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Rasgos biográficos de San Josemaría

Rasgos biográficos de San Josemaría

Barbastro, 1902



San Josemaría Escrivá (1902-1975), el Autor de Camino, nació en Barbastro (España), el 9 de enero de 1902 y fue bautizado el día 13 en la Catedral de la ciudad, sede de uno de los más antiguos Obispados pirenaicos.

Su infancia y primera adolescencia estará unida para siempre a esta pequeña ciudad del Alto Aragón.

Allí se casaron sus padres, don José Escrivá y Corzán y doña Dolores Albás y Blanc, enraizados en antiguas familias de Aragón y Cataluña.

Allí nacieron sus hermanas: Carmen, tres años mayor, y otras tres menores que él, que murieron siendo niñas; allí estudió los primeros años del Bachillerato en el Colegio de los Calasancios.

 

 

 


El ambiente familiar, de acendrada vida cristiana, marcó algunas de las cualidades básicas de su carácter: amor a la libertad, sencillez en el trato, comprensión humana, laboriosidad, buen humor, sentido de la familia y del hogar. El padre, comerciante, tuvo un revés de fortuna en su negocio de tejidos, en muy buena parte consecuencia de su hombría de bien y honradez de cristiano.

La quiebra del negocio familiar determinó que don José hubiera de dejar Barbastro para trasladarse a Logroño, donde había encontrado empleo en un negocio de índole similar. Allí le siguió muy pronto la familia, que, en dolorosa situación y estrechez económica, recomenzó su vida ordinaria.

Logroño


De 1915 a 1918 el joven Josemaría cursó los tres últimos años de Bachillerato en el Instituto General y Técnico de la capital de la Rioja. Fue en el curso 1917-18 cuando comenzó a tener «barruntos» –ésta es la palabra que empleaba para referirse a lo que decimos– de algo que Dios le pedía y que no sabía lo que era.

Las huellas de un carmelita descalzo sobre la nieve fueron, según sus biógrafos, decisivas para el nuevo rumbo que iba a tomar su vida: intensificó su vida de piedad, comenzó a tener dirección espiritual y, sobre todo, dejó su proyecto de estudiar Arquitectura y tomó la decisión de hacerse sacerdote, para estar así mejor dispuesto a esa Voluntad de Dios, que, sin embargo, no conocía.

Lo consultó con su padre, que le hizo prudentes consideraciones y le dejó plena libertad. «Es la única vez que le vi llorar», comentaría San Josemaría muchos años después. En octubre de aquel año comenzó a asistir como «externo» a las clases del Seminario, donde estudió de 1918 a 1920. El Señor envió a sus padres un nuevo hijo, Santiago, nacido en 1919.

La época de Logroño –que bajo este aspecto continúa en Zaragoza– es también sumamente intensa en la formación literaria y cultural del futuro Autor de Camino, que leyó intensa y extensamente a los clásicos españoles, especialmente Calderón, Quevedo, Cervantes, Lope de Vega y Fray Luis de Granada, dedicando especial atención a Santa Teresa de Jesús, «hacia la que siempre manifestó gran devoción, tanto por su empresa apostólica en servicio de la Iglesia, como por su itinerario de entrega y trato con Dios».

Este gusto por la tradición clásica dejará impronta definitiva en la tersura de su lenguaje oral y escrito y en la solidez de sus convicciones religiosas y espirituales, que se prolongará a lo largo de toda su vida –y cuando esa vida le dejaba– en relecturas de las grandes obras, sea literarias, sea de la cultura teológica y canónica (con especial atención a la dogmática y a la patrística).

 

En el Seminario de Zaragoza


Terminado, después de los estudios filosóficos, el primer año de Teología, se trasladó a Zaragoza. Su joven vida de estudiante estaba ya configurada por aquellas huellas y aquellos barruntos. La decisión de ser sacerdote era firme, aunque seguía sin «ver» lo que Dios quería. Marchaba, puede decirse, haciendo eco a la Escritura, hacia la tierra que el Señor le había de mostrar, y caminaba sin saber a dónde iba (cfr Heb 11, 8).

