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Capítulo
Punto 170
Corazón · Punto 170

 ¡Qué claro el camino!... ¡Qué patentes los obstáculos!... ¡Qué buenas armas para vencerlos!...

—Y, sin embargo, ¡cuántas desviaciones
y cuántos tropiezos! ¿Verdad?

—Es el hilillo sutil —cadena: cadena
de hierro forjado—, que tú y yo conocemos, y que no quieres romper, la causa que
te aparta del camino
y que te hace tropezar y aun caer.

—¿A qué esperas para cortarlo... y avanzar?
 

Comentario

Octavilla que pudo ser redactada por San Josemaría en la Legación de Honduras en Madrid o en Burgos. Las interrelaciones documentales precedentes o consecuentes son numerosas. En la predicación de la Legación de Honduras está la base, como en todo el capítulo :

«Darse a Dios sin reservas, sin que quede para nosotros el menor rincón, el menor detalle; pertenecerle enteramente, renunciar a sí mismo con tanta verdad que no nos embarace ni el hilillo más sutil, ¡eso sí que es difícil, eso sí que se ve raras veces!» [1].

Al mismo corresponsal del punto 164, le escribe al mes siguiente:

«Y vamos a la cuestión de nuestro amigo: dile que no me sea flojo. Ayuda de Dios no le falta. El camino es claro: ¡evidente!» [2].

Y en la predicación de Vitoria-Vergara encontramos estas anotaciones:

«cortar hilillo o maroma o cadena» [3].

«el hilo de seda – maroma – esposa – grillete – cadena – tela de araña» [4].

El tema del «hilillo sutil» es un tema de clara raigambre sanjuanista [5] y, radicalmente, agustiniano. Escribe Agustín:

«Me volvía y me revolvía dentro de mi cadena, hasta lograr romperla del todo, pues me ataba solo de manera sutil. Pero el hecho es que me ataba» [6].



[1] Predicación en la Legación de Honduras en Madrid , «Ideas madres», 26-VIII-1937, pg 249; XLI.

[2] Carta de San Josemaría Escrivá, Burgos 2-V-1938; EF-380502-7; la cursiva es mía.

[3] Ejercicios Espirituales, Meditación «Rey temporal», Vitoria 20-VIII-1938; guión nº 105.

[4] Ejercicios Espirituales , Meditación «Dos banderas. Genio militar de San Ignacio», Vitoria 21-VIII-1938; guión nº 83.

[5] San Juan de la Cruz escribe en la Subida al Monte Carmelo:

«Estas imperfecciones habituales son: como una común costumbre de hablar mucho, un asimientillo a alguna cosa que nunca acaba de querer vencer, así como a persona, a vestido, a libro, celda, tal manera de comida y otras conversacioncillas y gustillos en querer gustar de las cosas, saber y oír, y otras semejantes.

Cualquiera de estas imperfecciones en que tenga el alma asimiento y hábito, es tanto daño para poder crecer e ir adelante en virtud, que, si cayese cada día en otras muchas imperfecciones y pecados veniales sueltos, que no proceden de ordinaria costumbre de alguna mala propiedad ordinaria, no le impedirán tanto cuanto el tener el alma asimiento a alguna cosa.

Porque, en tanto que le tuviere, excusado es que pueda ir el alma adelante en perfección, aunque la imperfección sea muy mínima. Porque eso me da que una ave esté asida a un hilo delgado que a uno grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida se estará a él como al grueso, en tanto que no le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de quebrar; pero, por fácil que es, si no le quiebra, no volará. Y así es el alma que tiene asimiento en alguna cosa, que, aunque más virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina unión»

(Subida del Monte Carmelo, I, 11, 4; BAC 15, 13ª ed, 1991, pg 284; la cursiva es mía).

[6] «Sic aegrotabam et excruciabar accusans memetipsum solito acerbius nimis ac volvens et versans me in vinculo meo, donec abrumperetur totum, quo iam exiguo tenebar. Sed tenebar tamen» (Confessiones, lib 8, 11, 25; BAC 11, 4ª ed, 1963, pg 324; traducción y cursiva mía).