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Dimensión espiritual de Camino
Jutta Burggraf. Dimensión espiritual de Camino

Permítanme una observación previa. Josemaría Escrivá, probablemente, habría podido llegar a ser un ilustre jurisconsulto, quizá también un famoso arquitecto y, con toda seguridad, un brillante teólogo. Pero tomó otra decisión para su vida. Se dedicó a ayudar a los hombres a encontrar a Dios y vivir serenamente con Él. Su actitud me hace recordar las palabras de una escritora alemana: «Cuando hay hambre en un pueblo –dice ella–, es preciso sembrar trigo en vez de cultivar orquídeas»(1). Escrivá percibió el hambre tan grande que existe en el mundo: el hambre de sentido y de verdadera libertad, el hambre de purificación interior, el hambre de comprensión y amistad que se ocultan, frecuentemente, tras las fachadas blanqueadas en nuestras bellas sociedades. Vio que su tarea era mostrar un camino hacia una felicidad profunda y duradera –un camino hacia Cristo(2)–, y sembró la palabra de Dios a voleo(3). Así se convirtió en un maestro espiritual.

El pequeño libro del que hablamos, ha removido a miles de personas en los cinco continentes, y ha cambiado el rumbo de muchas vidas. El secreto de su atracción puede vislumbrarse, a mi parecer, ya en el Prólogo. Allí el Autor aconseja al lector que se meta «por caminos de oración y de amor» para llegar a ser un alma «de criterio»(4). Le ofrece, en otras palabras, un camino personal de amor hacia la madurez cristiana que se consigue en el trato con Dios. Quiero detenerme a continuación en las cuatro realidades que se nombran: camino, oración, amor y alma de criterio. Todo lo que voy a exponer se basa en las claves de interpretación que emergen de la Edición crítica del profesor Pedro Rodríguez(5).

Camino

El Beato Josemaría miró por encima del triunfo o fracaso que tantas veces obstaculizan nuestra vista; por encima de las peleas cotidianas que nos quitan hasta las fuerzas más vitales. Miró al cielo, a la figura luminosa de Jesucristo que llama a cada persona a venir hacia Sí. Desde allí arriba concibió la existencia humana sobre la tierra(6), y marcó un camino ancho y seguro dentro de la inagotable riqueza de la Iglesia, que conduce hacia este encuentro feliz para el que hemos sido creados(7). Sus enseñanzas se refieren, en primer lugar, a los cristianos(8) y, a través de ellos, a todos los que quieran escucharlas(9).

Pero no se puede alabar la luz del sol, si nadie la ve(10). No se puede predicar sobre Dios, si nadie siente ganas de tratarle. Hace falta, en primer lugar, educar en el arte de mirar. Puede ocurrir que, cuando estamos en un avión que despega, todo a nuestro alrededor parezca lluvioso y gris; y poco tiempo después, traspasadas las nubes, nos sorprende un sol radiante. La realidad es exactamente la misma, pero ahora la vemos desde otra perspectiva, desde arriba. Así vemos más, y somos más conscientes de nuestra situación existencial.

Escrivá se dio cuenta de que los cristianos, con demasiada frecuencia, están lejos de conocer la belleza de su fe. Se sienten confundidos y hasta engañados. A veces se parecen a unos viajeros que han llegado a una ciudad desconocida y, en medio del barullo de la estación del tren, notan que tienen un plano urbano completamente anticuado. Hace falta, pues, darles una orientación clara y actualizar el modo de vivir la fe de siempre. Así, el Beato Josemaría tendió, con fidelidad creadora, un puente desde la vida de los primeros cristianos hasta nuestros días. Recordó escenas evangélicas(11), y presentó la valentía, la generosidad y el amor incondicional de los primeros seguidores de Cristo con tanta viveza, que despertó a muchos de sus contemporáneos de sus sueños comodones y mediocres(12). Les aconsejó echar una mirada sincera a su propio corazón para escuchar la voz del Señor dentro de sí, y para descubrir que Cristo no está sólo al final, sino también al principio del camino(13). Es por amor a Él por lo que una persona se pone en marcha. Y es por su fuerza divina por la que uno puede encontrar su ruta en el extranjero, la paz en la injusticia y la paciencia en todos los sufrimientos(14). Cristo mismo quiere ser el acompañante del largo viaje de nuestra vida, el amigo seguro y fiel, que comparte hasta nuestras vivencias más cotidianas(15).