En Zaragoza terminó sus estudios eclesiásticos en la Universidad Pontificia. Residía en el Seminario de San Francisco de Paula, del que, en 1922, es nombrado Inspector, siendo todavía estudiante.

En 1923, acabados los estudios eclesiásticos, comienza también, como le había aconsejado su padre en aquella inolvidable conversación, la carrera de Derecho en la Universidad de Zaragoza (estatal), que al cabo de los años (1960) le haría Doctor «honoris causa».

En noviembre de 1924 falleció en Logroño don José Escrivá, pocos meses después de haber sido ordenado subdiácono su hijo Josemaría. La familia, sin otro vínculo en Logroño y en gran penuria económica, se traslada a Zaragoza para estar más cerca del hijo mayor. Éste se veía con la responsabilidad de ser cabeza de aquella familia sumida en el dolor, a la vez que se disponía, en medio de la oscuridad, a recorrer los últimos pasos hacia el sacerdocio: «Domine, ut videam!, Domine, ut sit!»; y también, «Domina, ut sit!»
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Ordenación sacerdotal: 28 de marzo de 1925


La ordenación sacerdotal San Josemaríatuvo lugar el 28 de marzo de 1925 en la iglesia del Real Seminario Sacerdotal de San Carlos. Le confirió el orden del presbiterado el Presidente de dicho seminario, don Miguel de los Santos Díaz Gómara, Obispo titular de Tagora, pues don Rigoberto Domenech, nombrado Arzobispo de Zaragoza para suceder al Cardenal Soldevila (asesinado por un anarquista en junio de 1923), no había tomado aún posesión de la sede.

Al día siguiente de la ordenación Josemaría Escrivá dejaba el Seminario, el día 30 celebraba ante la Virgen del Pilar su Primera Misa en sufragio por su padre y el día 31 se incorporaba a su primer encargo pastoral, que duraría dos meses: regente auxiliar de la parroquia de Perdiguera (Zaragoza).


En la Ciudad del Ebro continuó durante dos años su tarea sacerdotal, avanzando a la vez en sus estudios jurídicos hasta obtener la Licenciatura en Derecho en enero de 1927. Ese año sería el de su traslado a Madrid. El 17 de marzo el Arzobispo de Zaragoza le autorizaba la residencia en la capital de España y en abril Escrivá ya está en la «villa y Corte». Iba a hacer el Doctorado en Derecho, pero –en la realidad profunda– Dios se lo lleva para que, finalmente, conozca su Voluntad.

 

Madrid


A partir de entonces, la vida de San Josemaría tiene una fecha definitoria –el 2 de octubre de 1928, en que el Señor le hará «ver» el Opus Dei– y dos ciudades de referencia: primero, Madrid, desde la que recorrerá, de muy diversas formas, España y Portugal; y Roma, después, que le llevará a realizar frecuentes viajes apostólicos por Europa y América. En ese marco se inscribe desde ahora la biografía del Autor de Camino.

Los primeros años de Madrid (1927-1934) son para nosotros de la máxima importancia: constituyen el «habitat», el contexto humano y sobrenatural de más de la mitad del texto de Camino: me refiero a la parte que vendrá publicada en Cuenca bajo el título Consideraciones Espirituales y a la que escribió durante la guerra civil en la Legación de Honduras.


Entre pobres y enfermos de Madrid

Escrivá estuvo alojado al principio en la Residencia de sacerdotes de la calle Larra y, en junio de 1927, viviendo todavía allí, tuvo su primer encargo pastoral, que desempeñó hasta octubre de 1931: capellán primero del Patronato de Enfermos, una obra que las Damas Apostólicas del Sagrado Corazón –Congregación religiosa fundada por Luz Rodríguez-Casanova– tenían en la calle de Santa Engracia 13, y desde la que atendían, material y espiritualmente, a miles de pobres y enfermos.

En noviembre de 1927 alquiló un ático en la calle Fernando el Católico y poco después llegaban, a su cargo, su madre y sus dos hermanos. La estrechez económica era grande y para aumentar algo más los recursos daba clases de Derecho en la Academia Cicuéndez; también buscaba dar clases particulares.

