensión «amar», «querer» de ese centro de la personalidad.

San Josemaría se pronunció de manera muy directa sobre el tema en un coloquio del año 1972. Le preguntaron por qué eran concretamente «siete» los cerrojos del punto 188. Respondió:

«Pues yo puse siete, no por mis siete años actuales [3], sino porque son siete los pecados capitales» [4].

En Santiago de Chile ante una pregunta semejante respondía:

«El corazón hay que ponerlo siempre en todo, pero llevado por la cabeza. Si no, hacemos cosas inhumanas, y sería malo que un hombre obrara de una manera inhumana, pero una mujer que no ponga corazón... Te entiendo, hija mía. Tú no quieres el corazón solo porque se desboca. Muy bien. Ciérralo con los siete cerrojos que yo recomiendo: uno para cada pecado capital. Pero no dejes de tener corazón» [5].

El año 1975 –el año de su muerte– salía el tema en otra conversación. La cuestión planteada no era directamente el punto de Camino, sino la guarda del corazón en sí misma:

«El corazón hay que sujetarlo, tú lo sabes. Lo has leído en Camino: que hay que ponerle siete cerrojos, uno para cada pecado capital. Una cosa es la ternura natural y la bondad y otra cosa es lo que es mala inclinación. Todos sabemos lo que es. Huir de la ocasión» [6].

Esta relación con los pecados capitales ilustra a fondo el tema «corazón» en San Josemaría. El corazón hay que sujetarlo para que no se lance de manera ilegítima sobre la realidad que le rodea. Ése es el «drama del corazón» según la predicación misma de Jesús:

«De dentro del corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias: eso es lo que hace impuro al hombre» (Mt 15, 19-20).

San Josemaría resumió la impureza verdadera –en contraste con la «pureza meramente legal»– en los siete pecados capitales, y la batalla ascética subsiguiente, en el símbolo de los siete cerrojos del corazón. La paradoja cristiana es que cuando esos siete cerrojos están bien cerrados, el alma cristiana adquiere la experiencia de la verdadera libertad y del amor.

Por lo demás, el tema de la guarda y custodia del corazón es, en sí mismo, clásico en la espiritualidad cristiana [7].

La fórmula «siete cerrojos» en este contexto es propia y característica de San Josemaría. Su sentido espiritual lo ha explicado él mismo, como acabamos de ver. La expresión lingüística tiene resonancias del dicho castellano «bajo [o debajo de] siete llaves», que indica algo «muy guardado y seguro» [8] y es frecuente ya en los clásicos [9].

Desde el punto de vista histórico parece que en los «siete cerrojos» hay un eco de las «siete llaves al sepulcro del Cid», que, para la «regeneración» de España, proponía otro ilustre aragonés, Joaquín Costa [10]. Así parece deducirse de la conversación que tuvo Carlos Verdú, un joven universitario valenciano, con San Josemaría en Burjasot (Valencia), en 1939. Verdú relata aquel encuentro en estos términos:

«Recuerdo que, cuando llegamos a este punto en la confidencia que tuve con él me dio grandes ánimos diciéndome que, 'en el matrimonio y en el mundo podría hacer mucho bien a las almas. Que me encomendase a la Virgen, y que cerrase mi corazón con siete llaves como el sepulcro del Cid hasta que llegue el momento en que el Señor me haga ver la que ha de ser compañera de mi vida en un santo matrimonio'» [11].

Si el recuerdo de Verdú es fiel, la relación con Costa es clara.



[1] Apuntes íntimos, nº 1658. Día sexto, domingo, 8-X-1932.

[2] Carta de San Josemaría Escrivá a Rafael Roldán, Madrid 24-VII-1933; EF 330724-1; la cursiva es del original.

[3] San Josemaría , cuando cumplió setenta años, comentaba divertido que no eran setenta, sino siete; y que no quería cumplir más, sino ser siempre un niño a los sumo de siete años... Vivió toda su vida como «vida de infancia». Vid com/852.