Sobre su libro más famoso Escrivá dijo, en una ocasión, a un periodista: «No es un código de hombre de acción»(16). Camino trata sobre el amor a Dios y a los hombres. De esto quiero hablar en los dos apartados siguientes aunque, evidentemente, ambas realidades no pueden separarse en nuestra vida: quien ama a Dios, ama a los hombres; y quien ama a los hombres, sirve a Dios, tanto si es consciente de ello como si no.

Oración (Relación con Dios)

Cuando Jesús andaba por los caminos de Galilea, pocas veces se dirigía a los hombres en la sinagoga, como era costumbre hasta entonces; prefirió hablar a la gente al aire libre. Eligió a los primeros apóstoles en sus barcas(17), y en la escena de la pesca milagrosa puso de manifiesto que quiere mostrar la fuerza divina a través de la debilidad humana(18). También a nosotros nos llega su palabra en las circunstancias cotidianas en que nos encontramos, a través de nuestra vida familiar y social, por ejemplo, a través de nuestro trabajo y nuestra situación económica. Todas estas realidades, sean grandes o pequeñas, importantes o triviales, no son ajenas a los planes divinos. No son obstáculos para la vida de fe, sino una tarea para descubrir la cercanía de Dios y mejorar el mundo según su voluntad. Son nuestro camino concreto para llegar a Cristo.

El Beato Josemaría nos propone nada menos que la transformación del mundo. Pero no se trata de un proyecto simplemente exterior; comienza por una profunda transformación de nosotros mismos(19). Nosotros somos el primer mundo que podemos mejorar. Somos el primer mundo que queremos abrir a la luz y la fuerza divinas. Y esto no lo conseguimos sino en el trato directo con Cristo, en la oración(20).

Decir que sí a este camino, con sus innegables dificultades, es una palabra audaz, porque encierra un riesgo y requiere valor(21). Es algo extremadamente personal(22), que afecta lo más profundo que hay en el hombre. Es una palabra de libertad, y por eso no puede ser arrancada por la fuerza. Es tu camino, dice el Autor(23), tu modo original de seguir a Cristo(24). Escrivá puede dar consejos, pero cada uno los hace suyos de un modo nuevo y único, y con su propia responsabilidad.

Quien se decide a andar, tiene la ventaja de que conoce el mundo –las riquezas insospechadas del mundo interior–; pero también puede desviarse de la senda. Es significativo que la Edición crítica afirma, por un lado, que el Beato Josemaría nos presenta un camino que sube(25); y admite, a la vez, que este hecho es sumamente difícil de descubrir(26). La razón consiste en que Camino no habla de teorías, sino que toma en cuenta los altibajos de nuestra existencia(27).

A lo largo de nuestra vida, podemos experimentar etapas de oscuridad y sufrir decepciones. La estabilidad emocional y la madurez espiritual son bienes cuyo desarrollo no es lineal o ininterrumpido; por el contrario, generalmente se alcanzan a través de pocas o muchas situaciones de crisis. Cuando uno se encuentra en la cima de un monte y mira a su alrededor, puede tener la ilusión de subir después a otro monte más alto(28). Pero para lograrlo, tiene que bajar primero a un valle. El camino de nuestra vida consiste en subir y bajar y tiene, además, muchos vericuetos. Nunca sabemos qué nos espera después de una curva. Puede ser una roca escarpada, o una pradera maravillosa(29).

Si dejamos a Dios entrar en todos los abismos de nuestro ser, en todas nuestras rigideces y amarguras(30), su gracia penetra hasta las capas más profundas de nuestro corazón y les da su calor, las “acrisola”. De nosotros espera Dios una sincera colaboración, que consiste en remover las barreras y abrirnos cada día de nuevo a su amor(31).

Cabe, evidentemente, también otra posibilidad. Con nuestra dureza podemos impedir que la luz divina atraviese nuestra coraza y sane lo que está infectado. El pecado consiste en no dejarse amar por Dios; en defenderse de su amor e intentar buscar la felicidad con las propias fuerzas, en lugar de recibirla de Él. Es un peligro universal. En todos nosotros puede ser crucificado el Redentor(32).