Pero buscaba, sobre todo, almas. Almas de hombres y mujeres, que encontraba a través de la amplia e incansable labor sacerdotal que empezó a desarrollar. Se movía en los más diversos ambientes, especialmente en el universitario y entre los pobres y desvalidos de los barrios extremos y con los enfermos y moribundos de los hospitales. Sus jornadas en esta época madrileña han sido descritas por sus biógrafos. El tiempo para su tesis doctoral y los estudios jurídicos tenía que ceder ante el reclamo de las almas. Confesaba, predicaba y enseñaba donde podía y le dejaban. Iba de un lado para otro –clases, confesiones, predicación, catequesis, atención de enfermos– recorriendo, de una punta a otra, la geografía madrileña.

Estudiaba y leía muchas veces por la calle. Era un «contemplativo itinerante», movido por el amor a Dios y a los hombres. Y buscaba siempre aquella misteriosa Voluntad de Dios: «Domine, ut videam!, ut sit!...» era su oración desde los barruntos... Clamaba y cantaba: «ignem veni mittere in terram et quid volo nisi ut accendatur!» (Lc 12, 49; Vulgata), y él mismo se respondía, ofreciéndose al Señor: «ecce ego quia vocasti me» (1 S 3, 6).

El Patronato, la familia en la calle Fernando el Católico, los pobres y los enfermos, los moribundos, los estudiantes de la Academia Cicuéndez, sus amigos sacerdotes, los estudios de doctorado, la liturgia y la oración...


El Opus Dei

Éste era el afán cotidiano y el ambiente –el contexto– del 2 de octubre de 1928, el día en que el Señor, finalmente, le hizo conocer su Voluntad: el Opus Dei. Estaba haciendo sus Ejercicios Espirituales en la Residencia de los PP. Paúles, calle García de Paredes. En un documento de 1934 –escrito para el pequeño grupo que le seguía entonces y pensando en los fieles que vendrían al Opus Dei en el futuro– se refiere a ese momento histórico:


«La Obra de Dios no la ha imaginado un hombre […] Hace muchos años que el Señor la inspiraba a un instrumento inepto y sordo, que la vio por vez primera el día de los Santos Angeles Custodios, dos de octubre de mil novecientos veintiocho»

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«Desde aquel día –escribió en el tercer aniversario de la fundación–, el borrico sarnoso se dio cuenta de la hermosa y pesada carga que el Señor, en su bondad inexplicable, había puesto sobre sus espaldas».


Los «muchos años» de que habla son los años de aquellos barruntos, que en esa fecha tan determinada se hacen luz, claridad. Aquel 2 de octubre, finalmente, «ve» y «se da cuenta». Fue un acontecimiento místico, que se iría tematizando en interacción con la historia vivida.

Hay necesariamente que remitir a la bibliografía sobre la fundación del Opus Dei para profundizar en este ver y percibir. En síntesis puede decirse que el Beato Josemaría «descubre» la llamada universal de Dios a la santidad realizándose no sólo en situaciones extraordinarias, sino en el seno del trabajo humano y de las circunstancias más comunes de la vida, llamada que se le aparece como «olvidada» en la praxis de los cristianos, que estaba dominada, en muy buena parte, por la separación entre la fe y la vida ordinaria.

A la vez, Josemaría Escrivá percibe una llamada concreta del Señor: «Dios quiere que consagre la totalidad de sus energías a promover una institución –una Obra, por emplear el término al que acudió desde el principio– que tenga por finalidad difundir entre los cristianos que viven en el mundo una honda conciencia de la llamada que Dios les ha dirigido desde el momento mismo de su Bautismo.

Más aún, una Obra que se identifique con el fenómeno pastoral que promueve, formada por cristianos corrientes que, al descubrir lo que la vocación cristiana supone, se comprometen con esa llamada y se esfuerzan en lo sucesivo por comunicar ese descubrimiento a los demás, extendiendo así por el mundo la conciencia de que la fe puede y debe vivificar desde dentro la existencia humana, con todas las realidades que la integran: en primer lugar, las exigencias del propio trabajo profesional y, en general, la vida familiar y social, el empeño científico y cultural, la convivencia cívica, las relaciones profesionales...».

