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Han escrito sobre Camino
El don de sabiduría y Camino
Federico Delclaux. El don de sabiduría y Camino

 

Ha sobrepasado Camino los tres millones de ejemplares. Esta afirmación lleva a considerar las innumerables veces que sus miles de lectores han sentido en el alma la paz, el consuelo, la esperanza y ánimo para proseguir en su lucha por amar más a Dios. Porque Camino no es un libro de una sola lectura, sino un libro de oración, donde se van repasando tantas veces sus capítulos en la presencia de Dios, y en cada ocasión surge una nueva ayuda. Esto lo sabemos por experiencia todos los lectores de esta obra. Unos leen diariamente algunos puntos, otros acuden a él en ocasiones concretas para tratar con el Señor un tema determinado.

Al abrirlo una y otra vez, Camino siempre da una nueva luz. La razón es que este libro —como otros clásicos de espiritualidad— es fruto del don de sabiduría que el Espíritu Santo concede a todo aquel que le es dócil. Cuando en una homilía, Mons. Escrivá de Balaguer explica esta acción del Paráclito, se comprueba lo bien que pueden aplicarse esas palabras a Camino. Dice así: «Entre los dones del Espíritu Santo, diría que hay uno del que tenemos especial necesidad todos los cristianos: el don de sabiduría que, al hacernos conocer a Dios y gustar de Dios, nos coloca en condiciones de poder juzgar con verdad sobre las situaciones y las cosas de esta vida. Si fuéramos consecuentes con nuestra fe, al mirar a nuestro alrededor y contemplar el espectáculo de la historia y del mundo, no podríamos menos de sentir que se elevan en nuestro corazón los mismos sentimientos que Jesucristo: al ver aquellas muchedumbres se compadecía de ellas, porque estaban malparadas y abatidas, como ovejas sin pastor (Mt 9, 36)»(1).

No es que el cristiano no advierta todo lo bueno que hay en la humanidad, que no aprecie las limpias alegrías, que no participe en los afanes e ideales terrenos. Por el contrario, siente todo eso desde lo más recóndito de su alma, y lo comparte y lo vive con especial hondura, ya que conoce mejor que hombre alguno las profundidades del espíritu humano.

«La fe cristiana no achica el ánimo, ni cercena los impulsos nobles del alma, puesto que los agranda, al revelar su verdadero y más auténtico sentido: no estamos destinados a una felicidad cualquiera, porque hemos sido llamados a penetrar en la intimidad divina, a conocer y amar a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo y, en la Trinidad y en la Unidad de Dios, a todos los ángeles y a todos los hombres»(2).

Efectivamente, esa amplitud y hondura de miras que concede el Espíritu Santo con su don de sabiduría se comprueba al pasar lentamente las páginas del índice analítico de Camino. Así se pone de manifiesto cómo este libro trata con visión sobrenatural todos los temas del vivir cristiano; por ejemplo: abandono en Dios, abnegación, acciones de gracias, alegría, almas del purgatorio, ambiciones nobles, ambiente, amistad, Amor de Dios, ángeles custodios, apostolado..., caridad, Cielo, ciencia..., estudio, Eucaristía, Evangelio, examen de conciencia..., humildad, ideales, Iglesia, incomprensión..., Jesucristo, juicio, justicia, libertad..., matrimonio, Misa, misericordia divina..., oración, orden, paciencia..., propósitos, presencia de Dios, primeros cristianos, pureza..., santidad, sinceridad, templanza, tentaciones, trabajo..., universalidad, valentía, vanidad, veracidad, vida sobrenatural, Virgen Santísima, virtudes humanas, vocación, voluntad de Dios...

Esta riqueza proviene de la fidelidad de Mons. Escrivá de Balaguer a las insinuaciones del Espíritu Santo. Hay un punto del libro que refleja bien su origen: «El Paráclito está en el centro de tu alma: óyele y atiende dócilmente sus inspiraciones» (n. 57). Esto es lo que hizo el Fundador del Opus Dei: fue redactando dócil al divino Paráclito, que actuaba —como en todo cristiano—en su alma en gracia, comunicándole el Amor de Dios que le encendía el corazón, e iluminándole para descubrir un nuevo sentido sobrenatural en una frase evangélica, en una carta recibida, o en un sucedido de su intenso apostolado.

El Espíritu Santo da a un cristiano que esté atento a sus toques, un encendimiento interior, ansias inflamadas de amar a Dios y a los hombres, y facilidad para adentrarse en todos los misterios de la doctrina católica y deducir de ellos consecuencias prácticas y personales.