El Beato Josemaría invita a tener una gran confianza en Dios que siempre ofrece el perdón(33), y dejarnos conducir por Él adonde Él quiera. A veces sólo nos da luz para el próximo paso, pero podemos estar seguros de que permanece a nuestro lado, también en la oscuridad, y ordena las cosas hacia nuestro bien.

Es innegablemente cierto que la fidelidad a Cristo puede ocasionar incomprensión y sufrimientos en una sociedad secularizada(34). Pero es igualmente cierto que esos sufrimientos pueden crear un vínculo de especial intimidad con Él(35). Para ser fiel en los tiempos duros, conviene renovar el sí muchas veces, y especialmente cuando se entra en una nueva fase del camino. También una relación humana que dura cierto tiempo, sólo puede permanecer viva, si las personas están dispuestas a afrontar los cambios que siempre hay, y no dejan de aprender y crecer. Es necesario adaptarse con cierta flexibilidad a las nuevas situaciones, decir adiós a personas y cosas(36) a las que estamos mucho más apegados de lo que creíamos, y no agarrarnos a un estilo de vida que ha sido razonable ayer, pero no responde a las exigencias de hoy. La fidelidad no sólo exige el «permanecer juntos», sino también el «caminar».

Al principio, quizá, somos más conscientes de lo que damos, mientras lo que hemos recibido tarda más en hacérsenos patente. Muchos buenos cristianos sienten dificultad en afirmar el bien que hay en ellos. Jamás han reflexionado sobre ello. Lo cual significa, al mismo tiempo, que nunca han dado gracias a Dios por los talentos y gracias recibidos. El ejemplo que nos da María en el Magnificat es muy distinto: ella no minimiza los dones de Dios, sino que los califica de «maravillas»(37). También a nosotros nos puede ayudar a contemplar todo lo que Dios nos ha dado, para ponerlo a su servicio y colaborar con más eficacia en la transformación del mundo.

Amor (Relación con los hombres)

Una persona que trata a Cristo, quiere comunicar la Buena Nueva a todos los hombres(38). «A eso vas a la oración –dice el Beato Josemaría–: a hacerte una hoguera, lumbre viva, que dé calor y luz»(39). En otras palabras, un cristiano asume el riesgo de amar verdaderamente(40). Está dispuesto a llorar con los demás en sus penas, y a alegrarse con ellos de sus éxitos.

Según la parábola del buen samaritano, el prójimo no sólo es el que sufre, sino también el extraño(41). Es el que pertenece a otro grupo social, a otra profesión, otro partido político, otra cultura o religión. No debemos poner etiquetas ni clasificar a nadie(42). «Dios me ha mostrado que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre», dice San Pedro(43).

Quien no está interiormente libre de presiones, tiende a transmitir su estrechez a los demás. Intenta, no pocas veces, oprimir y controlar a los que están a su lado, juzgarles duramente(44) y forzarles, hasta con los métodos más sublimes, a vivir según las opiniones negativas que tiene sobre cualquier cosa y situación(45). Pero con este trato se puede «matar» a un ser humano. Si se niega a una persona el cariño, la confianza o la libertad, se le impide desarrollarse sanamente. Se le quita el espacio necesario para respirar y vivir(46).

Quien se conoce a sí mismo, en cambio, tiene comprensión con los otros(47). Sabe que ningún hombre es impecable, y todos merecen nuestro respeto(48). Encontrar fallos en todas partes constituye una actitud ineficaz para quien quiere orientar a otros hacia una vida más feliz(49).

Tenemos que creer en las capacidades de los demás y dárselo a entender. A veces impresiona ver cuánto puede transformarse una persona, si se le da confianza; cómo cambia, si se le trata según la idea perfeccionada que se tiene de ella(50). Hay muchas personas que saben animar a los demás a ser mejores, a través de una admiración discreta y silenciosa(51). Les comunican la seguridad de que hay mucho bueno y bello dentro de ellos, que, con paciencia y constancia, animan y ayudan a desarrollar. Normalmente, no hace falta decir muchas palabras. Por el contrario, éstas se necesitan, más bien, sólo para agitarse y disimular: o sea, para no decir nada o para decir lo que no se piensa(52).

