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Capítulo
Punto 16
Carácter · Punto 16

 ¿Adocenarte?
¿¡Tú... del montón!?
¡Si has nacido para caudillo!
Entre nosotros no caben los tibios.

Humíllate
y Cristo te volverá
a encender
con fuegos de Amor.

Comentario

Este punto fue escrito por San Josemaría en el Cuaderno VI el día 19-I-1933 [1]. Comenzó anotando (nº 906):

«Tengo muchas catalinas sin copiar. Por fuerza, perderán frescura, intimidad, al anotarlas ahora: y es que no sé cómo me arreglo, pero ando siempre atropelladísimo de tiempo...».

El que sería punto 16 se encuentra en el nº 908, con un tenor literal que es prácticamente el mismo [2].

El término «caudillo», frecuente en C [3] como en muchos otros autores de la época y en los más variados sectores, es de viejo abolengo en la lengua castellana. Lo encontramos desde el Liber Regum [4] y Gonzalo de Berceo [5] hasta nuestros días, pasando por Ignacio de Loyola [6], Fray Luis de León, Lope de Vega [7], de manera notable Calderón de la Barca [8], y los escritores del siglo XIX [9] y por supuesto, como digo, del XX [10].

La idea predominante en el término es la de jefe, guía, primariamente en el terreno militar y derivadamente en el social, religioso y político; guía que debe ser para bien [11], pero que puede ser para mal. En la cultura contemporánea el mensaje del término se expresa en la palabra leader, introducida desde el ámbito anglosajón en casi todos los idiomas.

La primera vez que aparece el término es aquí y en el punto 19, escritos ambos al iniciarse el año 1933 y ya presentes en la edición de Cuenca (1934) [12].

En ambos casos el uso del término no es socio-elitista (la masa – el caudillo), sino paradójico: no a uno sino a todos los lectores se les dice que «han nacido para caudillos». Es una manera vibrante y dialéctica de predicar la universal llamada a la santidad y la responsabilidad apostólica de todos los cristianos.

En Camino, a mi parecer, «caudillo» designa al cristiano metido en la vida del mundo y que se hace consciente de una doble responsabilidad. Responsabilidad, ante todo, delante del Dios que llama a una entrega plena a su voluntad: «responder» a Cristo que pasa y llama a la santidad y al apostolado, empezando por la reforma personal de la propia vida.

A la vez, y de manera muy acusada ante el ambiente de la época, la responsabilidad de concurrir briosamente a la gran batalla cultural y científica que se libra en la historia, sacudiendo el absentismo y la inercia en esos campos –enfermedades endémicas de los católicos en muchos países– para estar presente en ellos con categoría profesional y con el consiguiente prestigio y, por supuesto, con ese «fuego de Cristo» de que se habla en el primer punto de Camino.

Por eso escribe San Josemaría en enero de 1935, dirigiéndose a los fieles del Opus Dei:

«Fomentad en los muchachos [13] todas sus ambiciones nobles, sobrenaturalizándolas. Dejadles: tienen razón: hay que ser... sabios, audaces, santos. Repetidles muchas veces, en todos los tonos, que no pueden quedarse en el montón: porque han nacido para caudillos» [14].

Ser caudillo –vivir esa doble responsabilidad– es ser «cabeza de fila» e implica, pues, «dominar el carácter, estudiar mucho, cultivar el espíritu de servicio y, sobre todo, estar muy unidos a Dios, para poder llevarle muchas almas, con un incesante apostolado» [15]; por tanto, mover a otros, guiarles, arrastrarles al seguimiento de Cristo y a la santificación de las realidades humanas (vid punto 19). Por eso, ya desde este p/16, el paradójico camino para ser «caudillo» es la humillación...:

«Humíllate y Cristo te volverá a encender con fuegos de Amor».



[1] Futuros puntos de Camino transcritos por San Josemaría ese día: 172, 16.

[2] En Consideraciones Espirituales San Josmaría estructuró el punto con el estilo de puntuación que sería característico de Camino, pero en la edición de Valencia y, sobre todo, en la segunda edición retornó a la literalidad del texto de Apuntes íntimos.

Copio el texto de Cec:

«¿Adocenarte? —¡Tú… del montón?… ¡Si has nacido para caudillo!

Entre nosotros no caben los tibios. —Humíllate y Cristo te volverá a encender con fuegos de Amor».

[3] Vid los puntos 16, 19, 32, 365, 411, 833, 931.

[4] En la mención de Aminadab (f. 2, in 22-23), se lee: «fo uno de los cabdiellos de los fillos d'Israel quando exieron de la tierra de Egipto» (El Liber Regum. Estudio lingüístico, ed. de Louis Cooper, Institución «Fernando el Católico», Zaragoza 1960, pg 19). Cfr Julio Cejador Frauca, Vocabulario medieval castellano, Las Américas Pub. Co., Nueva York 1968, pg 95.

[5] En La vida de Santo Domingo de Silos, 266, hablando del Abad dice que «era del monesterio cabdiello e sennor» (Rufino Lanchetas, Gramática y vocabulario de las obras de Berceo, Sucesores de Rivadeneyra, Madrid 1900, pg 189).

