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Han escrito sobre Camino
La virtud de la fe en Camino
José Miguel Odero. La virtud de la fe en Camino

 





Tras una primera edición aparecida en 1934, en 1939 el Fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá de Balaguer, daba a la imprenta la versión definitiva de la que sería su obra más conocida: Camino.

Hoy, cincuenta años más tarde, este libro ha sido traducido ya a una treintena de idiomas, con ventas que han superado los tres millones de ejemplares; todo un récord para un libro de espiritualidad.

Lo que Camino contiene es todo lo contrario a un preparado intelectual «de laboratorio», a una teoría apriorística de teología espiritual o a un genérico programa de cristianismo.
 

«En sus páginas —afirma la Nota editorial que lo prologa— se refleja una labor sacerdotal que Mons. Escrivá de Balaguer había iniciado en 1925. Reflexiones sobre pasajes de la Sagrada Escritura, retazos de conversaciones, experiencias personales, fragmentos de cartas, son el material con el que está hecho este libro»(1).

La viveza de Camino es el aliento de un espíritu que da unidad de sentido al acervo de materiales que el Autor empleara para su redacción. Existe un característico «modo de mirar», un punto de vista, un tono amigable y directo que ambienta todo el libro; se ha hablado al respecto de «clima neotestamentario», de una simpatía notable con los escritos de los Santos Padres y con el tono vital de las primeras generaciones cristianas(2). El Obispo Administrador de Vitoria que prologó la 1.ª edición, destacaba, por su parte, el carácter eminentemente apelativo y práctico de Camino: cada sentencia «aguarda tus decisiones. Las frases quedan entrecortadas para que tú las completes con tu conducta». Y el propio Autor confiesa que no pretende contar «nada nuevo»; es decir, no trata primariamente de informar o ilustrar en el plano fundamentalmente teológico, sino «remover en tus recuerdos, /para que se alce algún pensamiento / que te hiera: / y así mejores tu vida» (Prólogo del Autor).

En último término, el Autor sólo desea ser instrumento de esa labor mnemótica que el Espíritu de Jesús desarrolla en el alma de los creyentes para conducirles a la plenitud de misterio de Cristo(3).

La finalidad primordialmente pastoral de Camino condiciona las conclusiones que puede alcanzar el análisis especulativo —teológico— de la virtud de la fe que vamos a emprender.

Si Camino es un testimonio de fe y una guía para hacer oración y crecer en vida interior, lo que podemos esperar hallar en él es una batería de resortes capaces para impulsar la vida de fe; lo que puede ofrecer al teólogo es un cuadro muy rico de las dimensiones que abre esa misma fe en la existencia del cristiano. Además, como el Autor entiende que «a los hombres —como a los peces— hay que cogerles por la cabeza» (Camino, n. 987), es presumible que puedan encontrarse en Camino las líneas maestras para una fecunda catequesis de la fe dirigida a cristianos adultos.

A continuación, trataremos de dibujar el mapa teológico de fe viva que Camino contempla.

Carácter teologal de la fe

La fe es un afloramiento de la potencia de la vida divina que tiene lugar de modo totalmente gratuito en el seno de la vida del hombre. Esa potencia divina, que yace oculta en lo profundo del alma cristiana, se manifiesta cuando se abren sus «válvulas de expansión», que son los actos de fe, esperanza y caridad(4). He aquí, concisa y contundentemente señalada por el Autor de Camino la raíz de la unidad de vida del cristiano.

Al ser depositario de esa energía divina, el cristiano queda constituido en una «poderosa máquina de electricidad espiritual» (cfr. n. 837), productora de luz y de calor, de un amor transformador de la conducta humana; porque lo propio del cristiano es quemar, transformar el mundo, encender a otros en el amor de Dios y no cerrarse en sí mismo(5).

La fe que «libera» la energía divina en el mundo se dirige derechamente a nuestra santificación: a limpiar el corazón de toda lepra(6), a un mejoramiento de la conducta que acerque y asemeje más a Dios(7).

La deificación que la fe va operando es cristomórfica. Por la fe es Cristo quien se une al creyente otorgándole ex nullis meritis un tesoro de valor infinito; Cristo es la cifra colocada a la izquierda de los muchos ceros que retratan nuestra nulidad, para dar a la pequeñez humana el valor de la trascendencia(8). La fe es cristocéntrica: comienza buscando a Cristo y se consuma amando a Cristo(9). La verdad gozosa que articula toda la fe es la perenne actualidad de Cristo, su eficaz presencia en la vida del cristiano: «¡Cristo vive!»(10).

Tras operar la conversión del corazón, la fe debe crecer durante todo el camino de la vida: es la tarea de la santificación(11). El fuego que se encendió debe ser permanentemente alimentado(12). De esa viveza de la fe depende toda la vitalidad cristiana; su debilitamiento comportaría una transmutación, una corrupción de todas y cada una de las manifestaciones cristianas específicas(13).

El talante teomórfico de la fe se patentiza también en su fin, que es la santidad. «La sencillez es como la sal de la perfección» (Camino, n. 305); por tanto, la formación en la fe, el desarrollo de lo que en la conversión era sólo simiente, no es una complicada agregación de costumbres y conocimientos heterogéneos, sino progresiva sencillez, es insistencia en lo único necesario (Lc 10, 42), hasta llegar a retratar la perfecta simplicidad divina. La espiritualidad del Opus Dei acentuará —es uno de sus rasgos más específicos— la unidad de vida(14), combatiendo cualquier «esquizofrenia» espiritual(15), es decir, la pretensión de parcelar la vida del cristiano en compartimentos estancos.

Incidencia de la fe en la vida del hombre

La fe incide enérgicamente en toda la vida humana. Pero sus efectos más inmediatos están en la esfera de la vida intelectual. El Fundador del Opus Dei los describirá sugestivamente con dos imágenes noéticas:

— la inundación luminosa del entorno(16);

— la ampliación dimensional del espacio de conocimiento(17): sin fe, la vista permanece pegada a la tierra y sólo atisba la luz en lejanía, como si el hombre viviera situado en las profundidades de un túnel. La fe, por el contrario, es apertura a dimensiones insospechadas de la vida: altura, color, peso, volumen(18).

La fe es, pues, luminaria y es sol; es liberación de la ignorancia (aunque se supone ya existente en el creyente una innata capacidad para dirigirse a Dios). La fe es explicada así con imágenes vivas, tomadas de la experiencia, pero marcando sin duda su trascendencia.

La fe permite acceder a la verdad salvífica que, según la promesa de Cristo, nos hace libres y nos salva (cfr. Ioh 8, 32; Mc 16, 16). Por tanto, las verdades de la fe deben ser contempladas por el cristiano como un tesoro, objeto de fruición sabrosa(19).

Las verdades de la fe son instrumentos para instalar al hombre en la salvación, haciéndole participar en los misterios de la vida divina. En este sentido, se colocan en un orden de interés diverso al de la curiosidad científica, pero no inferior. De ahí que la verdad de fe goce de la intangibilidad que se reconoce a la verdad de ciencia; de ahí que, en fin, la fe no deba ser objeto de componenda, de frívola negociación irenística, aun cuando estuviera promovida por un fin laudable(20). La adulteración de la fe salvadora sería criminal, porque sólo la fe de Cristo puede salvar como el creyente lo sabe; mudar la fe sería actuar contra la conciencia(21).

