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Han escrito sobre Camino
Un trabajo irreemplazable
François-Xavier Guerra. Un trabajo irreemplazable

 

Me da mucha alegría participar en esta presentación de la edición crítico-histórica de un libro, Camino, que leí por primera vez en mis años de estudiante, y que desde entonces no he dejado de leer y meditar. También es para mí un placer que la presentación tenga lugar en Valencia, donde apareció discretamente la primera edición de una obra que tantos millones de personas, en el mundo entero y en tantas lenguas, han conocido después.

Para entrar de lleno en el tema quiero, ante todo, expresar mi gran admiración por la calidad de esta edición, que pienso que no tiene equivalente en obras de este tipo. El trabajo realizado por el Profesor Pedro Rodríguez es ejemplar desde varios puntos de vista. En primer lugar, por su extraordinaria labor de reconstrucción de la génesis del texto, a la que se dedica una primera extensa parte de 204 páginas. Lo que más sorprende en ella es, primero, la abundancia de las fuentes. Vemos así que ha utilizado no sólo la colección de fichas manuscritas o dactilografiadas que dieron lugar al manuscrito final, sino también los Apuntes íntimos del Beato Josemaría, del que salen tantos punto de Camino, sus esquemas de predicación para pláticas y ejercicios espirituales, las notas tomadas por él en diferentes libros de espiritualidad, así como las primeras compilaciones multicopiadas, que circularon entre los estudiantes de Madrid desde 1932, y la primera edición, menos extensa, que, con el título de Consideraciones espirituales, apareció en Cuenca en 1934. Más aún, Pedro Rodríguez ha podido consultar une infinidad de cartas, escritas o recibidas por Escrivá durante todos esos años. Más allá de la investigación propiamente dicha, la multiplicidad y la conservación de todas estas fuentes confirma e ilustra la fuerte conciencia histórica del autor de Camino y de los que con él convivieron, conscientes de su responsabilidad de testigos de lo que estaban presenciando y realizando con él: una obra de Dios.

En segundo lugar admira también el trabajo de Pedro Rodríguez sobre estos materiales para rastrear el origen de cada punto, su fecha de redacción y sus versiones sucesivas, completado por la búsqueda de los autores que eventualmente lo inspiran, ya sean espirituales o profanos, como los clásicos de la literatura castellana. La investigación no se para ahí, sino que hay una reconstrucción extremadamente detallada del contexto de redacción, el personal –interior y exterior– de Josemaría Escrivá, el de los que lo rodeaban en diferentes fechas y el ambiente intelectual y religioso de la época. Todo esto hace que estemos no sólo en presencia de un mero estudio crítico, sino que se trate de una verdadera obra histórica de consulta, en adelante necesaria para toda investigación sobre Josemaría Escrivá y los principios del Opus Dei.

Es de esta dimensión de la que voy a hablar ahora en tanto que historiador, dejando para otros el análisis de los muy ricos contenidos teológicos. Lo que esta edición muestra, contrariamente a la impresión que un lector, incluso cuidadoso, pueda sacar de la lectura de Camino, es que la génesis y la historia del texto es extremadamente compleja. A pesar de la extraordinaria unidad de estilo y de contenido de la obra, Camino no es un libro, si por tal entendemos el resultado de un proceso de redacción en función de un proyecto previo. Camino no ha sido escrito de un tirón en un momento dado, sino que es el resultado de una larga experiencia o, mejor dicho, de un doble y largo diálogo: del autor con Dios, tal como se transcribe en sus “Apuntes íntimos”, y con sus primeros seguidores. La época a la que nos remiten los textos que, juntos después, van a dar lugar después al libro, es la España de los años 1920 y 1930: el Madrid de finales de la Dictadura de Primo de Rivera, de la Segunda República y de los principios de la Guerra civil, en Madrid primero, en Burgos luego.

Con la publicación de Camino estos diálogos íntimos se amplían a toda clase personas: a sus lectores, en primer lugar, y luego a “un primer círculo... y éste, otro... y otro, y otro... Cada vez más ancho”(1). Pedro Rodríguez muestra muy bien el trabajo de “despersonalización” que el autor efectúa en sus textos originales para pasar de su vida interior y de sus experiencias apostólicas a consideraciones que se dirigen a todos los cristianos y a todos los hombres, consecuencia de la conciencia clara que tenía de la universalidad del mensaje que Dios le había confiado.