En las relaciones entre los hombres debe reinar la sinceridad. Algunas buenas personas se sienten obligadas a reprimir toda cólera y eludir cualquier conflicto, tanto en sí mismas como en los demás. Pero esto puede crear un ambiente estéril y paralizante(53). Si algunos se acostumbran a callarlo todo, tal vez puedan gozar, durante un tiempo, de una aparente paz; pero pagarán finalmente un precio muy alto por ella, pues pronto se aburrirán mutuamente con sus conversaciones superficiales, y la gente se alejará de sus casas(54).

Para seguir el camino que el Beato Josemaría señala, hace falta mirar a Cristo y aprender de Él. Cristo tomó a cada hombre en serio, y se interesaba por sus pensamientos más ocultos y sus experiencias más profundas(55). En su cercanía, todos se sentían acogidos, cómodos y protegidos(56). Podían dejar sus cargas, descansar y recuperar la alegría de vivir(57).

Para comprender a otro, hay que saber escuchar todo lo que dice, y también las palabras que se quedan dentro de él. Esto exige sensibilidad y amplitud de mente; exige, en definitiva, la humildad de un corazón abierto(58). A veces, podemos sentirnos tentados de escuchar como lo hace un maestro en un examen: escuchar para controlar, no para conocer. Y si se trata de un mal maestro, ni se molesta en escuchar bien, porque ya sabe qué nota va a poner a su alumno.

Una ayuda desde arriba, de modo unilateral, no sirve mucho, si viene de los hombres. Una limosna puede ofender, y el modo de dar un consejo puede hundir a otra persona en la miseria(59). Jesucristo, que pidió agua a una mujer samaritana(60), ruega a todos sus seguidores que salgan del baluarte de su superioridad(61) y descubran las mechas humeantes de la fe, que anteriormente tendían a menospreciar, ignorar o apagar(62). Cualquier persona merece respeto y admiración, y de cada una se puede aprender mucho. Sólo con esta actitud uno puede hacer verdadera amistad con otro, que siempre beneficia a ambos. Y sólo así puede acompañar a otro hacia el Señor.

Alma de criterio

Los Evangelios nos hablan dos veces de una pesca milagrosa: tanto al principio de la vocación de los primeros apóstoles, como también en sus últimos encuentros con Jesucristo(63). Es significativo que tengamos dos relatos paralelos en los que podemos descubrir varios detalles comunes. La diferencia más importante consiste en el hecho de que el segundo milagro tiene lugar después de la Resurrección. Es algo así como si se retomara en sus comienzos la llamada de Pedro, pero sobre el trasfondo de muchas experiencias importantes. Entre ellas, su triple traición tiene un impacto muy especial para este apóstol. Es una herida que le hace sufrir, seguramente a él más que a Cristo. El retorno a los primeros tiempos de su vocación, la pesca milagrosa, es como una curación y un estímulo, es como una nueva confirmación del camino que ha emprendido. Pedro es ahora más realista que antes, y está desengañado de sí mismo. El perdón que ha recibido, hace más profunda su intimidad con Jesús(64). El hecho de que reviva la llamada inicial, le reconduce a su primer amor(65).

Después de la Resurrección, Cristo es todavía mucho más que un amigo que enseña el camino. Por medio de los sacramentos, vive realmente en todos los que le siguen, y quiere actuar a través de ellos. Les da un «corazón nuevo»(66), para que puedan corresponder a su gran amor(67) y transparentar la gloria de Dios.

La estrecha unión con el Señor(68) ocasiona una transformación en el cristiano. Es ahora un «alma de criterio», como dice el Beato Josemaría. Es una persona que ve claro por dónde conduce el camino(69). El «sol de la fe» le muestra una nueva y gozosa realidad(70). No es un «héroe», pero quiere ser un auténtico amigo de Cristo(71). Es uno que, sencillamente, vive con el Dios en el que cree(72). Y experimenta cada día que Dios da la vida, no la asfixia.

Los santos son los más originales de todos los hombres(73). Acostumbrados a ir contra corriente, se despojan fácilmente de todas las ataduras convencionales, si un valor superior lo exige; y se comprometen con audacia a todo lo que Dios les pide. Actúan con libertad de espíritu(74), tal como lo hizo su Señor.

Los judíos que condenaron a Cristo, en cambio, «no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer el cordero de Pascua»(75). Eran capaces de unir su odio ciego a una meticulosa observancia de unos ritos externos, que habían heredado de sus padres. La letra de la ley les importaba más que la justicia(76). Y la autosuficiencia con la que actuaban muestra que la solidaridad dentro de un grupo, por importante que sea, puede no dejar ver las propias faltas(77).

