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Han escrito sobre Camino
La edición crítico-histórica en la perspectiva de su autor
Pedro Rodríguez. La edición crítico-histórica en la perspectiva de su autor

Quizá lo que en estos momentos se espera del autor de la edición crítica sea una palabra acerca de la génesis del proyecto y luego otra sobre la manera de concebir y realizar el trabajo. Diré ambas palabras, en efecto. Pero lo que yo me siento obligado, ante todo, es a agradecer a los ilustres colegas que me han precedido en el uso de la palabra, las cosas que Vds. y yo acabamos de oír acerca del libro que han analizado. Su competencia científica y la significación que tienen en el campo de la cultura hacen especialmente valiosas sus palabras. Yo sé muy bien que lo que a ellos, como a mí, produce admiración, es la densidad cristiana de este “clásico” del siglo XX y sus palabras ponen de manifiesto la riqueza y la actualidad de Camino: de su texto y de su mensaje. Pero sé también que sus intervenciones avalan con creces la contribución al estudio de Camino que se expresa en esta edición crítica. Vaya, pues, mi agradecimiento a personalidades tan ilustres y a tan entrañables amigos.

La idea y el proyecto de ocuparme de la edición crítica de Camino venían de muy atrás, pero nunca tomaron forma operativa: sin estar meramente en el orden de la velleitas, no ocupaban un lugar en los planes y en los calendarios de mi trabajo personal. El punto de inflexión vino en el curso 1996-1997, durante una sesión de trabajo convocada en la sede de la Prelatura del Opus Dei en Roma: en total, docena y media de personas de distintos países. Éramos fundamentalmente profesores —historiadores, teólogos, juristas, etc.— y reflexionábamos, ya a la vista del Centenario Josemaría Escrivá, acerca de cómo promover y realizar una más intensa investigación sobre su obra, su mensaje, su espiritualidad, sus escritos, etc. La sesión tenía aquella mañana el formato “tormenta de ideas”. Entre las diversas iniciativas que fueron saliendo, todas ellas sumamente interesantes –algunas un poco genéricas: no olviden Vds. que, como he dicho, era una conversación de intelectuales–, yo brindé mi vieja idea, que sorprendió por lo inmediatamente concreta. Me ofrezco –dije entonces– a hacer una edición crítica de Camino.

La idea fue bien acogida, pero no pensaba yo que, tan urgidos como andábamos todos por la vida, pudiera tener mi propuesta consecuencias prácticas a corto plazo. Aparte de que yo era entonces Decano de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra y tenía otras teclas que tocar y otros trabajos en marcha. En mi mente la oferta se situaba en ese capítulo un tanto difuso de “cosas para hacer más adelante”, que la vida va demorando sine die. Pero se ve que mi palabra fue tomada en serio, y con fecha 8 de julio de 1997 recibía en Pamplona una comunicación, de parte del Prelado del Opus Dei, en la que se me pedía que, “de acuerdo con lo que sugeriste”, me encargase en efecto de hacer la edición crítica de Camino.

Viendo el panorama de trabajo y compromisos que tenía por delante, me acordé del refrán: “por la boca muere el pez”: por hablar. Pero, a la vez, con aquel papel en la mano, empecé a llenarme de agradecimiento y de una creciente alegría, la alegría de tenerme que embarcar en serio en uno de los proyectos apostólicos y científicos que más había acariciado en mi vida. Exactamente, ése: hacer la edición crítica de Camino. Es decir, estudiar y conocer a fondo, hasta la entretela, el libro que —aparte la Escritura Sagrada— había sido determinante del rumbo personal de mi vida.