Lo apasionante y paradójico de este trabajo de “despersonalización” es que Camino es, a la vez, profundamente universal y atemporal, como lo muestra su impacto en el mundo entero entre gentes de lenguas y culturas muy diversas, que lo leen como si para ellos hubiera sido escrito, y al mismo tiempo, profundamente enraizado en la realidad española de aquella época. La constatación es paradójica, puesto que las alusiones del texto de Camino a su país y a su tiempo son muy escasas. Contrariamente a la alusión explícita del obispo de Vitoria en la introducción de Camino en 1939, (“…volverá España a la antigua grandeza de sus santos, sabios y héroes”), el autor de Camino no habla en su obra ni de España, ni de ninguna época de su historia(2). Dato tanto más sorprendente si se tiene en cuenta la época en que se acaba la redacción de Camino, el final de la guerra civil española; esa guerra que ha trastornado toda la labor apostólica de Josemaría Escrivá, al dispersar a los que le rodeaban, y que le ha impuesto esa ingente correspondencia de la que salen tantos puntos del libro. Incluso, la apología del espíritu católico, universal, opuesto a todo nacionalismo, que se encuentra en puntos redactados en Burgos, no debió de dejar de sorprender en una España que se autodefinía entonces como “nacional”.

Otra cosa que este estudio nos muestra también de manera fehaciente, gracias a los ejemplos sobre la génesis de bastantes puntos, es la novedad que representa el mensaje del Beato Josemaría: su radicalidad para llamar a todos a la más alta vida cristiana. Lo que a menudo empezaba siendo los apuntes de la vida interior de un sacerdote santo –a veces con fenómenos místicos extremadamente elevados– pasa luego, con sólo una “despersonalización” del estilo, a una charla para estudiantes, o a sugerencias dirigidas a todos los cristianos, hombres y mujeres, sea cual sea su estado de vida, para indicarles el camino que lleva a las más altas cimas de la vida cristiana. O, inversamente, la carta de un joven profesional en el frente da lugar a un guión para unos ejercicios espirituales para sacerdotes. La plenitud de la vida cristiana a la que invita Camino es para todos, sea cual sea su estado en la Iglesia o en la sociedad.

En fin, señalo simplemente algunos elementos del estudio de Pedro Rodríguez que me parecen especialmente útiles para los historiadores que busquen conocer mejor el contexto en que se desarrolla durante esos años la vida de Escrivá y del Opus Dei. El estudio que estamos comentando no es evidentemente ni una historia de la Obra ni una biografía de su fundador, pero está lleno de materiales para profundizar tanto en una como en otra. En primer lugar, la identificación de las fuentes de los puntos de Camino –de las lecturas y referencias explícitas e implícitas– nos desvela mucho del ambiente cultural, tanto profano como religioso, en el que se mueve Escrivá. Vemos aquí reflejado su gran conocimiento de los autores clásicos españoles del Siglo de Oro, de los que procede parte de su rico vocabulario. A este propósito Pedro Rodríguez ha sabido de manera pertinente recurrir a los diccionarios históricos de la lengua y a los estudios lexicográficos para desentrañar los sentidos de ciertos términos, a veces mal entendidos por algunos, carentes de esta profundidad histórica. Pienso en particular en el termino “caudillo” que alguien puso en relación con la guerra de España y que es de vieja raigambre clásica española, también el sentido espiritual. Su uso por Escrivá remonta a la versión multicopiada de 1932, y remite a ese sentido espiritual de guía, jefe o líder mucho antes de que se impusiese su uso político(3). Advertimos también la fuerte impronta que han dejado en él los clásicos de la espiritualidad, los del Siglo de Oro español, sobre todo, entre los cuales destaca sin duda alguna Santa Teresa de Ávila.

Pero se nutre también de las corrientes espirituales de este primer tercio del siglo XX y muy particularmente de la llamada “escuela francesa de espiritualidad”: Santa Teresa de Lisieux muy particularmente, pero también Dom Chautard, el autor de la famosa obra El alma de todo apostolado, o Marie Thérèse Desandais –la Sulamitis– propagadora de la devoción al Amor Misericordioso(4). Lo vemos, además, participar activamente en el Movimiento litúrgico, tomar apuntes en el Bulletin Paroissial Liturgique, mantener correspondencia con los liturgistas del Monasterio de Silos(5) e insistir con todas sus fuerzas en la centralidad de la Eucaristía, otro aspecto esencial de la renovación del culto divino.

Pero al lado de estos elementos, que pertenecen en gran parte al ambiente del catolicismo de la época, su manera de considerar el mundo, la acción de los católicos y el apostolado cristiano son profundamente originales. No hay en Camino ninguna calificación peyorativa del mundo moderno, tan abundantes en la literatura católica desde mediados del siglo XIX; ni tampoco, contrariamente a una mayoría de los católicos apostólicos de esa época, encontramos en él ninguna obsesión por la acción concertada de los católicos en el campo social o político, típica del catolicismo social o de la naciente Acción Católica(6).