Jesús no nos ha dado reglas para la paz, sino que nos ha traído la paz en su Persona(78). Con su fuerte apoyo, los cristianos pueden lanzarse al mundo(79). Pueden transformar el viento en contra en un viento en popa y, con la gracia de Dios, pueden llegar a ser protagonistas en todas las épocas de la humanidad(80).

Si seguimos este camino que el Beato Josemaría nos señala, estamos abiertos para las sorpresas divinas. Pero también estamos dispuestos a rectificar nuestros pasos día a día. Tenemos los pies en la tierra, la mirada en el cielo y una gran esperanza en el corazón(81). Si andamos es para llegar.

Notas

(1)Cfr. I. F. GÖRRES, Brief an Aloys Goergen, en A. FINDL-LUDESCHER, Stützen kann nur, was widersteht. Über Ida Friederike Görres, 1999, p.107.

(2)Con respecto al título del libro Camino, cfr. edición crítica, pp. 97-101.

(3)Cfr. Camino, punto 794.

(4)El original dice al final del Prólogo: «y te metas por caminos de oración y de Amor. Y acabes por ser alma de criterio». Edición crítica, p.208. Cfr. ibidem, pp.170 y 209.

(5)Pienso que P. Rodríguez ha logrado –con un trabajo científico, exacto y exhaustivo- una fiel reconstrucción de la intención originaria del Autor de CAMINO, que ha sido deformada no pocas veces en algunas polémicas de las décadas pasadas.

(6)Cfr. Camino, punto 279 y edición crítica, p. 455.

(7)P. Rodríguez señala tres fines en forma de tres lemas, que el Autor de Camino propone: «Regnare Christum volumus», Camino, punto 11; «Deo omnis gloria», Camino, punto 780; «Omnes cum Petro ad Jesum per Mariam», Camino, punto 833. Queda claro que se trata de un camino dentro de la Iglesia Católica, de un «Camino in Ecclesia.» Cfr. edición crítica, pp.187s.

(8)Edición crítica, p.186: «Camino presupone la realidad de la fe y el bautismo, y, desde ambos, se proyecta sobre la vida humana del cristiano, que debe ser reformada radicalmente –a la letra: desde la raíz, desde Cristo– hasta alcanzar las cimas de la santidad y de la entrega».

(9)Cfr. edición crítica, p.173.

(10)Cfr. Camino, puntos 575, 715 y 797. Con respecto a la fe como luz, cfr. los comentarios en edición crítica, pp. 702 y 869.

(11)Cfr Lc 5, 4, en punto 792; edición crítica, p. 865 y muchos otros.

(12)Cfr. Camino, puntos 2 y 414 y el comentario en edición crítica, p. 566.

(13)Esto muestra la misma estructura del libro; edición crítica, p. 186: «Si hay algo que da unidad al libro, y ya desde el punto primero, es su cristocentrismo total: el plano inclinado, hay que seguirlo con Cristo, desde Cristo y en seguimiento de Cristo». Cfr. Camino, puntos 1 y 999.

(14)Cfr. Camino, puntos 672, 673 y el comentario en edición crítica, p. 775.

(15)Cfr. Camino, puntos 88 y 422. Según Jn 14, 6, Cristo mismo es el Camino. Cfr. edición crítica, p. 100.

(16)Conversaciones, 36, cit. en edición crítica, p. 170, nota 7.

(17)Cfr. Mt 4, 18-22; Mc 1,16-20;. Lc 5, 9-11. Camino, punto 799; edición crítica: «Este punto de Camino se inserta en núcleos muy centrales de la espiritualidad del Autor: la llamada divina surge en medio de las actividades profesionales, y el Beato Josemaría comprendió, con la ilustración del Espíritu Santo, que para el hombre corriente esa llamada de Dios implica precisamente un modo nuevo... de asumir esa profesión en la que se está» p. 870.

(18)Cfr. Lc 5, 4-11. Camino, puntos 629, 792, 799; edición crítica, pp. 740s.; 865s.; 870. Cfr. también 2 Co 12, 10. Camino, punto 604.

(19)Edición crítica, p. 186: «El Autor comienza... enfrentando al lector con la necesidad de... (una) profunda ‘reforma’ de la propia vida». Cfr. ibidem p. 171.