Con lucha interior continua y creciente, alcanzó Mons. Escrivá de Balaguer la honda sencillez que comunica el Espíritu Santo a las almas que le son dóciles. El Paráclito le ayudó para que concordasen en él las íntimas convicciones y el actuar concreto y libre. La vida del Fundador del Opus Dei fue un batallar sin tregua para corresponder a las gracias abundantísimas que recibía. El autor de Camino fue siempre fiel al Consolador divino, y esa acción en su alma le conducía a la filiación divina: ante Dios se sabía y se sentía como un niño. Cuando contaba ya setenta y dos años de edad, tres meses antes de su ida al Cielo, el día anterior a sus bodas de oro sacerdotales, decía: «A la vuelta de cincuenta años, estoy como un niño que balbucea: estoy comenzando, recomenzando, como en mi lucha interior de cada jornada. Y así, hasta el final de los días que me queden: siempre recomenzando. El Señor lo quiere así, para que no haya motivos de soberbia en ninguno de nosotros, ni de necia vanidad. Hemos de vivir pendientes de El, de sus labios: con el oído atento, con la voluntad tensa, dispuesta a seguir las divinas inspiraciones»(3).

Con esa sencillez, consecuencia del don de sabiduría del Espíritu Santo, escribe Camino. Movido por el deseo de que llegue a todas las almas, Mons. Escrivá de Balaguer decide volcar esa riqueza de Dios en un diálogo natural con el lector. Así lo manifiesta en las palabras iniciales del libro: «... Son cosas que te digo al oído, en confidencia de amigo, de hermano, de padre. Y estas confidencias las escucha Dios».

Camino es conversación viva con quien abre sus páginas. En numerosos puntos del libro surgen expresiones tales como: me has dicho, me escribes, me preguntas, dime, no dudes..., o bien el autor intuye estados de ánimo del interlocutor: risas, lágrimas, quedarse serio, mirarle con ojos de pasmo...

Se dirige al lector unas veces con frases brevísimas: «¿Tú..., soberbia? —¿De qué?» (n. 600); o con explicaciones detalladas sobre la bondad de Dios Padre (cfr. nn. 267 y 268), o cómo se ha de vivir el espíritu de mortificación (cfr. n. 899). La naturalidad del diálogo se aviva con silencios expresivos, frases sin terminar —porque ya es suficiente con lo dicho—, cambios rápidos de tono para recalcar una idea, insistencia en una palabra clave...

Y así trata de lo más sublime —hay puntos de Camino que se elevan en personal plegaria a Dios—, y también llega a lo más concreto: propósitos, ejemplos, glosas a lo divino de refranes populares o de canciones de amor humano.

En este diálogo natural con el lector, actúa el Espíritu Santo. Por eso es tan frecuente que al leer Camino, de improviso, un punto determinado consiga que el lector se detenga para hacer oración con Dios, porque la luz del Paráclito le ha iluminado un nuevo horizonte de lucha interior.

Este hecho es algo normal en la acción de la gracia en las almas, «... porque el Espíritu Santo —explica Mons. Escrivá de Balaguer— es quien, con sus inspiraciones, va dando tono sobrenatural a nuestros pensamientos, deseos y obras. El es quien nos empuja a adherirnos a la doctrina de Cristo y a asimilarla con profundidad, quien nos da luz para tomar conciencia de nuestra vocación personal y fuerza para realizar todo lo que Dios espera. Si somos dóciles al Espíritu Santo, la imagen de Cristo se irá formando cada vez más en nosotros e iremos así acercándonos cada día más a Dios Padre. Los que son llevados por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios (Rom 8, 14).

Si nos dejamos guiar por ese principio de vida presente en nosotros, que es el Espíritu Santo, nuestra vitalidad espiritual irá creciendo y nos abandonaremos en las manos de nuestro Padre Dios, con la misma espontaneidad y confianza con que un niño se arroja en los brazos de su padre. Si no os hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos, ha dicho el Señor (Mt 18, 3). Viejo camino interior de infancia, siempre actual, que no es blandenguería, ni falta de sazón humana: es madurez sobrenatural, que nos hace profundizar en las maravillas del amor divino, reconocer nuestra pequeñez e identificar plenamente nuestra voluntad con la de Dios»(4).

Camino no defrauda nunca, porque en sus páginas aletea la acción del Espíritu Santo, con toda su grandeza y toda su sencillez.

(1) Es Cristo que pasa, n. 133.

(2) Es Cristo que pasa, n. 133.

(3) S. BERNAL, Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer. Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, 6.' ed., Rialp, Madrid, 1980, p. 357.

(4) Es Cristo que pasa, n. 135.