La luz del 2 de octubre era una luz claramente fundacional, un carisma del Espíritu que movilizó todas las energías de aquel sacerdote de 26 años al servicio de aquel «mensaje» y del desarrollo de aquella Obra naciente que debía difundir por doquier.

Una luz fundacional que el 14 de febrero de 1930 brilló de nuevo ante el Fundador –en la Santa Misa, después de la comunión, explicó– para dar entrada a las mujeres en el Opus Dei.

Desde aquel 2 de octubre y de la manera más radical, el Opus Dei fue el «lugar» de Josemaría Escrivá en la vida y en la misión de la Iglesia, el porqué y el para qué de su propia vida. Quiere esto decir –entre otras muchas cosas– que Camino,se inscribe dentro de ese horizonte vital y, como iremos examinando punto tras punto, refleja muchos aspectos de la historia vivida por su Autor tratando de corresponder, día tras día, a esa explícita Voluntad de Dios.

Pero después de aquella experiencia sobrenatural, la vida seguía a su ritmo en un Madrid que ya presagiaba revolución y tormenta. En mayo de 1931, en momentos de agitación popular anticlerical, en los días de la quema de conventos, Escrivá se ve obligado a dejar su residencia en el Patronato de Enfermos, y a trasladarse, con su familia, a una modesta vivienda en la calle Viriato.

Allí vivió San Josemaría hasta diciembre de 1932. Durante aquel año y medio, el cuarto de Viriato fue testigo de especiales luces de Dios de carácter fundacional y de un desarrollo especialmente intenso del trato personal con el Espíritu Santo y de la «vida de infancia». Allí escribió los Cuadernos IV, V y buena parte del VI de su Apuntes íntimos. Allí el Señor «me daba continua oración, aun durmiendo».

Allí se daba cuenta de que todo lo que él pudiera ofrecer al Señor era nada.

«Nada –seguía escribiendo, en diálogo con su Señor–, ante la maravilla que supone este hecho: un instrumento pobrísimo y pecador, planeando, con tu inspiración, la conquista del mundo entero para su Dios, desde el maravilloso observatorio de un cuarto interior de una casa modesta, donde toda incomodidad material tiene su asiento».

Capellán del Patronato de Santa Isabel

En septiembre de 1931 comenzó a desempeñar el cargo de Capellán del Patronato de Santa Isabel y en diciembre de 1934 fue nombrado Rector de dicho Patronato, una antigua institución madrileña, en el barrio de Atocha, con dos conventos de monjas en su recinto. La familia, que desde finales de 1932 había dejado Viriato y vivía en la calle Martínez Campos 4, se traslada ahora, a mediados del 34, a la residencia del Rector en el Patronato.

Estos encargos pastorales eran, sencillamente, el marco de vida eclesiástica que le permitía permanecer en Madrid, pues el destino y la misión de su vida era tratar de hacer, sin medio humano alguno, el Opus Dei. Empezó secundando las luces que recibió de Dios el 2 de octubre de 1928: «desde entonces comencé a tratar almas de seglares, estudiantes o no, pero jóvenes. Y a formar grupos. Y a rezar y a hacer rezar. Y a sufrir...».

Primeros pasos del Opus Dei

Fueron llegando los primeros fieles del Opus Dei. En el curso 1933-34 comenzó, en la calle Luchana, la Academia DYA (Derecho y Arquitectura; en realidad, Dios y Audacia), que al año siguiente se traslada a la calle Ferraz 50, pero no sólo como Academia, sino como Residencia de Estudiantes universitarios.

Fueron aquéllos –el 34-35 y el 35-36– dos cursos de gran expansión de la labor apostólica. En julio de 1936 la Residencia se traslada a una casa más adecuada en la misma calle, Ferraz 16; a la vez se planea comenzar la tarea en París y empezar, en octubre, en Valencia.

La Guerra civil

Todo se vino abajo. En pleno traslado de la Residencia comenzó la guerra civil. Ferraz 16 estaba enfrente del Cuartel de la Montaña... Los miembros del Opus Dei y los residentes y alumnos de Ferraz estaban repartidos –eran las vacaciones de verano– en las dos zonas en que quedó dividida España: las llamadas «zona nacional» y «zona republicana».