[6] «Un capitán y caudillo del campo, asentando su real y mirando las fuerzas o disposición de un castillo, le combate por la parte más flaca» (Ejercicios, 327). Así, explica, el demonio ataca «por donde nos halla más flacos y más necesitados para nuestra salud eterna» (ibidem).

[7] Vid Carlos FernÁndez GÓmez, Vocabulario completo de Lope de Vega, Real Academia Española, I, Madrid 1971, pg 527.

[8] Vid Konkordanz zu Calderón, herausgegeben von Hans Flasche und Gerd Hofmann, Georg Olms Verlag, Band I, Hildesheim-New York 1980, pg 835 (47 ocurrencias). El equipo de investigación sobre el Siglo de Oro de la Universidad de Navarra (GRISO) ofrece en Internet sobre el tema en Calderón 83 ocurrencias. Caudillo es jefe, guía, para el bien o para el mal. Duque, explica Calderón, quiere decir «capitán, caudillo o guía». Lo decisivo no es «un cordero caudillo de leones quanto un león caudillo de corderos» (Quién hallará mujer fuerte?, 1, 1264s).

Caudillos son Abrahán, Moisés, David, Gedeón en el Pueblo de Israel; Juan de Austria «en Lepanto caudillo de la Fe, del turco espanto» (El Tuzani del Alpuxarra, 2, 32); en La cura y la enfermedad (1, 450) habla de «un caudillo del Rey, al que se atribuye la fortaleza de Dios». Por otro lado, el demonio dice de sí mismo que es «de rebeldes espíritus caudillo» (Andrómeda y Perseo, 1, 388); Goliath es «caudillo del filisteo» (El Arca de Dios cautiva, 1, 1822), el moro rebelde de Granada es «cabeça de sus motines y caudillo de sus bandos» (La niña de Gómez, 1, 141)

En Calderón el término se utiliza dentro de la gran simbología del autor: la Fe es Caudillo de las potencias del hombre cristiano (Amar y ser amado y divina Philotea, 1, 210); de la Iglesia «Gracia su caudillo sea, que de la Iglesia la Gracia siempre es la mayor defensa» (La devoción de la Missa, 1, 301); y la Iglesia, a su vez, «capitana del estandarte de Christo, corona de sus leales y de sus fieles caudillo» (El socorro general, 1, 217).

[9] San Antonio MaRIa Claret, Escritos pastorales, BAC 577, 1997, pg 53: «... Dios, destinando a Moisés para caudillo de su pueblo, lo dotó de tanta mansedumbre...».

[10] Dos usos del término contemporáneos a la redacción de Consideraciones Espirituales. Hablando de Pío XI escribía Miguel Sancho Izquierdo, Catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad de Zaragoza: «Somos del Papa, queremos al Papa; él es nuestro Padre, él es nuestro caudillo» (Miguel Sancho Izquierdo, «Zaragoza. Homenaje de las Juventudes Católicas al Papa», en Boletín de la A.C.N. de P., 55, 5-VI-1928). «No existe otro caudillo político que Gil Robles» (ABC, Madrid, 20-XI-1933, sección «El hombre del día»).

[11] Así, desde el origen de la lengua: «Deven ser cabdillos e señores de cavalleros omne noble e omildoso e de buen derecho e conosçido en lealtad e esforçado e sabidor de lides e omne granado de coraçon […] La compaña poca e flaca con buen cabdillo esforçado e sabidor, fuertes son, e la grand compaña fuerte, quando oviere cabdillo medroso e flaco e non meta mientes en lo que debe, flacos serán por fuerça» (CC, XIII, 18). Textos en Hugo O. Bizzarri, Diccionario paremiológico e ideológico de la Edad Media (Castilla, siglo XIII), Scrit, Buenos Aires 2000, pgs 21s.

[12] Años después, en la época en que al Jefe del Estado en España (Francisco Franco, 1939-1975) se le llamaba «el Caudillo», algunos quisieron ver en la expresión de C un eco de este evento, proyectando sobre ella la ideología autoritaria de entonces. Es anacronismo e ignorancia. La realidad es que su sentido hay que ponerlo en relación con el de esta palabra en la gran tradición castellana y con el gusto de San Josemaría por el lenguaje de los clásicos españoles.

—Tal vez a esta deformación –pero en el contexto de punto 19 (vid última frase de este punto)– se refería San Josemaría cuando escribía en 1965:

«Hace ya muchos años, más de treinta, para expresar esa misma realidad [la responsabilidad apostólica de todo cristiano], empleé una frase que algunos, faltos de visión sobrenatural y sobrados de visión humana, no fueron capaces de entender.

Escribía que todo cristiano debe sentirse caudillo, llamado por Dios para llevar a las almas a la santidad. Todos: los grandes y los pequeños, los poderosos y los débiles, los sabios y los sencillos. Cada uno en su sitio, debe tener la humildad y la grandeza de ser instrumento de Dios, para anunciar su reino. Porque el Señor envió a sí a los suyos: ‘id y predicad, diciendo: se acerca el reino de los cielos’ (Matth. X, 7)»

(Carta 24-X-1965, nº 14).

[13] Es decir, en la gente joven que se acercaba a la labor de formación cristiana que realizaba el Opus Dei.

[14] Instrucción, 9-I-1935, nº 218; la cursiva es del original.

[15] Álvaro del Portillo, nt 880 a los Apuntes íntimos de San Josemaría.