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Capítulo
Punto 267
Presencia de Dios · Punto 267

Es preciso convencerse de que Dios está junto a nosotros de continuo. —Vivimos como
si el Señor
estuviera allá lejos, donde brillan las estrellas,
y no consideramos
que también está siempre a nuestro lado.
Y está como un Padre amoroso —a cada uno de nosotros nos quiere más que todas las madres del mundo pueden querer a sus hijos—, ayudándonos, inspirándonos, bendiciendo...
y perdonando.
¡Cuántas veces hemos hecho desarrugar
el ceño
de nuestros padres diciéndoles,
después de una travesura:
¡ya no lo haré más! —Quizá aquel mismo día volvimos a caer de nuevo... Y nuestro padre, con fingida dureza en la voz,
la cara seria,
nos reprende...,
a la par que se enternece su corazón, conocedor de nuestra flaqueza, pensando: pobre chico,
¡qué esfuerzos hace para portarse bien!
Preciso es que nos empapemos,
que nos saturemos
de que Padre
y muy Padre nuestro
es el Señor
que está junto a nosotros
y en los Cielos.
 

Comentario

 

Se encuentra en el Cuaderno IV, nº 281, 12-IX-1931, fiesta del Dulce Nombre de María.

Es uno de los puntos más extensos de Camino y, tal vez, uno de los más característicos del hondo sentido de la filiación divina que tuvo San Josemaría y que se manifiesta en todas las páginas del libro. Condensa este punto, en efecto, la predicación del Autor sobre la relación del cristiano con Dios, basada en la proximidad e intimidad amorosa del Señor [2], cimentada en que ese Dios –interior intimo meo [3]es Padre lleno de Amor misericordioso al hombre.

Esa predicación, a la vez que recogía el meollo de la tradición cristiana, reflejaba su propia experiencia espiritual. Al año siguiente, al comenzar su retiro en Segovia, escribía:

Día primero. Dios es mi Padre. –Y no salgo de esta consideración» [4].

El tenor espiritual del punto se inscribe, por otra parte, en una consideración del Padre de las misericordias hecha desde el «niño», desde la «vida de infancia», y desde la analogía que brinda a San Josemaría su gozosa experiencia de hijo en relación al amor de sus padres.

Esto que decimos cobra un sentido aún más hondo si se tiene presente que este punto está escrito en medio de una contradicción y sufrimiento que se recrudece en aquellos meses. Tres días antes escribía:

«Día 9 de septiembre de 1931: Estoy con una tribulación y desamparo grandes. ¿Motivos? Realmente, los de siempre. Pero, es algo personalísimo que, sin quitarme la confianza en mi Dios, me hace sufrir, porque no veo salida humana posible a mi situación [5]. Se presentan tentaciones de rebeldía: y digo serviam!» [6].

En medio del abatimiento, la fuerza de Dios. Y San Josemaría redacta esta consideración, que es por completo autobiográfica. El «es preciso convencerse...» testimonia ante todo la batalla de la fe. El Espíritu se abre paso en San Josemaría, concediéndole, de manera escalonada, una experiencia de la paternidad amorosa de Dios, que tendrá un momento importante en la oración del 22 de septiembre y culminará en el evento místico del 17 de octubre.

El 22-IX-1931 anota en el Cuaderno IV, nº 296:

«Estuve considerando las bondades de Dios conmigo y, lleno de gozo interior, hubiera gritado por la calle, para que todo el mundo se enterara de mi agradecimiento filial: ¡Padre, Padre! Y –si no gritando– por lo bajo, anduve llamándole así (¡Padre!) muchas veces, seguro de agradarle. Otra cosa no busco: sólo quiero su agrado y su Gloria: todo para El».



Madrid. Glorieta de Atocha, años 30

Esta meditación de la paternidad de Dios –San Josemaría pone su inteligencia y su corazón en ese «considerar»– es como una preparación espiritual de lo ocurrido el día 17-X-1931, que narrará con las siguientes palabras (en el mismo Cuaderno, nº 334):

«Día de Santa Eduvigis 1931: Quise hacer oración, después de la Misa, en la quietud de mi iglesia [7]. No lo conseguí. En Atocha, compré un periódico (el ABC) y tomé el tranvía. A estas horas, al escribir esto, no he podido leer más que un párrafo del diario. Sentí afluir la oración de afectos, copiosa y ardiente. Así estuve en el tranvía y hasta mi casa [8]. Esto que hago, esta nota, realmente, es una continuación, sólo interrumpida para cambiar dos palabras con los míos».