Me quedaba un año de decanato, pero ya empecé a “redimensionar” las tareas: hice algunos viajes a Roma para hacerme cargo del estado de las fuentes documentales en el Archivo General de la Prelatura y situar las coordenadas reales de la investigación. Ésta se hizo sistemática y organizada a partir de octubre de 1998, en que el Prof. Francisco Varo, un excelente exégeta del Antiguo Testamento, fue elegido Decano de la Facultad y pude así, con la ayuda generosa de todos, encontrar tiempo y dedicación para el día tras día de este proyecto, al que puse punto final en septiembre de 2001. En las palabras “Al lector” que he escrito al principio del libro pueden Vds. comprobar qué extensa e ilustre es la lista de colegas y amigos que me han ayudado en esta larga singladura, y qué intenso y cordial mi agradecimiento.

Una palabra ahora sobre la ubicación científica de la investigación que finalmente ha sido publicada. Conforme me adentraba en el trabajo y en la lectura de los documentos –casi todos ellos, como dije, en el Archivo General de la Prelatura del Opus Dei, en Roma–, se iba haciendo cada vez más claro que el material dotado de interés para la comprensión del texto de Camino superaba lo que, en sentido propio, era necesario para una edición crítica, con arreglo a los cánones más usuales. Por otra parte, un libro tan singular y de tanta irradiación espiritual como Camino, pedía inquirir a fondo la historia de su composición: no sólo “establecer” su texto –tarea sin excesivos problemas en este libro, dada la claridad de la historia textual, como subraya tan adecuadamente en su intervención el Prof. Arellano–, sino ir más allá del texto o, si se prefiere, sorprender al texto en su hacerse, enfoque este que ha retenido la atención del Cardenal López Trujillo y de la Dra. Ortiz de Landázuri. En este sentido, el estudio de la documentación confirmaba con intensidad creciente la intuición espontánea de todo lector de Camino: que cada una de sus 999 unidades tiene vida propia, y contextos y circunstancias muy diversos; una vida espiritual, pastoral y literaria que el texto mismo muestra anterior al texto, y mucho más rica que lo que la mera crítica textual puede poner de manifiesto. De ahí que, durante mi trabajo, no rechazara esos datos contextuales que trascendían a la crítica textual. Al contrario, buscaba la manera de incorporarlos al libro y proporcionar así, sobriamente, a los lectores la información encontrada sobre el contexto vital e histórico a que me refiero. Por eso he llamado, al resultado de esta investigación, no ya “edición crítica”, sino “edición crítico-histórica”, como se lee en la portada del volumen.

No puedo ocultarles a Vds. la influencia que en esta opción metodológica mía ha tenido el planteamiento que Joseph Rupert Geiselmann dio a la edición crítica de las obras del célebre teólogo alemán del siglo XIX Johann Adam Möhler, precursor a gran distancia del Concilio Vaticano II. Me refiero a las llamadas Symbolik y Die Einheit in der Kirche, especialmente ésta última que, al tener una única edición en vida del autor, no ofrecía especiales problemas para la fijación del texto. Pero ambas obras tenían una historia y una prehistoria redaccional del máximo interés, en las que Geiselmann buceó con todos sus recursos y con la convicción de que poner de manifiesto el estilo de pensar y trabajar de un genio es un gran servicio a la posteridad. Las dos obras de Möhler las publiqué recientemente en castellano, con la colaboración de mi colega y discípulo el Prof. José R. Villar, en la “Biblioteca de Teología”, de la Universidad de Navarra: La Unidad en 1996 y Simbólica el pasado año 2000(1). Pero retorno a mi discurso sobre el talante crítico-histórico de esta edición de Camino.

