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Capítulo
Punto 543
Santa Misa · Punto 543

Me viste celebrar
la Santa Misa sobre
un altar desnudo —mesa y ara—,
sin retablo.

El Crucifijo, grande. Los candeleros recios, con hachones de cera, que se escalonan: más altos, junto a la cruz. Frontal del color del día. Casulla amplia. Severo de líneas, ancha la copa y rico el cáliz. Ausente la luz eléctrica, que no echamos
en falta.

—Y te costó trabajo salir del oratorio:
se estaba bien allí.

¿Ves cómo lleva a Dios, cómo acerca a Dios
el rigor de la liturgia?

Comentario

Original sobre una octavilla, escrito en 1938. Este punto es prototípico del sentido –también estético– de la «celebración» que San Josemaría tenía en aquella época, muy en la línea del Movimiento litúrgico.

Oratorio del Centro de la Calle Jorge Manrique

 

Era un gran defensor de la «casulla amplia», a la que se refiere en este punto [1]. Debió hablar sobre el tema con el P. Germán Prado, ilustre liturgista de Silos, al que le unía una gran amistad, que en carta del año 1941, le comunica su posición concorde sobre el tema [2]. La manera de «imaginar» en 1932 los oratorios de los futuros centros del Opus Dei (no había entonces ninguno: el Opus Dei era Josemaría Escrivá y cuatro o cinco personas) apunta a desarrollos celebrativos que se abrirán paso en la Iglesia en décadas posteriores:

«Los nuestros deberán comulgar dentro de la Misa y con Hostias Consagradas en la Misa [3]. Para esto, muy bien podría haber al fondo del presbiterio y bajo un arcosolio, p.e., un altar con Sagrario, a fin de tener allí al Señor reservado, diciéndose en este altar la Sta. Misa una vez a la semana, para renovar las Formas. Y, en medio del presbiterio, una mesa de altar aislada –verdadera mesa, riquísima, como todo–, en la que se celebre a diario la Misa de comunidad, consagrando un Copón, que se purifique a diario también» [4].

San Josemaría sufría con la praxis frecuente en diversos templos y celebraciones. A veces, cuando escribía para sí mismo –como es el caso de los Apuntes íntimos–, sus descripciones tratan de ocultar este desasosiego con un punto de humor:

«Día de la Inmaculada, 1931: Mucho he pedido a la Señora. Digo mal: mucho he expuesto a la Señora. Estos detalles ya no los anotaré, ordinariamente, en lo sucesivo. Da pena ver cómo preparan los altares y presbiterios, para la celebración de las fiestas.

Hoy, en un colegio rico, estaba el retablo lleno de floripondios ridículos, colocados sobre unas graderías de tabla de cajón a medio pintar. El Sagrario habitualmente está de tal modo dispuesto, que es preciso siempre al sacerdote, aunque sea de buena estatura, subirse a un banquillo para abrir, cerrar y tomar al Señor. Las sacras, en equilibrio inestable...

Y los sacerdotes, en equilibrio inestable también, porque han de hacer verdaderas piruetas de charlestón para no dar con la cabeza en una lámpara de latón dorado feísima, que pende muy baja sobre el presbiterio, o para no dar de narices en el suelo, tropezando con los pliegues y repliegues de la alfombra, adaptada a las gradas del altar […]

Y menos mal, si, detrás del retablo, además de una escalera de mala madera sin pintar, por donde a diario pasa Cristo en manos del sacerdote para quedar en Exposición, menos mal si no hay también un montón de cachivaches llenos de polvo, que hacen del lugar santo la trastera del rastro madrileño. Todo esto lo he visto.

[…] Lo he descrito con detalle, porque en todos los oratorios de la Obra de Dios, que darán siempre la impresión de lo definitivo, se huirá de caer en semejantes desatenciones con nuestro Rey-Cristo» [5].