La firmeza para conservar el depósito de la fe no puede degenerar, sin embargo, en cerrilismo ni en pusilanimidad: «Sé blando en la forma. —Maza de acero poderosa, envuelta en funda acolchada» (Camino, n. 397). La Palabra de Dios es afilada y poderosa ella misma y no necesita ser revestida de formas hirientes para incidir en el corazón con eficacia; basta con no adulterarla. Precisamente para servir esta eficacia existe el Magisterio de la Iglesia, que asegura al cristiano la fiel transmisión del Evangelio que salva. La formación doctrinal, el conocimiento más intenso de la fe de la Iglesia es cultivo intelectual de la fe que confirma la seguridad del camino salvador y permite total libertad de espíritu, de modo que el cristiano no se apure ante sospechas y escándalos farisaicos(22). La autoridad de Cristo en la Iglesia hace posible, pues, la libertad.

Además de incidir en la vida intelectual, la fe alcanza también el corazón humano. La luz de la fe se proyecta sobre la vida afectiva: aquietando el entendimiento, da solución también a las ansiedades del corazón y colma de modo anticipativo sus esperanzas(23). La fe se dispara en esperanza de las promesas que encierra(24) y en un amor infinito —la caridad— para el cual fue hecho nuestro corazón.

Con todo, el efecto más característico de la fe y de la visión cristiana de la realidad que destaca Camino es la alegría(25). Este gozo específico del cristiano no se origina en una autohipnosis, en «la sandez de cerrar los ojos a la realidad» (n. 40), sino en el convencimiento de «que todo cuanto sucede o puede suceder es para bien»; de este modo, el optimismo es «necesaria consecuencia» de la fe (n. 378). El gozo del creyente se intensifica cuando la fe crece y permite descubrir «nuevos mediterráneos» (cfr. n. 298), es decir, cuando el creyente cala o saborea mejor sus contenidos salvíficos.

Dinámica pneumatológica de la fe

La fe se inserta plenamente en la vida del hombre, elevándola pero sin sofocarla. Por eso la alegría esperanzada del omni a in bonum! (cfr. Rom 8, 28) puede coexistir con el lamento que naturalmente acompaña al dolor físico(26).

Camino no focaliza la fe como un objeto de pacífica posesión estática; la conversión —afirma— es sólo el primer paso de la Santificación (cfr. n. 825). Porque la fe debe crecer(27), siempre es contemplada en Camino dinámicamente: la fe es un principio que debe empapar y saturar nuestra conciencia y afectividad mediante el Don de Piedad hasta que lleguemos a sentirnos hijos de Dios(28); debe fortalecerse y llegar a ser «inconmovible»(29), «viva y penetrante» de forma que tenga una eficacia en la vida humana. Especialmente, la fe debe ser eficaz para remover los obstáculos que impiden su expansión apostólica(30), la misión evangelizadora del cristiano en el mundo.

La fuerza de la fe debe ser cebada(31) e intensificada, debe ser vivida apasionadamente por el cristiano, hasta llegar a ser «viva y operativa»(32). Junto a la intensificación subjetiva del querer, ha de colocarse el esfuerzo intelectual, el estudio(33) y la formación doctrinal, acudiendo a los libros que alimentan la inteligencia cristiana(34).

Sin embargo, más allá del querer y del poder humano, el catalizador vivísimo de la vida de fe se sitúa en la actividad del Espíritu Santo. Es Él quien, con sus Dones, hace operativa la fe.

El Paráclito sugiere el reditus ad seipsum, impulsa el cultivo de esa vida interior que permite ver, «con color y relieve insospechado, las maravillas de un mundo mejor, de un mundo nuevo». El Vivificador es quien hace descubrir en el seno de la fe «nuevos mediterráneos»(35), iluminando lo insospechado que existía latente en lo ya poseído. En esto consiste el Don de Entendimiento: en descubrir luces nuevas en la fe, mostrando su intrínseco esplendor.

La voz del Espíritu permite discernir las grandes crisis mundiales como «crisis de santos», que deben ser solucionadas por tanto desde la santidad personal del cristiano, conditio sine qua non de su arreglo(36). En esto consiste el Don de Ciencia, gracias al cual el cristiano advierte con inmediatez el sentido último que tienen los acontecimientos y las cosas del mundo.

Los dones del Espíritu Santo que se presentan con mayor profusión en Camino son los de Consejo, Piedad y Fortaleza. El Santificador hace ver con claridad notable e inmediata la dirección y sentido que debe tener la praxis de los hijos de Dios en el mundo, es decir, orienta las acciones y situaciones de la vida cristiana y refuerza la fe para afrontar esas acciones con decisión y acierto.

En efecto, la fe reforzada y actualizada por estos Dones hace posible la serenidad ante el dolor(37) y ante esa «trepidación espiritual» que es la tentación(38). Al contemplar los sucesos en una perspectiva de eternidad, es posible mantener la entereza en los conflictos(39) , perseverando en la labor apostólica aun cuando los frutos tarden en aparecer(40).

Además de dar fuerzas para resistir la adversidad, el Don de Piedad hace posible al cristiano saberse y sentirse hijo de Dios, partícipe de su Omnipotencia bondadosa; por eso puede crecerse ante los obstáculos(41) y aprovechar para su santificación incluso las experiencias más negativas(42).

La entera experiencia del cristiano queda transformada y enriquecida. Muchos «éxitos» se revelan mentirosos, aparentes(43); y muchos «fracasos» dejan de parecerlo(44). Se puede apreciar una transformación de la entera escala de valores(45), que distingue netamente la vida cristiana de la vida «animal» (cfr. 1 Cor. 2, 14) o de la vida pagana(46). La primacía de los valores cristianos se impone absolutamente, de modo que no sean subordinados a ningunos otros(47).

Los Dones del Espíritu Santo alientan especialmente la vida apostólica del cristiano, que es consecuencia necesaria de la vida de fe. La luz nos es dada para iluminar(48).

Cuando la luz encuentra obstáculos, la oposición más o menos encubierta de las tinieblas, la fe fortalecida por el Espíritu sostiene al cristiano en su empeño apostólico para que pueda esperar pacientemente a pesar de las contradicciones(49). Esta fe fortalecida es esperanza de que Dios enviará graciosamente los medios necesarios para llevar a cabo la misión apostólica(50) y es confianza de que Dios coronará el esfuerzo de quienes trabajan con constancia por El con frutos abundantes, por imprevisibles que estos frutos puedan parecer(51).

En definitiva, Camino contempla siempre una fe vivificada por el Espíritu, capaz de vencer al mundo (1 Ioh 5, 4).

Dimensión eclesial de la fe

La fe —como estamos viendo ya— es luminaria: luz para iluminar(52). Esta intuición tan evangélica (cfr. Mt 5, 14-16) empapa todo el tratamiento de la fe que recoge Camino.

Pero la dinámica de la fe no se detiene perfeccionando el entendimiento, sino uniendo a Cristo, a la Cabeza, a la Iglesia(53). La fe hace surgir inmediatamente en el corazón del cristiano los mismos sentimientos de difundir la salvación y la redención que movían a Cristo. El cristiano, como Cristo, se siente enviado para dar testimonio de la verdad (cfr. Ioh 18, 37), para iluminar y la fe es la luz para cumplir esa voluntad de Jesús(54).

El testimonio de la verdad, el apostolado de la fe y de la doctrina, es florecimiento de la fe originalmente recibida, la cual crece como vida de fe, como fe viva, como fe plenificada tanto subjetiva como objetivamente(55).

El fruto propio de la formación en la fe —la fe madura y desarrollada— es que pueda llevar, influyendo en quienes le rodean para acercarles a la fe(56).