(20)Cfr. Camino, punto 83; edición crítica, pp. 292s: «La propuesta cristiana de Escrivá era una verdadera propuesta de santidad precisamente por esto: ‘por ser todo nuestro fundamento en oración’, como decía Teresa de Jesús».

(21)Significa dejar algo tras de sí y seguir avanzando. Se puede considerar lo que se deja y lo que se busca. Dejamos atrás lo que es seguro y nos aventuramos en lo desconocido. Cfr. Lc 2, 49. Mt 10, 37. Camino, punto 907 y el comentario en edición crítica, p. 949.

(22)Cfr. edición crítica, p. 100.

(23)Cfr. edición crítica, p. 101, nota 18. La expresión se encuentra en Camino, puntos 255, 372, 580, 650, 665, 803, 903, 953, 965, 996.

(24)Cfr. edición crítica, p. 101.

(25)Cfr. edición crítica, p. 182.

(26)Edición crítica, p. 167: Es interesante y difícil descubrir la «lógica de su exposición». Ibidem, p. 190: «la estructura interna de ese ordo no se hace evidente para sí misma». El mismo Autor de Camino dice que «no es fácil hacer una división de las notas que componen estos apuntes»; cit. ibidem, p. 176.

(27)Edición crítica, p. 185: «El plan de Camino no es ‘sistemático’, sino claramente existencial y práctico».

(28)Cfr. Camino, punto 928 y el comentario en edición crítica, p. 960.

(29)Cfr. Camino, punto 170; edición crítica, p. 360.

(30)Cfr. Camino, punto 91; edición crítica, pp. 300s.

(31)En el libro, el aspecto «militante» de la vida cristiana está muchas veces presente. Pero se trata de una lucha de paz, que comienza en el propio corazón. Cfr. Camino, puntos 191, 200, 307, 714, 720, 724, 905. Cfr. edición crítica, pp. 381s.

(32)Cfr. Camino, punto 296; edición crítica, p .467.

(33)Cfr. Camino, puntos 263,264; edición crítica, pp. 434s.

(34)Cfr. Camino, punto 491; edición crítica, p. 625.

(35)Esta intimidad, aunque no suprima el dolor, contiene, sin embargo, un gozo inexpresable. Cfr. edición crítica, pp. 186s: «A los ojos del Autor, la Virgen María –y la Iglesia con ella– aparece, ante todo, como Madre, llena de ternura». Camino, punto 495: «Ella es el camino corto por el que se va y se vuelve a Jesús».

(36)Cfr. Mt 19, 29. Camino, punto 670.

(37)Cfr. Lc 1, 47-55. Camino, punto 598; edición crítica, p. 723. También Camino, puntos 603 y 608; edición crítica, pp. 726 y 728.

(38)Cfr. Camino, puntos 790 y 796 y los comentarios en edición crítica, pp. 863-865 y 868.

(39)Camino, punto 92. Cfr. Sal 39 (38), 4; edición crítica, pp. 301s.

(40)Cfr. Camino, punto 668; edición crítica, pp. 771s.

(41)Cfr. Lc 10, 36. El Beato Josemaría tuvo en cuenta, desde el principio, la universalidad de la labor apostólica, que transciende los pueblos y naciones. Ha escrito Camino «para todas las almas..., no para nosotros». cit. en edición crítica, p. 173. Cfr. Camino, puntos 7, 315, 525, 764, 812, 928, 947, 963-966.

(42)Cfr. Camino, punto 675; edición crítica, pp. 775s.

(43)Hch 10, 28.

(44)Cfr. Camino, puntos 52, 448; edición crítica, pp. 261, 593.

(45)Cfr., en cambio, Camino, punto 936; edición crítica, p. 967.

(46)Cfr. Camino, punto 447 y los comentarios en edición crítica, p. 593.

(47)Cfr. Camino, puntos 442 y 446; edición crítica, pp. 590s. y 592s.

(48)Cfr. Camino, punto 443; edición crítica, pp. 591s.

(49)Cfr. Camino, puntos 657 y 661; edición crítica, pp. 763 y 765s.

(50)Cfr. Camino, punto 452; edición crítica, pp. 596s.

(51)Cfr. Camino, punto 463; edición crítica, p. 603.