San Josemaría, como todos los sacerdotes en Madrid, corría un grave peligro. Anduvo de un lugar para otro en la ciudad. Finalmente –abril de 1937– encontró refugio en la Legación de Honduras. Su estancia en aquel inmueble del Paseo de la Castellana, junto a la Plaza de Castelar, tendrá una fuerte repercusión en Camino, como tendremos ocasión de examinar.

A través de los Pirineos

En diciembre de ese año, con un grupo de amigos y miembros del Opus Dei, se pasó a la «zona nacional» a través de los Pirineos, Andorra y Francia. La opción le fue sumamente costosa, por los que dejaba en Madrid, pero no había otra salida para recomenzar cuanto antes la labor apostólica del Opus Dei. En Madrid y en la «zona republicana» quedaban su madre y sus hermanos y otros fieles del Opus Dei, con el ingeniero Isidoro Zorzano a la cabeza.

Pampona y Burgos

Entró por la frontera de Irún. Después de estar unos días en Pamplona, huésped del Obispo de la ciudad, don Marcelino Olaechea, fijó su residencia en Burgos, que era el punto de encuentro de los que estaban en los frentes y venían con unos días de permiso. San Josemaría viajaba a todas partes para visitar a los fieles del Opus Dei: lo mismo le daba un camión que un autobús o el vagón destartalado anejo a un mercancías. «Padre –le escribía uno de ellos, agradecido–, va Vd. a tener un sitio en el Cielo que les va dar envidia a los mismos ángeles».

En Burgos y en esos viajes se fraguan casi la otra mitad de los puntos de Camino: los que no proceden de Consideraciones Espirituales, o no estaban ya redactados en la Legación de Honduras en Madrid.

 

De nuevo en Madrid

La guerra acabará el 1º de abril de 1939. El 28 de marzo Josemaría Escrivá llegaba a Madrid en un camión. Entre las pocas cosas que llevaba estaba el manuscrito de C, que ese mismo año saldría a las librerías.

Pero no era esto lo que le preocupaba. La Residencia de Ferraz estaba en ruinas, como un símbolo de la situación de toda España. Había que volver a empezar. Y Escrivá recomenzó. Y este acto de fe, con tanto sufrimiento detrás, significó la consolidación y el desarrollo de toda la labor. Llegaba gente joven de todas partes. En julio de 1939 se instalaba una primera Residencia de Estudiantes en la Calle Jenner.

Pudo, finalmente, leer en la Universidad Central su tesis doctoral en Derecho. Ahora de una manera especialmente clara, su biografía, como se ha dicho tantas veces, se identifica con la historia del desarrollo institucional y apostólico de la Obra: su tarea es exclusivamente pastorear este «pusillus grex».

Por toda la Península

La década de los cuarenta es la de la extensión del Opus Dei por la Península Ibérica y la de los primeros desarrollos jurídicos. Ahorro al lector datos y fechas que puede encontrar en la bibliografía. Pero es importante notar que, sobre todo en los primeros años de esa década, pudo experimentar la que llamó, con expresión clásica, la «contradicción de los buenos».

El Obispo de Madrid, para parar golpes y expresar la plena eclesialidad del Opus Dei, lo aprobó como Pía Unión en 19 de marzo de 1941. Un mes después muere la madre de San Josemaría, mientras se encuentra en Lérida predicando Ejercicios Espirituales a los sacerdotes de la diócesis. Madrid sigue siendo su lugar de residencia habitual.

Allí, el 14 de febrero de 1943, nace la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz , como dimensión del Opus Dei que hace posible, en el seno de la Obra, la ordenación sacerdotal de fieles del Opus Dei: tres de ellos recibirían el presbiterado al año siguiente.

Roma, 1946


Desde 1946 San Josemaría fija su domicilio en Roma, con frecuentes estancias en España durante los primeros años . El Decretum laudis de la Santa Sede en 1947 facilita la extensión del Opus Dei dentro de la catolicidad de la Iglesia: comienza entonces la expansión por numerosos países, además de España, Portugal e Italia: primero, Inglaterra, Francia y Alemania en Europa; después, México y Estados Unidos en América.