La iluminación de fe que el cristiano provoca en ambientes anticristianos o paganizados es, en parte, mantenimiento recio de la doctrina y de la praxis de la fe en contra de los argumentos y prejuicios que la combaten o la obstaculizan. Camino, sin embargo, desaconseja a los fieles la polémica y la argumentación abstracta, no sólo en cuanto tácticas dialécticas, frente a los incrédulos, sino en el seno de la propia conciencia del cristiano. En efecto, es preciso que el cristiano mismo no ponga en duda la integridad intelectual de la fe, a pesar de la «lucidez infame» de sus detractores. Camino entiende que la vía de la deliberación teórica o del razonamiento no es a menudo el remedio más adecuado para resolver las posibles crisis de una fe impugnada. La vía de solución54 ha de buscarse más bien en el reforzamiento de la misma fe; para la crisis de una fe atacada, el remedio que se impone es actualizar la fe(57). Una Fe así fortalecida sabrá desenmascarar luego las mentiras hipócritas contra Cristo que promueve en las conciencias Satán, el Acusador mentiroso(58).

De modo semejante, en el ámbito del apostolado ad fidem, Camino aconseja situarse en un plano superior al planteamiento «objetivista» y rígidamente polémico que proponen a menudo los objetores de la fe. En algunos casos el cristiano sabrá mostrar que el planteamiento mismo de los prejuicios anticristianos es rídiculo e inconsistente(59); en otros, llamará la atención sobre la insuficiencia antropológica de los sustitutivos de la fe(60); o bien advertirá que son las malas disposiciones de la voluntad el factor que primeramente debe ser cambiado para poder percibir con ojos limpios la claridad de la fe(61). No siempre, por tanto, la argumentación estrictamente racional es el camino más conveniente(62).

Sin embargo, también es necesaria la labor intelectual, la teología, que satisfaga la legítima claridad que la inteligencia naturalmente exige; porque los hombres deben ser atraídos por Cristo sin violencia alguna, a través del convencimiento sereno(63). En vista de la extensión y especialización de la ciencia moderna es preciso que los cristianos «se dividan el trabajo para defender en todos los terrenos científicamente a la Iglesia. —Tú... no te puedes desentender de esta obligación» (cfr. Camino, n. 338).

Se concibe, pues, la defensa intelectual y cultural de la fe como amplísima empresa en la cual deben colaborar los cristianos todos, cada uno en su propio ambiente —aun cuando el papel director de la tarea recaiga sobre los intelectuales—, guiados por la formación en la fe y por ese instinto divino que el Paráclito, el Defensor, otorga junto con la gracia y que hace surgir en cada caso conflictivo palabras llenas de sabiduría, irrebatibles (cfr. Mc 13, 11) y —lo que es más importante— convincentes, eficaces, en los labios de instrumentos desproporcionados.

La eficacia del apostolado ad fidem para producir conversiones depende estrechamente de la correspondencia personal a la gracia de quienes lo ejercitan. El cristiano no debe ser «milagrero»(64), pero tiene fe en un Dios Omnipotente y misericordioso que es Eterno, y, por tanto, sabe que Dios actúa también hoy, porque «el poder de su brazo no se ha empequeñecido» (cfr. Camino, n. 586). Si Cristo vive, también hoy debe obrar maravillas a través de los cristianos que, correspondiendo a la gracia, se identifican con El(65).

Esas maravillas de la fe salvadora serán principalmente milagros de la gracia, es decir, milagros de santificación, pues tal es el fin de la fe: la curación de los propios vicios, enfermedades del alma(66); y la «pesca» milagrosa de muchos hombres, atraídos a la Iglesia de Cristo(67).

Esos milagros son el premio otorgado a una fe viva, rica de doctrina y fecunda en obras(68).

El testimonio, las obras buenas del cristiano, obras de una fe que ven los demás hombres, son el anzuelo de esa pesca: son el bonus odor Christi que atrae(69), son la luz que se deja advertir cuando se vence el temor y son las exigencias de una fe recia que contrastan con el ambiente paganizado(70).

La columna vertebral del apostolado es, así, vivir con naturalidad todas las exigencias de la fe, de una fe consolidada por el Espíritu Santo con sus Dones de modo que no sea recortada, no sea aguada lo más mínimo, a pesar de la eventual contrariedad ambiental(71).

«Camino» y la teología de la fe

¿Cuáles son, pues, en síntesis las intuiciones de fondo que vertebran el tratamiento que Camino otorga al tema de la fe?

En mi opinión, la intuición radical es la dinamicidad de la fe. La fe es simiente de vida (cfr. Lc 8, 5), principio de la vida divina que la Trinidad quiere inyectar en la naturaleza humana, raíz y corazón del nuevo organismo sobrenaturalizado que es el cristiano. La fe es el principio infuso fundamental de la divinización o «endiosamiento» del hombre(72).

El Autor de Camino acentúa esta dinamicidad, porque posee una conciencia vivísima de que la santificación es el fin intrínseco de la fe. Por eso, la fe, aunque ciertamente inhiera de modo formal en el entendimiento —los Padres acentuaban que la divinización se incoa en el hombre como iluminación—, no es nunca considerada como un conocimiento inerte, como un objeto de interés teórico. La «iluminación del ojo» debe continuarse en la iluminación de todo el ser y obrar del hombre entero (cfr. Mt 6, 22).

En esta tarea se centra el interés pastoral de Mons. Escrivá de Balaguer. La fe es el talento que debe ser multiplicado por el trabajo ascético y apostólico.

La vitalidad grande de la fe que testimonia Camino se manifiesta principalmente en su reflexividad. La vida de fe que sus páginas describen y proponen al cristiano es fruto de la fe viva de su autor; una fe tan viva que reflexiona sobre sí misma, intensificando su energía. Camino enciende repetidamente la fe en la fe cristiana, creando una fortísima confianza en el dinamismo de la fe bautismal, en la capacidad de operar una metanoia y de impulsar la santificación que posee la fe de cualquier bautizado. Esta convicción lleva a exigir a cualquier cristiano sin reserva ni atenuante alguno una firme coherencia de las obras con la fe: toda la inteligencia, toda la afectividad, y toda la experiencia humana deben ponerse al servicio de esa expansión de la fe en el ámbito de la vida personal y eclesial. Tal es la tarea de la santificación.

La expansión de la fe tiene un principio activo personal, un agente: el Espíritu Santo, el Santificador. El es, con sus Dones, quien perfecciona la vida de fe y consuma la santificación(73). La fe en la energía activa de la fe bautismal del cristiano es, en último término, fe en el Espíritu Santo Vivificador, principio impulsor de la vida sobrenatural.

La vida de fe es fruto del Espíritu y tiene un sello pneumatológico característico: alegría, serenidad, benignidad. El gaudium cum pace es el efecto psicológico más característico de la fe viva, no sólo en la esfera de los sentimientos transeúntes, sino en la de las disposiciones estables y profundas. Y el afán apostólico —dimensión eclesial de la fe— es su efecto más manifiesto en el orden de la actividad. El apostolado, florecimiento de la fe bautismal, revela el carácter esencialmente difusivo de esta incoación de la vida divina.

En definitiva, cuando Camino destaca estos tres efectos de la fe —serenidad, apostolado, alegría—, está confirmando el carácter teologal y teomórfico de esta virtud. La fe endiosa, diviniza, y hace partícipe al cristiano de la viva Inmutabilidad del Padre, de la Sabiduría salvadora y apostólica del Hijo, del gozoso Amor del Espíritu. Esa participación de la vida divina se inicia formalmente cuando el Hijo «habita en los corazones por la fe» (Eph 3, 17). Por eso, la fe puede ser definida primeramente como advenimiento de la verdad salvadora que ilumina la vida del hombre. Pero es el Espíritu del Hijo, que prepara el corazón humano para recibir a Cristo, quien luego alentará la semilla de la fe para que engendre al cristiano como otro «Cristo», convirtiéndole —simultáneamente y a semejanza de Cristo— en Apóstol. La condición de ese proceso santificador es la fidelidad, la custodia fiel, el respeto absoluto y amoroso a la Palabra sagrada e inmutable del Padre que se recibe como don para santificarnos en verdad (cfr. Ioh 17, 19).