Nada escribió en su anotación sobre el contenido de esa «oración de afectos, copiosa y ardiente». Pero lo ha dicho al rememorar en muy diversas ocasiones este acontecimiento:

«Os podría decir hasta cuándo, hasta el momento, hasta dónde fue aquella primera oración de hijo de Dios. Aprendí a llamar Padre, en el Padrenuestro, desde niño; pero sentir, ver, admirar [9] ese querer de Dios de que seamos hijos suyos..., en la calle y en un tranvía –una hora, hora y media, no lo sé–; Abba, Pater!, tenía que gritar» [10].

Solía decir que fue una de las veces en que el Señor le concedió más alta oración. Iba en el tranvía y después a pie, hasta su casa, lleno de Dios, como borracho, diciendo en voz alta: Abba, Pater! «Me debieron tomar por loco», escribió años más tarde, rememorando el evento [11].

Unos meses después leemos en su Cuaderno esta escueta información:

«Pepe R. tiró al velógrafo una cuartilla que le llevé –la primera de una serie–, titulada 'Dios es nuestro Padre'» [12].

De esa cuartilla y de la anunciada serie no sabemos nada. Vid comentario 435.



[1] En el Cuaderno antes de «a la par» había escrito y después corregido: «a la vez» (posiblemente al releer y darse cuenta de que acababa de usar la expresión «la voz»).

[2] J. B. Chautard, El alma de todo apostolado, 1927, pg 173 nt 4, subraya el aspecto de proximidad de Dios en la oración: «El éxito de la oración depende muchas veces del cuidado puesto en considerar al Interlocutor como presente y viviente y no como un ser alejado y pasivo, es decir, como un ser abstracto. Hay que convencerse firmemente que Dios no quiere ni exige para esta conversación que se ha de tener con Él, otra cosa que la buena voluntad. El alma que, asediada por las distracciones acude todos los días paciente y filialmente a su divino Interlocutor, hace una excelente oración. Dios suple todo lo demás». El Autor de C subraya la presencia paternal de Dios no sólo en la oración sino siempre y en todas partes.

[3] San AgusTIn, Confessiones, lib 3, cap 6, 11; BAC 11, 4ª ed, 1963, pg 136.

[4] Es la primera anotación de sus Ejercicios Espirituales de 1932 (Apuntes íntimos, nº 1637, 4-X-1932); la cursiva es del original.

[5] Ya sabe que va a dejar el Patronato de Enfermos –lo dejará en octubre– y, como consecuencia, queda sin la contribución económica de esa capellanía. Sin horizonte seguro de otra «colocación» eclesiástica (sin resolver la posibilidad, que terminará saliendo, de la capellanía del Patronato de Santa Isabel). Con la familia –madre y dos hermanos– a su cargo, pendientes de sus ingresos... Y con la decisión en aquellos meses de no «pedir» al Señor, sino abandonarse en sus brazos...

[6] Cuaderno IV, nº 274. La cursiva es del original

[7] La del Patronato de Santa Isabel, en Atocha.

[8] Vivía entonces con la familia en la calle Viriato, 24.

[9] «Sentir, ver, admirar». Son palabras que corresponden a una verdadera experiencia mística. Lo de septiembre era «consideración» llena del gozo del Espíritu, pero lo de aquel 17 de octubre fue una efusión trinitaria que le puso en la más alta contemplación.

[10] Notas de una meditación, Roma 24‑XII‑1969; AGP, sec A, leg 51.

[11] Carta 9‑I‑1959, n 60; AGP, sec A, leg 53-4, carp 2, exp 1. En esas rememoraciones San Josemaría ponía en relación la experiencia del 17 de octubre del 31 con la captación del sentido de la filiación divina en cuanto fundamento de la vida espiritual de los fieles del Opus Dei. Así se lo oí personalmente explicar en diversas ocasiones. He aquí algunos textos:

«Entendí que la filiación divina había de ser una característica fundamental de nuestra espiritualidad: Abba, Pater! Y que, al vivir la filiación divina, los hijos míos se encontrarían llenos de alegría y de paz, protegidos por un muro inexpugnable; que sabrían ser apóstoles de esta alegría, y sabrían comunicar su paz, también en el sufrimiento propio o ajeno. Justamente por eso: porque estamos persuadidos de que Dios es nuestro Padre»

(Carta 8‑XII‑1949, n 41; AGP, sec A, leg 53-3, carp 8, exp 1).

«Aquel día, aquel día quiso de una manera explícita, clara, terminante, que, conmigo, vosotros os sintáis siempre hijos de Dios, de este Padre que está en los cielos y que nos dará lo que pidamos en nombre de su Hijo»

(Notas de la citada meditación, Roma 24‑XII‑1969; AGP, sec A, leg 51). Vid VÁzquez de Prada, I, pgs 388-392.

[12] Cuaderno V, nº 566, 16-I-1932.