En 1948 erige el Colegio Romano de la Santa Cruz: los miles de fieles del Opus Dei que han sido alumnos de ese Centro, pudieron tener un trato directo y habitual durante varios años con San Josemaría, que convivía con ellos.

1950 es el año de la aprobación definitiva del Opus Dei por la Santa Sede. La década de los cincuenta es la de sus frecuentes viajes apostólicos por Italia y los demás países de la Europa Occidental, muchas veces haciendo la «prehistoria» –expresión suya– del Opus Dei en esas tierras.

En aquellos años obtuvo el doctorado en Teología en el Laterano y el Papa Pío XII le nombró Consultor de la Congregación de Seminarios y Universidades y Juan XXIII, después, Consultor de la Comisión para la interpretación del Código de Derecho Canónico.

Durante el Concilio Vaticano II

San Josemaría vivió con intensidad el Concilio Vaticano II (1962-1965), que recogería de manera solemne lo que era el núcleo de su afán apostólico y de su predicación: la universal llamada de todos los cristianos a la santidad y al apostolado. Recibió en Bruno Buozzi 73, la sede central del Opus Dei en Roma, a cientos de obispos durante aquellos años inolvidables y decisivos para la renovación de la Iglesia.

En aquellos encuentros le llegaban nuevas peticiones de que el Opus Dei se hiciera presente en nuevos países. A la vez tenía que conducir esta nave en los «tiempos recios» que siguieron al Concilio. Su manera de llevar el timón consistía, ante todo, en hablar de Dios, es decir, en anunciar por todas partes a Jesucristo y predicar su Evangelio con toda su fuerza nativa, sine glossa.

En este contexto se inscriben, ya en los últimos años de su vida, sus largos viajes de catequesis, que el lector de esta edición encontrará citados una vez y otra. En 1970 estuvo en México y en 1972 recorrió durante dos meses España y Portugal. En 1974 realizó su labor apostólica en América del Sur, un país tras otro, y en 1975, pocos meses antes de su muerte, viajó otra vez al nuevo continente: América Central y Venezuela.

Dejó encauzadas y dispuestas las piezas teológico-jurídicas para que el Opus Dei pudiese ser erigido en Prelatura personal, una figura jurídica preconizada por el Concilio Vaticano II y que era la que se adecuaba al fenómeno teológico-pastoral del Opus Dei. Así lo entendía San Josemaría y así lo entendería la Santa Sede. No pudo, sin embargo, el Fundador ver ese anhelo realizado en vida. Sería Álvaro del Portillo, sucesor suyo al frente del Opus Dei, el que daría los pasos finales hasta que el Papa Juan Pablo II, en 28 de noviembre de 1982, erigió el Opus Dei en Prelatura personal.

Dies natalis

San Josemaría falleció el 26 de junio de 1975, sobre las doce del mediodía. Temprano, había celebrado la Eucaristía: Misa votiva de la Santísima Virgen. Después de rezar el Oficio divino había salido con Álvaro del Portillo y Javier Echevarría hacia Castelgandolfo, para tener un encuentro con un numeroso grupo de mujeres del Opus Dei, que hacían un curso en el Colegio Romano de Santa María. Allí se sintió indispuesto, pero sin darle mayor importancia.

Ya de vuelta a Bruno Buozzi, al entrar en su habitación de trabajo y mientras miraba la imagen de Nuestra Señora allí colocada –un cuadro de la Virgen de Guadalupe–, se desplomó en el suelo. Un paro cardíaco, del que no se recuperó. En Castelgandolfo había exhortado a aquellas hijas suyas, a vivir –ellas, mujeres laicas– con «alma sacerdotal», ejerciendo el sacerdocio común de los fieles para santificar el mundo. Era como una síntesis de su «mensaje».

Juan Pablo II lo beatificó el 17 de mayo de 1992 y lo canonizó el 6 de octubre de 2002 ante una multitud que llenaba la Plaza de San Pedro.