He aquí el esquema teológico que puede adivinarse implícito en la praxis cristiana testimoniada y propuesta por Camino.

Pero resulta quizá más elocuente, a la hora de valorar la profundidad y trascendencia de este nuevo «clásico de la espiritualidad» escrito antes de la II Guerra Mundial, apreciar el asombroso paralelismo que van a mostrar con este mapa de la fe que hemos descrito los textos del Concilio Vaticano II, el gran Concilio pastoral.

Al recordar, de modo nuevo e insólito tras siglos de olvido práctico, la llamada evangélica a la santidad que Cristo dirige a todos, el Concilio la definirá precisamente como el «Camino de la Fe»(74), fruto del ejercicio continuo de la fe(75). La fe es ponerse el hombre todo entero a disposición de Dios, recibiendo voluntariamente en su entendimiento la Verdad salvadora por Él revelada(76). La fe —enseña también el Concilio— debe ser alimentada y crecer(77), perfeccionada por el Espíritu Santo(78) para iluminar toda la vida humana(79). Si el error más grande de nuestra época es abortar ese crecimiento, divorciando la fe de la vida humanas(80), la coherencia de la vida con la fe es la base del apostolado del cristiano(81), que con su vida de fe se convierte en anuncio vivo de la fe(82). Así pues, el apostolado fluye necesariamente de la fe promovida y desarrollada por el Espíritu Santo y testimoniada en la vida misma(83). Esa fe viva, que respeta siempre la integridad de la doctrina(84) y la libertad ajena(85), es el remedio más eficaz contra el ateísmo(86).

La viveza y concreción de sus contenidos hacen, pues, de Camino un medio muy práctico para aplicar a la vida de los cristianos corrientes las directivas del Concilio sobre la vida de fe.

(1) Sobre la génesis de Camino, cfr. ANDRÉS VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975) (Rialp, Madrid 1983), pp. 144-145; 195-196 y 427-428.

(2) PEDRO RODRÍGUEZ, Camino y la espiritualidad del Opus Dei, en Teología Espiritual, 9 (1965) n. 26. Citaremos la edición publicada en VV., La vocación cristiana, Epalsa Madrid, 1975. Sobre el clima neotestamentario de Camino: cfr. pp. 79-84.

(3) Cfr. Ioh 14, 26. El autor tiene una viva convicción de la acción del Espíritu Santo en el alma del cristiano: «Frecuenta el trato del Espíritu Santo —el Gran Desconocido—que es quien te ha de santificar. No olvides que eres templo de Dios. —El Paráclito está en el centro de tu alma: óyele y atiende dócilmente sus inspiraciones» (Camino, n. 57). Sobre esta acción del Santificador en Camino, cfr. RAFAEL GÓMEZ PÉREZ, Encontrarse siendo cristiano, IV: «Por el Espíritu Santo» (Epalsa, Madrid, 1971), pp. 109-112.

(4) «Los actos de Fe, Esperanza y Amor son válvulas por donde se expansiona el fuego de las almas que viven vida de Dios» (Camino, n. 667). Cfr. Es Cristo que pasa, n. 104: «Hay que unirse a El (Cristo) por la fe, dejando que su vida se manifieste en nosotros.» Centro de su predicación es que la fe endiosa al hombre —la 0ÉitootÇ de los Padres griegos—, cfr. Amigos de Dios. nn. 106-107.

(5) «¿Brillar como una estrella..., ansia de altura y de lumbre encendida en el cielo? Mejor: quemar, como una antorcha, escondido, pegando tu fuego a todo lo que tocas. —Este es tu apostolado: para eso estás en la tierra» (Camino, n. 835).

(6) Cfr. Camino, n. 142. Cfr. Amigos de Dios, nn. 192-194: la fe opera el milagro de la propia conversión; su fin intrínseco es salvar al hombre. Para ello, el hombre debe rendir su soberbia autosuficiencia, abriéndose a la acción de Dios; la Fe es «humanidad de la razón» (Surco, n. 259).

(7) «¡Luces nuevas! —¡Qué alegría tienes porque el Señor te hizo descubrir otro Mediterráneo! —Aprovecha esos instantes: es la hora de romper a cantar un himno de acción de gracias: y es también la hora de desempolvar rincones de tu alma, de dejar alguna rutina, de obrar más sobrenaturalmente, de evitar un posible escándalo en el prójimo...

* En una palabra: que tu agradecimiento se manifieste en un propósito concreto» (Camino, n. 298). Cfr. Forja, n. 544.

(8) «Echa lejos de ti esa desesperanza que te produce el conocimiento de tu miseria.

— Es verdad: por tu prestigio económico, eres un cero..., por tu prestigio social, otro cero..., y otro por tus virtudes, y otro por tu talento... Pero, a la izquierda de esas negaciones, está Cristo... Y ¡qué cifra inconmensurable resulta!» (Camino, n. 473).

(9) «Al regalarte aquella Historia de Jesús, puse como dedicatoria: "Que busques a Cristo: Que encuentres a Cristo: Que ames a Cristo." Son tres etapas clarísimas. ¿Has intentado, por lo menos, vivir la primera?» (Camino, n. 382).

(10) «Enciende tu fe. —No es Cristo una figura que pasó. No es un recuerdo que se pierde en la historia. ¡Vive!: "Iesus Christus heri et hodie: ipse et in secula!" —dice San Pablo— ¡Jesucristo ayer y hoy y siempre!. (Camino, n. 584).

Es característico del creyente el radical «realismo» de su trato diario con Jesús: cfr. Surco, n. 688.(11)

(11) «La conversión es cosa de un instante. —La Santificación es obra de toda la vida» (Camino, n. 285).

(12) «Te lo dice San Pablo, alma de apóstol: "Iustus ex fide vivit" —El justo vive de la fe. —¿Qué haces que dejas que se apague ese fuego?» (Camino, n. 578). Dios cuenta, pues, con la libertad del creyente: cfr. Surco, n. 956.

(13) «Si pierdes el sentido sobrenatural de tu vida, tu caridad será filantropía; tu pureza, decencia; tu mortificación, simpleza; tu disciplina, látigo, y todas tus obras, estériles. (Camino, n. 280). La fe es raíz y razón de todas las virtudes cristianas: cfr. P. RODRÍGUEZ, Fe y vida de Fe (Eunsa, Pamplona, 1975), pp. 194-195.

(14) Cfr. P. RODRÍGUEZ o. c., III: «La imagen del cristiano propuesta en Camino: el concepto de unidad de vida», pp. 133-139; IGNACIO DE CELAYA, Unidad de vida y plenitud cristiana, en Scripta Theologica, 13 (1981), nn. 655-674 (publicado también en AA.VV., Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer y el Opus Dei, Eunsa, Pamplona, 1983).

(15) Cfr. Conversaciones, n. 114.

(16) «Que tu vida no sea una vida estéril. —Sé útil. —Deja poso. —Ilumina, con la luminaria de tu fe y de tu amor. Borra, con tu vida de apóstol, la señal viscosa y sucia que dejaron los sembradores impuros del odio. —Y enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que llevas en el corazón» (Camino, n. 1); Cfr. Surco, n. 73. Cfr. RAMÓN GARCÍA DE HARO, Homilías: "Es Cristo que pasa", I, 4: «La luminosa oscuridad de la fe», en VV., La vocación cristiana, cit., pp. 160-163: «Lo más luminoso, lo más seguro es Dios, la fe (...) se percibe una protesta contra el excesivo resaltar la oscuridad de la fe» (p. 160).