La Instrucción de enero de 1935 fue escrita cuando ya funcionaba la Academia DYA y la Residencia de Ferraz, que tenía un oratorio diseñado por el Autor [6]. Se trata de un documento para la formación de los fieles del Opus Dei en orden al apostolado con la juventud. En un determinado momento hace esta consideración sobre la realidad del culto litúrgico:

«... lo han hecho dulzón y suave. –Hablo en la presencia del Señor, y creo que mi Angel Custodio me mueve a escribir: quiero hacerlo con caridad y claridad. Permitidme, pues, esta digresión.

Mucha luz eléctrica, en el retablo y hasta en el tabernáculo de la Exposición. Bambalinas y teloncillos de teatro provinciano. Floripondios de papel y trapo. Imágenes relamidas, de pastaflora. Puntillas y primores mujeriles, en las albas y en los manteles. Cacharros feísimos –la última moda: los vi hasta en una famosa catedral– sobre el altar, y aun sobre la misma ara. ¿Dónde está la cruz? Apenas se ve, entre la baraúnda de nubes de algodón y docenas de velas de procedencia química. Cánticos de opereta.

Esto, en lo material. No quiero hablar –no debo: faltaría a la caridad– del ambiente piadoso ordinario en esas funciones (no, cultos) que llevan semejantes preparativos.

Hijos, volvamos a la sencillez de los primeros cristianos [7]: riqueza, cuanta podáis, pero jamás a costa de la liturgia. Arte serio, lleno de grave majestad. Nunca floripondios, ni luz eléctrica. El retablo, retro tabulam: a su sitio, detrás del altar, como algo accidental. La Santa Cruz y el ara –completamente aislada la mesa de altar– ocupen el lugar sobresaliente.

Que el canto gregoriano, pausado y solemne, sea expresión de vuestra piedad varonil.

Pero... ¿dónde voy? Perdonadme: acabo la digresión, para volver al tema primitivo» [8].

El P. Germán Prado, en la carta citada más arriba, comentaba extensamente el impacto que le había causado la lectura de Camino. Al final escribe: «He leído con gusto lo que sobre la liturgia dice: es muy serio y formativo; veo una alusión directa a su cáliz, cruz y candeleros, que admiré en las teresianas de Burgos» [9].

Todo parece indicar que Germán Prado se refiere a este punto 543. Si su observación es exacta, el oratorio aquí descrito sería el de las teresianas, donde celebraba con frecuencia San Josemaría. Le acompañaban, de ordinario, Pedro Casciaro o Francisco Botella, que le ayudaban. Alguno de los que estaba de paso en Burgos, que asistió a la celebración, debió hacer el comentario que da lugar a esta «gaitica».



[1] He encontrado entre los papeles de San Josemaría (AGP, sec A, leg 50-4, carp 5) varias notas bibliográficas y argumentaciones históricas y teológicas para mostrar la coherencia litúrgica de celebrar con casulla de estilo «gótico» en aquella época de casullas llamadas (por su forma) de «guitarra».

[2] Escribe Germán Prado OSB:

«Respecto a las casullas amplias tengo preparado un estudio teórico histórico, pero sobre todo práctico con vistas a la confección artística de los ss. ornamentos. En él sostengo que si respecto a las muy anchas –que lleguen hasta las manos– cabe discutir con eminentes liturgistas el alcance del famoso decreto, respecto a las que llegan casi al codo no cabe discusión»

(Carta de Germán Prado OSB a Josemaría Escrivá, Monasterio de Silos 25-V-1941; AGP, sec A, leg 55, carp 3, exp 1).

[3] Vid supra com/536 e infra com/933 nt 10.

[4] Apuntes íntimos, nº 814, 23-IX-1932.

[5] Cuaderno V, nº 458s, 8-XII-1931.

[6] No había todavía reserva del Santísimo. Quedó reservado el 31-III-1935.

[7] Sobre el tema «primeros cristianos» en Camino, vid com/971 y lugares allí señalados.

[8] Instrucción, 9-I-1935, nn 251-255. Vid sobre el tema, Antonio Livi, «L’Opus Dei e il rinnovamento liturgico», en AA. VV., Uno stile cristiano di vita, Ares, Milano 1972, pgs 78-95.

[9] Carta de Germán Prado OSB a Josemaría Escrivá, Monasterio de Silos 25-V-1941; AGP, sec A, leg 55, carp 3, exp 1.