(52)Cfr. Camino, puntos 37 y 447; edición crítica, pp. 251 y 593, donde se cita al Autor de Camino: «¡Qué ganas tengo de escuchar el silencio!».

(53)Cfr., en cambio, Camino, puntos 46 y 947 y los comentarios en edición crítica, pp. 257s. y 976.

(54)Cfr. Camino, punto 943; edición crítica, p. 972.

(55) Cfr. Jn 3, 1-21. Camino, punto 841; edición crítica, p. 906.

(56)Cfr. Mt 9, 10s. Camino, punto 799. Lc 7, 37s.

(57)Cfr. Mt 11, 28. Camino, punto 732; edición crítica, p. 817.

(58)Cfr. Mt 11, 29. Camino, punto 606; edición crítica, p. 728.

(59)Cfr., en cambio, Camino, punto 440; edición crítica, p. 590.

(60)Cfr. Jn 4, 7-9.

(61)Cfr. Camino, puntos 201, 459, 590 y 958 y los comentarios en edición crítica, pp. 389, 600s., 714s. y 982.

(62)Se dice del «Siervo de Jahvé» que no apaga la mecha mortecina. Cfr. Is 42, 3. Camino, puntos 973, 975; edición crítica, pp. 995s.

(63)Cfr. Jn 21, 1-14. Camino, punto 843; edición crítica, pp. 907s.

(64)Cfr. Camino, puntos 267, 309, 581 y 887 y los comentarios en edición crítica, pp. 439-441, 480, 706s. y 935.

(65)Cfr. Apc 2, 4. Camino, puntos 421, 436 y 439 y los comentarios en edición crítica, pp. 574 y 584s.

(66)Ez 36, 26. Cfr. Camino, puntos 111 y 171; edición crítica, pp. 307 y 361s.

(67)Cfr. Camino, puntos 417, 420 y 426 y los comentarios en edición crítica, pp. 570-574 y 576.

(68)Cfr. Camino, puntos 785 y 786; edición crítica, p. 859.

(69)Un hombre que ve claro, entiende mejor lo que quiere decir «hombre nuevo» (Ef 4, 24), «nueva creación» (Ga 6, 15), «nueva vida» (Rm 6, 4) y «nueva convivencia». Cfr. Camino, punto 212 y el comentario en edición crítica, p. 401.

(70)Camino, punto 279; edición crítica, p. 455.

(71)La perfección cristiana no quiere decir «perfeccionismo». En la Biblia, «perfección» o santidad significan, ante todo, una especial presencia de Dios. El monte Sinaí es santo, porque en él está presente Dios de una manera única. Moisés es perfecto, porque Dios le permite acceder a una excepcional proximidad divina. Los primeros cristianos se llamaban santos, porque habían sido santificados por los sacramentos. La perfección cristiana es, en primer lugar el amor que Dios nos tiene y que nos santifica, y no nuestro amor a Él. El acento recae en Dios. Cfr. Camino, puntos 57, 58, 273, 475, 534 y los comentarios en edición crítica, pp. 266-271, 446s., 616 y 664.

(72)Cfr. Camino, punto 584; edición crítica, p. 708s.

(73)Cfr. Camino, puntos 390-392, 688 y 956; edición crítica, pp. 550s., 783s. y 981.

(74)Cfr. 2 Co 34, 17. Gal 5, 1. Camino, puntos 267, 389, y 864 y los comentarios en edición crítica, pp. 439-441, 549s. Y 923.

(75)Cfr. Jn 18, 28. En cambio, Camino, puntos 258, 259 y 932; edición crítica, pp. 431s. y 963.

(76)Cfr., en cambio, Camino, puntos 342, 400, 409, 411, 450, 579 y los comentarios en edición crítica, pp. 508s., 556, 563s., 595 y 705s.

(77)Cfr. Mt 23, 25. En cambio, Camino, punto 36 y 694; edición crítica, pp. 251 y 789.

(78)Cfr. Camino, punto 960; edición crítica, pp. 983s.

(79)Cfr. Camino, punto 577; edición crítica, pp. 704s.

(90)Cfr. Camino, punto 588; edición crítica, p. 711.

(81)Cfr. Sal (31) 30, 2; Sal (71) 70, 1. Camino, puntos 95, 182, 428, 582 y 668 y los comentarios en edición crítica, pp. 95s., 372s., 577s., 707 y 771s.