(17) «La gente tiene una visión plana, pegada a la tierra, de dos dimensiones. —Cuando vivas vida sobrenatural obtendrás de Dios la tercera dimensión: la altura, y, con ella, el relieve, el peso y el volumen» (Camino, n. 279).

(18) «Algunos pasan por la vida como por un túnel, y no se explican el esplendor y la seguridad y el calor del sol de la fe» (Camino, n. 575). Cfr. Surco, n. 83: la fe permite experimentar una nueva dimensión de belleza.

(19) «"Et unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam!..." —Me explico esa pausa tuya, cuando rezas, saboreando: creo en la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica...» (Camino, n. 517). Mons. Escrivá destacará, entre los Dones del Espíritu Santo, el Don de Sabiduría «que, al hacernos conocer a Dios y gustar de Dios, nos colocan en condiciones de poder juzgar con verdad sobre las situaciones y las cosas de esta vida» (Es Cristo que pasa, n. 133).

(20) «Aquel hombre de Dios, curtido en la lucha, argumentaba así: ¿Que no transijo? ¡Claro!: porque estoy persuadido de la verdad de mi ideal. En cambio, usted es muy transigente...: ¿le parece que dos y dos sean tres y medio? —¿No...?, ¿ni por amistad cede en tan poca cosa? —¡Es que, por primera vez, se ha persuadido de tener la verdad... y se ha pasado a mi partido!» (Camino, n. 395). Cfr. Forja, nn. 131, 580, 726; Surco, nn. 358, 939.

(21) «La transigencia es señal cierta de no tener la verdad. —Cuando un hombre transige en cosas de ideal, de honra o de Fe, ese hombre es un... hombre sin ideal, sin honra y sin Fe» (Camino, n. 394). Cfr. Forja, n. 456.

(22) «Queda tranquilo si asentaste una opinión ortodoxa, aunque la malicia del que te escuchó le lleve a escandalizarse. —Porque su escándalo es farisaico» (Camino, n. 349). La disposición de fidelidad al Magisterio de la Iglesia es condición de una fecunda libertad y apertura: cfr. S. BERNAL, Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer. Apuntes sobre la vida del Fundador el Opus Dei (Madrid, 1980), p. 266.

(23) «¡ Qué hermosa es nuestra Fe Católica! —Da solución a todas nuestras ansiedades y aquieta el entendimiento y llena de esperanza el corazón» (Camino, n. 582). Cfr. Surco, n. 83; Forja, n. 999.

(24) «"Si habueritis fidem, sicut granum sinapis!" —¡Si tuvierais fe tan grande como un granito de mostaza!... —¡Qué promesas encierra esa exclamación del Maestro!» (Camino, n. 585).

(25) «No estés triste. —Ten una visión más... "nuestra" —más cristiana— de las cosas» (Camino, n. 664).

Una vivencia heroica de esta virtud que es la alegría se encuentra relatada en SALVADOR BERNAL, Op. cit.: Durante la Guerra de España Mons. Escrivá contemplaba en la lejanía con un anteojo militar la casa donde con urgente sacrificio había instalado una residencia de estudiantes; estaba totalmente destruida: «Al ver esas ruinas, se echó a reír. Un oficial le preguntó el motivo. Con su fe indómita en la Providencia Divina, contestó: porque estoy viendo lo poco que queda de mi casa. Dios lo arreglará todo, pensaba» (p. 251).

(26) El Fundador del Opus Dei tiene una doctrina fascinante sobre las relaciones de naturaleza y gracia. Cfr. Forja, n. 659.

«Sufres... y no querrías quejarte.—No importa que te quejes —es la reacción natural de la pobre carne nuestra—, mientras tu voluntad quiere en ti, ahora y siempre, lo que quiera Dios» (Camino, n. 718).

La inserción en la vida natural en lo humano se debe realizar con gran naturalidad hasta constituir una fuerte unidad vital (cfr. nota 14). El crecimiento y reforzamiento de la fe debe apoyarse en la experiencia corriente de los hombres y no sólo contar con ella. Veamos un ejemplo: «¿No es raro que muchos cristianos, pausados y hasta solemnes para la vida de relación (no tienen prisa), para sus poco activas actuaciones profesionales, para la mesa y para el descanso (tampoco tienen prisa), se sientan urgidos y urjan al Sacerdote, en su afán de recortar, de apresurar el tiempo dedicado al Sacrificio Santísimo del Altar?» (Camino, n. 530). Por otra parte, la fe cristiana tiene unas exigencias humanas y promueve el desarrollo de virtudes humanas: «No me explico que te llames cristiano y tengas esa vida de vago inútil. —¿Olvidas la vida de trabajo de Cristo?» (Camino, n. 356). La fe ilumina las situaciones humanas, en cuanto esas situaciones son ocasiones de pecado o santidad y realizan o contrarían el Reino de Cristo; pero, en esa incidencia sobre el mundo, la fe no se asimila a las ideologías humanas (cfr. Es Cristo que pasa, n. 99). Desde un plano superior, las exigencias insubordinables de la fe no cercenan ni achican los valores humanos nobles, por el contrario los suscitan y potencian (ibídem, nn. 41 y 133). A su vez, esos valores humanos tienen una cierta y real autonomía en la vida del cristiano. Por eso, la posesión de la fe no exime al cristiano del esfuerzo por conocerlos y asimilarlos, al igual que hacen otros hombres. Además, en el caso del cristiano, el cultivo de esos valores —por ejemplo, los valores estéticos— puede ser útil a la dinámica misma de la fe: »Hay una urbanidad de la piedad. —Apréndela. —Dan pena esos hombres "piadosos" que no saben asistir a Misa —aunque la oigan a diario—, ni santiguarse —hacen unos raros garabatos, llenos de precipitación—, ni hincar la rodilla ante el Sagrario —sus genuflexiones ridículas parecen una burla—, ni inclinar reverentemente la cabeza ante una imagen de la Señora» (Camino, n. 541). Cfr. Camino, nn. 542 y 543.

(27) «"Omnia possibilia sunt credenti". —Todo es posible para el que cree. —Son palabras de Cristo. —¿Qué haces, que no le dices con los apóstoles: "adauge nobis fidem!" —¡auméntame la fe!?» (Camino, n. 588). Cfr. Forja, n. 257.

(28) «Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. —Vivimos como si el Señor estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas, y no consideramos que también está siempre a nuestro lado. (...) Preciso es que nos empapemos, que nos saturemos de que Padre y muy Padre nuestro es el Señor que está junto a nosotros y en los cielos» (Camino, n. 267).

Cfr. Amigos de Dios, n. 312: «Cuando la fe flojea, el hombre tiende a figurarse a Dios como si estuviera lejano, sin que apenas se preocupe de sus hijos. Piensa en la religión como algo yuxtapuesto.» Cuando la fe vibra en el alma, se descubre, en cambio, la cercanía de Dios, como los discípulos de Emaús (ibídem, n. 313). Cfr. Surco, n. 658.

(29) «¡Con qué humildad y con qué sencillez cuentan los evangelistas hechos que ponen de manifiesto la fe floja y vacilante de los Apóstoles! —Para que tú y yo no perdamos la esperanza de llegar a tener la fe inconmovible y recia que luego tuvieron aquellos primeros» (Camino, n. 581). Cfr. Camino, n. 995. Cfr. Forja, n. 6C2. Mons. Escrivá agradecía haber recibido de Dios «una fe tan gorda, que se puede portar» (VÁZQUEZ DE PRADA, o. c., p. 124).

(30) «Fe viva y penetrante. Como la fe de Pedro. —Cuando la tengas —lo ha dicho Él— apartarás los montes, los obstáculos, humanamente insuperables, que se opongan a tus empresas de apóstol» (Camino, n. 489). Cfr. Camino, n. 982.