[4] Notas de una tertulia, Pozoalbero (Cádiz) 9-XI-1972; AGP, sec A, leg 51; la cursiva es del original. Ya San Juan de la Cruz daba este consejo: «Tenga fortaleza en el corazón contra todas las cosas que le movieren a lo que no es de Dios» (Dichos de Luz y Amor, nº 94; BAC 15, 13ª ed, 1991, pg 166).

[5] Notas de una tertulia, Santiago de Chile 30-VI-1974; AGP, sec A, leg 51.

[6] Notas de una tertulia, La Lloma (Valencia), 7-I-1975; ibidem.

[7] Santa Catalina de Siena, en una de sus «elevaciones» dedicada al tema, dice al Señor, que viene como luz a su alma:

«Haces libre el corazón, porque tu luz ha conocido cuánta libertad nos has dado arrancándonos de la servidumbre del demonio, en la cual el linaje humano había caído por su crueldad. Por eso odia [el alma] la causa de la crueldad, esto es, la compasión para la sensualidad propia, y, por lo mismo, se vuelve compasiva con la razón, y cruel contra la sensualidad, cerrando las potencias del alma. Cierra la memoria a las miserias del mundo y a los vanos deleites, apartando voluntariamente de ellas el recuerdo y la abre a tus beneficios, rumiándolos con diligencia. Cierra la voluntad de modo que no ame nada fuera de ti, sino que te ame a ti sobre todas las cosas, y todas ellas en ti según tu voluntad. Solamente quiere seguirte a ti»

(Elevaciones, XII; BAC 143, 1955, pg 593s; la cursiva es mía).

[8] Moliner, I, voz «llave», pg 203. ―«Debaxo de siete llaves. Tras siete llaves: Por lo ke está mui zerrado i guardado» (Gonzalo Correas, Vocabulario de refranes y frases proverbiales, año 1627; ed. Louis Combet, Institut d'Études Ibériques et Ibéro-Américaines de l'Université de Bordeaux, Burdeos 1967, pg 689. Jacinto Benavente, La losa de los sueños. Comedia en dos actos en prosa, Librería Sucesores Hernando, Madrid 1914, pg 129, dice: «Como no quisiera usted que hubiera tenido encerradas a mis hijas bajo siete llaves...».

[9] Fray Antonio de Guevara, en su Reloj de príncipes (1529-31), lib III, cap XXIV (Emilio Blanco [ed.], Turner, Madrid 1994), recomienda tener muy en la memoria esta palabra: «que, por muy guardado y encerrado que tenga un hombre el dinero, muy más guardado y encerrado lo tiene de sí mismo; porque si echa dos llaves al tesoro para lo guardar, a su coraçón echa siete llaves por no lo gastar».

[10] «En esa ridícula literatura [regeneracionista] caímos casi todos los españoles, unos más y otros menos, y se dio el caso de aquel archiespañol Joaquín Costa, uno de los espíritus menos europeos que hemos tenido, sacando lo de europeizarnos y poniéndose a cidear mientras proclamaba que había que cerrar con siete llaves el sepulcro del Cid y... conquistar África» (Miguel de Unamuno, Del sentimiento trágico de la vida, Pedro Cerezo-GaLAn [ed.], Espasa-Calpe, Madrid 1996).

También es fórmula de Costa: «Doble llave al sepulcro del Cid, para que no vuelva a cabalgar» (Joaquín Costa, Reconstitución y europeización de España y otros escritos, Sebastián Martín-Retortillo [ed.], Instituto de Estudios de Administración Local, Madrid 1981, pg 20).

—Joaquín Costa (1846-1911), jurisconsulto y sociólogo aragonés, nacido en Monzón (Huesca), cuya obra sin duda conocía bien el Autor de Camino, aunque tenía en tantos aspectos una valoración de la vida y de la historia bien distinta de la de San Josemaría . Vid sobre ambas expresiones J. M. Iribarren, El porqué de los dichos, 10ª ed, 1997, pg 234.

[11] Carlos Verdú, Testimonio, Valencia julio de 1975; AGP, sec A, leg 100-58, carp 1, exp 13; la cursiva es mía.