Lo que él transmite es la centralidad de la vida de relación personal con Dios, del valor divino de lo ordinario, de la primacía de la relaciones personales en la acción apostólica. Todo esto no es puramente discursivo, sino que aparece reflejado de manera casi experimental en la génesis de tantos puntos redactados durante la Guerra civil española que recogen párrafos de las cartas escritas o recibidas por él. Toda esta correspondencia muestra que su apostolado está basado en una red muy amplia de relaciones personales intensas: con sus hijos, con sus dirigidos, con sus amigos, con tantas otras personas, conocidas algunas y desconocidas para nosotros las más. La riqueza de la información contenida en este estudio crítico-histórico es tal que, con las notas biográficas que Pedro Rodríguez ha añadido a pie de página y su magnifico índice onomástico, podrían perfectamente formalizarse estas redes y arrojar así una luz nueva sobre el ambiente en el que se desarrolla entonces prioritariamente el Opus Dei. No es uno de sus menores méritos el hacernos conocer en sus comentarios los hechos, los lugares y las circunstancias de esas personas, anónimas en el libro, pero tan presentes y tan queridas en los textos originales.

Una mirada un poco impresionista sobre este medio conduce a verlo como formado esencialmente, en su primer círculo, por jóvenes, en su mayoría estudiantes, y algunos recién graduados, movilizados por la guerra. Se trata de un medio mucho más amplio de lo que podría pensarse –varias decenas o centenares de personas– unidas entre sí por una profunda amistad y por una fuerte fraternidad cristiana(7). El apostolado del Beato Josemaría, transita, no por canales organizativos, sino por estas vías de la amistad: cartas, visitas, noticias de unos a otros. Los consejos que les da muestran un distanciamiento considerable, y excepcional entonces, hacia los acontecimientos concretos de una época en que la guerra domina todo. Lo verdaderamente transcendente no es la guerra, sino el combate espiritual que cada uno lleva dentro de sí mismo: contra la dejadez que provocan esas circunstancias excepcionales, contra la tentación de pensar que lo “normal” vendrá sólo cuando acabe la guerra, cuando vuelva la paz. La respuesta es que la paz exterior es ciertamente deseable, pero más lo es la paz interior que resulta de la victoria sobre si mismo. De ahí su insistencia en aconsejar el orden y el estudio, no sólo como un medio ascético para afrontar las circunstancias excepcionales, sino, sobre todo, para santificar el presente y para recordarles la transcendencia de la vida ordinaria, incluso la de del frente. De ahí que esté ausente cualquier análisis sobre la situación nacional o internacional. Las crisis mundiales, de la que forma parte la guerra de España, son ante todo para él “crisis de santos”(8). Los héroes de Camino no son los grandes personajes del mundo, de la Iglesia o del Estado, sino los santos, y, en primer lugar, los Apóstoles –Pablo, Juan, Pedro y los demás–, y algunos otros citados por sus nombres o globalmente.

El ideal que Escrivá contempla y propone a los jóvenes que entonces le siguen, y a todos sus lectores después, es el de los primeros cristianos, para que, como ellos, «enciend[an] todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que lleva[n] en el corazón»(9). Bien podríamos decir, para acabar, que para ellos, y para muchos después, la lectura de Camino fue la primera chispa de un incendio provocado por el primero de aquellos «libros de fuego» con los que soñaba años antes para «que corrieran por el mundo como llama viva prendiendo los pobres corazones en brasas para ofrecerlos a Jesús como rubíes de su corona de Rey»(10).

Notas

(1) Camino, 831.

(2) Sólo aparece alguna vez como localización geográfica.

(3) Cfr. el estudio de las ocurrencias de este término en la literatura castellana clásica en las notas a Camino, que son 16, en las pp. 232 y ss de la edición crítico-histórica de Camino (en lo sucesivo, edición crítica).

(4) Sobre esta última devoción, cfr. los comentarios de la edición crítica a los puntos 316 y 711, pp. 486-487 y 805.

(5) Cfr. edición crítica, comentario al punto 543, pp. 669-670.

(6) Cfr. edición crítica, comentario al punto 333, p. 505.

(7) Pedro Rodríguez señala precisamente cómo las circunstancias de la guerra civil y la dispersión de los miembros de la Obra y de sus amigos, dan origen al capitulo “Comunión de los Santos”: cfr. edición crítica, introducción al cap. 24, p. 673.

(8) Camino, 331.

(9) Camino, 1. Cfr. edición crítica, comentarios al punto 971, pp. 992 ss.

(10) Apuntes íntimos, nn. 217 y 218, citado por Andrés VÁZQUEZ DE PRADA, El Fundador del Opus Dei, t. I, Madrid 1997, p. 381.