Cfr. Forja, nn. 259, 219: el creyente participa de la omnipotencia de Dios. Algunas circunstancias que exigieron especialmente esa fe de Mons. Escrivá para abrir camino jurídico al Opus Dei están descritas en VÁZQUEZ DE PRADA, o. c., cap. VII: «Roma».

Al lanzar a todos los cristianos a una vida de fe, el autor de Camino no soñaba en proporcionarles «fórmulas cristianas» que solucionen todos los problemas humanos. Esas fórmulas para ordenar el mundo y preparar el reinado de paz de Cristo han de hallarlas, en buena parte, responsable y libremente ellos mismos, abriendo camino «a golpe de sus pisadas»: Cfr. Surco, n. 653.

(31) Cfr. Camino, n. 578. Fue constante la insistencia de Mons. Escrivá en funda

mentar en la fe la santidad y el apostolado. A los primeros que venían en el comienzo del Opus Dei les pedía »mucha fe en Dios» (VÁZQUEZ DE PRADA, o. c., p. 147) y les infundía una fe gigante en la expansión de lo que entonces era nada (Cfr. S. BERNAL, op. cit., p. 150: «soñad —decía a las primeras mujeres del Opus Dei— y os quedaréis cortas»). En su predicación y en su conversación afloraba de continuo la necesidad de llevar vida de fe (ibídem, pp. 102 y 221), de modo tan fuerte que quienes le oían sentían «como vértigo» (p. 195).

(32) «¡Qué afán ponen los hombres en sus asuntos terrenos!: ilusiones de honores, ambición de riquezas, preocupaciones de sensualidad. —Ellos y ellas, ricos y pobres, viejos y hombres maduros y jóvenes y aun niños: todos igual. —Cuando tú y yo pongamos el mismo afán en los asuntos de nuestra alma tendremos una fe viva y operativa: y no habrá obstáculo que no venzamos en nuestras empresas de apostolado» (Camino, n. 317). Cfr. Camino, n. 316. Mons. Escrivá de Balaguer tenía una fortísima convicción de que la fe es una virtud que no se reduce a «contenidos», ni mucho menos —como era usual en ambientes católicos— constituye tan sólo un tema de interés teórico. La fe es virtud operativa: «Fe. —Da pena ver de qué abundante manera la tienen en su boca muchos cristianos, y con qué poca abundancia la ponen en sus obras. —No parece sino que es virtud para predicarla, y no para practicarla» (n. 579).

Cfr. Amigos de Dios, n. 204; Surco, nn. 111, 949, 121, 308.

La fe verdadera exige coherencia creciente entre la Palabra salvadora que se confiesa y las obras del cristiano. El Fundador del Opus Dei, al predicar la llamada universal a la santidad —es decir esa fuerte coherencia de la fe—, no ponía en sordina ninguna exigencia evangélica, ni preveía ninguna situación en que fuera «prudente» para un cristiano «poner paños calientes» a algún aspecto de la fe:

«¿Resignación?... ¿Conformidad?... ¡Querer la Voluntad de Dios!» (Camino, n. 757). Cfr. Camino, n. 758.

La fe debe ser operativa con generosidad y sacrificio grandes (cfr. Amigos de Dios, nn. 195-198).

(33) «Educador: el empeño innegable que pones en conocer y practicar el mejor método para que tus alumnos adquieran la ciencia terrena ponlo también en conocer y practicar la ascética cristiana, que es el único método para que ellos y tú seáis mejores» (n. 344).34

(34) «Libros. —Extendí la mano, como un pobrecito de Cristo (...) ¡y me llevé cada chasco! —¿Por qué no entienden, Jesús, la honda caridad cristiana de esa limosna, más eficaz que dar pan de buen trigo?» (Camino, n. 467). Cfr. Camino, n. 26. Mons. Escrivá definía precisamente el Opus Dei como un esfuerzo por promover esa formación doctrinal de la fe entre cristianos corrientes de todas las clases y situaciones sociales: «una gran catequesis» (cfr. VÁZQUEZ DE PRADA, o. c., p. 388).

(35) «Distraerte. —¡Necesitas distraerte...! abriendo mucho tus ojos para que entren bien las imágenes de las cosas, o cerrándolos casi, por exigencia de tu miopía... ¡Ciérralos del todo!: ten vida interior, y verás, con color y relieve insospechados, las maravillas de un mundo mejor, de un mundo nuevo: y tratarás a Dios..., y conocerás tu miseria..., y te endiosarás... con un endiosamiento que, al acercarte a tu Padre, te hará más hermano de tus hermanos los hombres» (Camino, n. 283). Cfr. Camino, n. 298.

Para Mons. Escrivá vivir la fe era sinónimo de »vivir según el Espíritu Santo», porque es el Espíritu de Cristo quien crea la madurez de la fe que perfecciona en el hombre la imagen perfecta de Dios (cfr. Es Cristo que pasa, n. 134).

(36) «Un secreto. —Un secreto, a voces: estas crisis mundiales son crisis de santos. —Dios quiere un puñado de hombres "suyos" en cada actividad humana. —Después... "pax Christi in regno Christi" —la paz de Cristo en el reino de Cristo» (Camino, n. 301).

(37) «Te acogota el dolor porque lo recibes con cobardía. —Recíbelo, valiente, con espíritu cristiano: y lo estimarás como un tesoro» (Camino, n. 169).

(38) Cfr. Camino, n. 715; Surco, n. 119.

(39) «Estás intranquilo. —Mira: pase lo que pase en tu vida interior o en el mundo que te rodea nunca olvides que la importancia de los sucesos o de las personas es muy relativa. —Calma: deja que corra el tiempo; y, después, viendo de lejos y sin pasión los acontecimientos y las gentes adquirirás la perspectiva, pondrás cada cosa en su lugar y con su verdadero tamaño. Si obras de este modo, serás más justo y te ahorrarás muchas preocupaciones» (Camino, n. 702). Cfr. Via Crucis, IV Estación, n. 5; Forja, nn. 805, 657. El horizonte de eternidad que proyecta con viveza el Don de Ciencia permite también contrarrestar la fascinación de la temporal:

«El mundo, el demonio y la carne son unos aventureros que, aprovechándose de la debilidad del salvaje que llevas dentro, quieren que, a cambio del pobre espejuelo de un placer —que nada vale—, les entregues el oro fino y las perlas y los brillantes y rubíes empapados en la sangre viva y redentora de tu Dios, que son el precio y el tesoro de tu eternidad» (Camino, n. 708).

Cfr. también Amigos de Dios, nn. 203 y 206: la fe florece en «visión sobrenatural» de modo que el cristiano «trabaja en este mundo, al que ama apasionadamente, metido en los afanes de la tierra, con la mirada en el Cielo».

(40) ¡Bendita perseverancia la del borrico de noria! —Siempre al mismo paso. Siempre las mismas vueltas. —Un día y otro: todos iguales. Sin eso, no habría madurez en los frutos, ni lozanía en el huerto, ni tendría aromas el jardín. Lleva este pensamiento a tu vida interior» (Camino, n. 998). Cfr. Forja, n. 235.

(41) «Crécete ante los obstáculos. —La gracia del Señor no te ha de faltar: "inter medium montium pertransibunt aquae!" —¡pasarás a través de los montes! ¿Qué importa que de momento hayas de recortar tu actividad si luego, como muelle que fue comprimido, llegarás sin comparación más lejos que nunca soñaste?» (n. 12). Cfr. Camino, n. 274.

(42) «Se han desatado las lenguas y has sufrido desaires que te han herido más porque no los esperabas. Tu reacción sobrenatural debe ser perdonar —y aun pedir perdón— y aprovechar la experiencia para despegarte de las criaturas» (Camino, n. 689). Cfr. Camino, n. 828. La base de ese relanzamiento y nuevo impulso ha de ser la humildad, el profundo conocimiento de sí y de Dios que es alcanzado por la fe:

«Te reconoces miserable. Y lo eres. —A pesar de todo —más aún: por eso— te buscó Dios. —Siempre emplea instrumentos desproporcionados: para que se vea que la "obra" es suya. —A ti sólo te pide docilidad» (n. 475). El Espíritu Santo es quien nos da la dimensión justa de nuestras relaciones con Dios: «Procura conocer la "vía de infancia espiritual" sin "forzarte" a seguir ese camino. —Deja obrar al Espíritu Santo» (n. 852). El Paráclito es quien promueve, pues, la «vida de infancia espiritual» con el Don de Piedad. El Espíritu Santo que es Amor subsistente es quien enseña a los hijos pequeños de Dios el valor de las cosas pequeñas: «Hacedlo todo por Amor. —Así no hay cosas pequeñas:

todo es grande. —La perseverancia en las cosas pequeñas, por Amor, es heroísmo» (n. 813). Cfr. Camino, nn. 824 y 829.

(43) «No hagas mucho caso de lo que el mundo llama victorias o derrotas. Sale

tantas veces derrotado el vencedor!» (n. 415).

(44) «¿Que has fracasado? —Tú —estás bien convencido— no puedes fracasar. No has fracasado: has adquirido experiencia. Adelante!» (Camino, n. 405). Cfr. n. 311. La biografía de Mons. Escrivá permite ilustrar la fe gigante que se halla tras estas palabras: Cfr. nota 25.45

(45) «Nada hay mejor en el mundo que estar en gracia de Dios» (Camino, n. 286). Cfr. nn. 386 y 194.

(46) «Pide humildemente al Señor que te aumente la fe. —Y luego, con nuevas luces, juzgarás bien las diferencias entre las sendas del mundo y tu camino de apóstol» (Camino, n. 580).47

(47) Por ejemplo: «Servir de altavoz al enemigo es una idiotez soberana; y, si el enemigo es enemigo de Dios, es un gran pecado. —Por eso, en el terreno profesional, nunca alabaré la ciencia de quien se sirve de ella como cátedra para atacar a la Iglesia» (Camino, n.836). No se aconseja faltar a la justicia ni difamar, sino sólo prevenir el escándalo, el mal espiritual de terceros. La actuación del hombre jamás debe ser mecánica, sino responsable; ha de prever las consecuencias de sus actos y obrar siempre en vista de lo mejor, evitando los efectos malos en cuanto sea posible (es decir, utilizando medios lícitos y nobles).

(48) Cfr. Camino, n. 1 y Es Cristo que pasa, nn. 147-148.

(49) «En las horas de lucha y contradicción, cuando quizá "los buenos" llenen de obstáculos tu camino, alza tu corazón de apóstol: oye a Jesús que habla del grano de mostaza y de la levadura. —Y dile: "edissere nobis parabolam" —explícame la parábola. Y sentirás el gozo de contemplar la victoria futura: aves del cielo, en el cobijo de tu apostolado, ahora incipiente; y toda la masa fermentada» (Camino, n. 695). Cfr. Es Cristo que pasa, nn. 45, 106 y 177.

(50) una fe gigante... —El que te da esa fe, te dará los medios» (Camino, n. 577). Cfr. Camino, nn. 472 y 474. La biografía de Mons. Escrivá contiene ejemplos conmovedores de esa esperanza confiada que le llevó a lanzarse a aventuras apostólicas de gran envergadura sin que en el horizonte se insinuasen los medios humanos necesarios: cfr. VÁZQUEZ DE PRADA, o. c., pp. 143, 173, 244, 250 y 452; BERNAL. O. c., pp. 315-316. Los únicos medios que deben centrar la atención del cristiano en orden a dar frutos de santidad son los medios sobrenaturales:

«Primero oración; después, expiación; en tercer lugar, muy en "tercer lugar", acción» (Camino, n. 82). Además, la fe de un cristiano que vive en medio del mundo —y éste es el mensaje central del Opus Dei— le hace descubrir la Voluntad de Dios en el mismo trabajo profesional que desarrolla, de modo que ese trabajo llega a ser visto él mismo como medio de santificación propia y ajena:

«Una hora de estudio, para un apóstol moderno, es una hora de oración» (Camino, n. 335). Cfr. n. 277. Cfr. J. LUIS ILLANES, La santificación del trabajo (Epalsa, Madrid, 1982).

(51) «Dios es el de siempre. —Hombres de fe hacen falta: y se renovarán los prodigios que leemos en la Santa Escritura. —"Ecce non est abbreviata manus Domini" —¡El brazo de Dios, su poder, no se ha empequeñecido!» (Camino, n. 586). Cfr. nn. 794, 837, 998.

(52) «Es preciso que seas "hombre de Dios", hombre de vida interior, hombre de oración y de sacrificio. —Tu apostolado debe ser una superabundancia de tu vida "para adentro"» (Camino, n. 961).53

(53) «Gozosamente te bendigo, hijo, por esa fe en tu misión de apostol que te llevó a escribir: "No cabe duda: el porvenir es seguro, quizá a pesar de nosotros. Pero es menester que seamos una sola cosa con la Cabeza ---‘ut omnes unum sint!'— por la oración y por el sacrificio"» (n. 968).

(54) Cfr. Camino, n. 497. La fe connota conocimiento de la Voluntad divina y, enseguida, obediencia. Por eso Santa María y San José son de modo excelente maestros de fe: cfr. Es Cristo que pasa, nn. 41 y 174; Amigos de Dios, nn. 284-285.55

(55) «Estudiante: fórmate en una piedad sólida y activa, destaca en el estudio, siente anhelos firmes de apostolado profesional. —Y yo te prometo, con ese vigor de tu formación religiosa y científica, prontas y dilatadas expansiones» (Camino, n. 346). Mons. Escrivá de Balaguer proponía la doble faz de esta plenitud en una fórmula sintética: «piedad de niños y doctrina de teólogos» (Es Cristo que pasa, n. 10). La piedad robustece la fe (Amigos de Dios, n. 309) y la doctrina ilumina y destruye la oscuridad de la ignorancia. Mons. Escrivá consideraba que esa ignorancia era »el mayor enemigo de Dios» (cfr. S. BERNAL o. c., p. 475; Forja, n. 635).

(56) «"¡Influye tanto el ambiente!», me has dicho. —Y hube de contestar: sin duda. Por eso es menester que sea tal vuestra formación, que llevéis, con naturalidad, vuestro propio ambiente, para dar "vuestro tono" a la sociedad con la que conviváis. —Y, entonces, si has cogido ese espíritu, estoy seguro de que me dirás con el pasmo de los primeros discípulos al contemplar las primicias de los milagros que se obraban por sus manos en nombre de Cristo: "¡Influimos tanto en el ambiente!"» (Camino, n. 376).

(57) «¡Con qué infame lucidez arguye Satanás contra nuestra Fe Católica! Pero, digámosle siempre, sin entrar en discusiones: yo soy hijo de la Iglesia» (Camino, n. 576). Cfr. n. 141. En la práctica pastoral, el autor de Camino advertía que ante muchos cristianos que dicen «haber perdido la fe» habría que sospechar que la fe no ha dejado de latir en esas personas, aunque con los pecados personales y con la falta de formación doctrinal puede estar tan muerta e inmóvil como un cadáver, cubierta por «una serie de capas de indiferencia, de lecturas mal digeridas, quizá de ambientes y de costumbres torcidas» (Cfr. VÁZQUEZ DE PRADA, o. c., pp. 394-395). Esa fe muerta puede ponerse en pie de un salto y resucitar como Lázaro —es una experiencia sorprendente y gozosa de tantos cristianos—tras una buena confesión.

(58) «Confusionismo. —Supe que vacilaba la rectitud de tu criterio. Y, para que me entendieras, te escribí: el diablo tiene la cara muy fea, y como sabe tanto, no se expone a que le veamos los cuernos. No va de frente. —Por eso, ;cuántas veces viene con disfraz de nobleza y hasta de espiritualidad!» (Camino, n. 384). Cfr. n. 725.59

(59) «¡Hombre! Ponle en ridículo. —Dile que está pasado de moda: parece mentira que aún haya gente empeñada en creer que es buen medio de locomoción la diligencia... —Esto, para los que renuevan volterianismos de peluca empolvada, o liberalismos desacreditados del XIX» (n. 849).

La única actitud lúcida de la inteligencia humana ante su Creador es la adoración: «¿Cómo te atreves a emplear ese chispazo del entendimiento divino, que es tu razón, en otra cosa que no sea dar gloria a tu Señor?» (n. 782).

(60) «No tienen fe. —Pero tienen supersticiones. Risa y vergüenza nos dio aquel poderoso que perdía su tranquilidad al oír una determinada palabra, de suyo indiferente e inofensiva —que era, para él, de mal agüero— o al ver girar la silla sobre una pata» (Camino, n. 587). Cfr. Surco, n. 44.

(61) «El manjar más delicado y selecto, si lo come un cerdo (que así se llama, sin perdón) se convierte, a lo más, ¡en carne de cerdo! Seamos ángeles, para dignificar las ideas, al asimilarlas. —Cuando menos, seamos hombres: para convertir los alimentos, siquiera, en músculos nobles y bellos, o quizá en cerebro potente... capaz de entender y adorar a Dios. —Pero... ¡no seamos bestias, como tantos y tantos!» (Camino, n. 367). Cfr. nn. 212 y 993.

Cfr. Es Cristo que pasa, n. 165. Estas malas disposiciones son las que impiden entender la «lógica de Dios» (ibídem, nn. 185 y 172), y deforman el cristianismo, transformándolo en «locura» ante los ojos turbios (cfr. 1 Cor 1, 23). «Eso —tu ideal, tu vocación— es... una locura. —Y los otros —tus amigos, tus hermanos— unos locos... ¿No has oído ese grito alguna vez muy dentro de ti? —Contesta, con decisión, que agradeces a Dios el honor de pertenecer al "manicomio"» (Camino, n. 910). Cfr. Surco, n. 837.

(62) «¿Razones...? ¿Qué razones daría el pobre Ignacio al sabio Xavier? (Camino, n. 798).

(63) «"Venite post me, et faciam vos fieri piscatores hominum" —venid detrás de mí, y os haré pescadores de hombres. —No sin misterio emplea el Señor estas palabras: a los hombres —como a los peces— hay que cogerlos por la cabeza. ¡Qué hondura evangélica tiene el "apostolado de la inteligencia"» (Camino, n. 978).

Cfr. Surco, n. 572. Sobre el respeto absoluto a la libertad de las conciencias en materia de fe, cfr. Amigos de Dios, nn. 32, 36 y 38; Conversaciones, n. 44. La exposición sencilla y sincera de una fe vivida tiene la fuerza atractiva de la Palabra divina: cfr. Forja, n. 1017.

(64) «No soy "milagrero". —Te dije que me sobran milagros en el Santo Evangelio

para asegurar fuertemente mi fe. —Pero me dan pena esos cristianos —incluso piadosos, "¡apostólicos!"— que se sonríen cuando oyen hablar de caminos extraordinarios, de sucesos sobrenaturales. —Siento deseos de decirles: sí, ahora hay también milagros: ¡nosotros los haríamos si tuviéramos fe!» (Camino, n. 583).

(65) «No necesito milagros: me sobra con los que hay en la Escritura. —En cambio, me hace falta tu cumplimiento del deber, tu correspondencia a la gracia» (Camino, n. 362).

Cfr. en Amigos de Dios la homilía «Vida de fe» (12. X. 1947), en especial los nn. 190 y 203; cfr. también n. 262; Surco, n. 235.

(66) «"Domine!" —¡Señor!—, "si vis, potes me mundare" —si quieres, puedes curarme. —¡Qué hermosa oración para que la digas muchas veces con la fe del leprosito cuando te acontezca lo que Dios y tú y yo sabemos! —No tardarás en sentir la respuesta del Maestro: "volo, mundare!" —quiero, ¡sé limpio!» (Camino, n. 142). Cfr. n. 719. Cfr. Forja, nn. 324, 386, 231, 257: es notable la viva actualización parenética de los textos evangélicos.

(67) «¡Oh poder de la obediencia! —El lago de Genesaret negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano. —Ahora, obediente, volvió la red al agua y pescaron "piscium multitudinem copiosam" —una gran cantidad de peces. —Créeme: el milagro se repite cada día» (Camino, n. 629). Cfr. Surco, nn. 207, 945: la fe «revolucionará» el mundo.

(68) «Muchos falsos apóstoles, a pesar de ellos, hacen bien a la masa, al pueblo, por la virtud misma de la doctrina de Jesús que predican, aunque no la practiquen. Pero no se compensa, con este bien, el mal enorme y efectivo que producen matando almas de caudillos, de apóstoles, que se apartan, asqueadas, de quienes no hacen lo que enseñan a los demás. Por eso, si no quieren llevar una vida íntegra, no deben ponerse jamás en primera fila, como jefes de grupo, ni ellos, ni ellas» (Camino, n. 411).

(69) «No os preocupe si por vuestras obras "os conocen". —Es el buen olor de Cristo. —Además, trabajando siempre exclusivamente por El, alegraos de que se cumplan aquellas palabras de la Escritura: "Que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos"» (Camino, n. 842). Cfr. Forja, n. 723: el cristiano debe »hacer tangible» su Fe.

(70) »"Y ¿en un ambientepaganizado o pagano, al chocar este ambiente con mi vida, no parecerá postiza mi naturalidad?", me preguntas. —Y te contesto: Chocará sin duda, la vida tuya con la de ellos: y ese contraste, por confirmar con tus obras tu fe, es precisamente la naturalidad que yo te pido» (Camino, n. 380).

(71) «¿Quién te ha dicho que hacer novenas no es varonil? —Varoniles serán esas devociones, cuando las ejercite un varón... con espíritu de oración y de penitencia» (Camino, n. 574).

(72) Cfr. Conversaciones, n. 123: »sin la fe, falta el fundamento mismo para la santificación de la vida ordinaria».

(73) La llamada de Dios, el carácter bautismal y la gracia, hacen que cada cristiano pueda y deba encarnar plenamente la fe» (Conversaciones, n. 58).

(74) Cfr. Lumen Gentium, n. 41.

(75) Cfr. Apostolicam Actuositatem, n. 4.

(76) Cfr. Dei Verbum, n. 5.

(77) Cfr. Sacrosanctum Concilium, nn. 33 y 59.

(78) Cfr. Dei Verbum, n. 5, y JOSÉ MIGUEL ODERO, La fe y la Pneumatología en «Dei Verbum», Comunicación al VI Simposio Internacional de Teología de la Universidad de Navarra (Pamplona, 1984).

(79) Cfr. Gaudium et Spes, n. 11.

(80) Cfr. Ibídem, n. 43.

(81) Cfr. Apostolicam Actuositatem, n. 13.

(82) Cfr. Lumen Gentium, n. 35.

(83) Cfr. Apostolicam Actuositatem, nn. 3 y 16.

(84) Cfr. Unitatis Redintegratio, n. 11.

(85) Cfr. Dignitatis Humanae, nn. 4 y 10.

(86) Cfr. Gaudium et Spes, n. 21.