La decisión metodológica de que les hablaba hace un momento iba multiplicando la tarea, pues el equilibrio entre unas partes y otras exigía no sólo la “recepción” de los documentos que salían al paso, sino la “inquisición” de los que no salían. Ya se dan cuenta Vds. de que ese proceso de invención, en y desde los documentos, de la historia vivida y reflejada por Josemaría Escrivá en las páginas de Camino, constituía, a la vez, un desafío intelectual y una gracia de Dios, que provocaban –ambos, el desafío y la gracia– el gaudium de veritate de que hablaba Agustín de Hipona, esa suerte de alegría del intelecto y del corazón al conocer la acción incisiva de Dios en la historia, testificada a través pequeños y cotidianos documentos: una agenda, una cartas, el guión de una homilía, unas notas de oración personal. El resultado de todo ese laboreo ha sido el amplio “Comentario crítico-histórico”, que es, desde el punto de vista cuantitativo, la parte más extensa, con mucho, de todo el conjunto: un comentario a la estructura del libro, a la secuencia de sus capítulos y, sobre todo, a cada uno de sus puntos. Es ahí, sobre todo, donde el lector puede encontrar esos “trozos de vida” que emergen, a veces de manera lacónica, en los aforismos de Camino.

Una edición, pues, “crítico-histórica”, decía. Queda claro por lo dicho que no aludo, con esta expresión, a “otro” método de análisis de textos, que sería distinto del que llamamos, en exégesis bíblica y en teología, y en general crítica literaria, método “histórico-crítico”. Con esa fórmula que propongo me refiero no al método de mi trabajo, sino al alcance y al contenido del Comentario, que va más allá de lo que, en sentido estricto, pide la edición crítica, para adentrarse, como ya he dicho, en numerosas cuestiones de gestación y contexto histórico-espiritual de los “puntos” de Camino.

No es, sin embargo, ni quiere serlo, un comentario teológico y de espiritualidad, aunque haya continuas incursiones –no podía ser de otra manera– a lo que constituye la materia misma del libro, como han puesto de manifiesto Mons. Ureña y los Prof. Morales y Burggraf. Tampoco es un estudio del estilo literario o del uso lingüístico de los términos, lo que no excluye, acá y allá, frecuentes apuntes sobre el tema; aspecto que ha interesado sobremanera a la Prof. Caballero. Tampoco quiere exponer de manera temática y sistemática los contextos históricos de la redacción, en los que se han detenido de manera tan sagaz los prof. Fontán y Guerra. Precisamente la presente edición quiere ofrecer el texto de Camino, críticamente dispuesto y documentado para el trabajo ulterior, a los que deseen estudiar esta obra sea desde el campo de la espiritualidad y de la teología, sea desde el que es propio de la lengua y de la literatura, o de la historia.

Entiendo que, por razón de mi oficio, sí debo decir una palabra acerca de en qué sentido no es un comentario teológico esta edición de Camino que comentamos. Quiero decir con ello que no abordo de manera formal y directa la teología subyacente. Fue de eso de lo que me ocupé otras veces, desde mi escrito de juventud sobre Camino(2). Allí sostenía yo entonces que la teología del libro, especialmente la antropología teológica que yo buscaba –«la ‘imagen del cristiano’ propuesta en Camino: el concepto de ‘unidad de vida’»– se encuadraba en torno a tres ejes: «hay dos grandes líneas –escribí– que recorren el pequeño gran libro y lo convierten en ‘manual de la santidad de los laicos’: la primera es el mundo, la situación mundanal del hombre y, sobre todo, su dinamismo creador –el trabajo– afirmados positivamente y contemplados en la economía de la gracia (santificación del trabajo, santificación de las actividades humanas); la segunda constituye como el eje sobrenatural de la tarea santificadora y podríamos calificarla como ‘primacía de la gracia’ (de la oración, de la interioridad), que en el libro se expresa, ante todo, como vivencia y sentido de la filiación divina... De la confluencia de ambas líneas estructurantes brota una tercera, que confiere a la vocación del laico los rasgos de una vocación esencialmente apostólica. Me parece que es en torno a estos tres ejes como deben situarse todas las demás características...».

Ahora, en cambio, por exigencia interna de la edición crítico-histórica, no se busca la teología de Camino en sí misma, los puntos teológicos de condensación o de partida del texto que está ante nuestros ojos, sino que trato de comprender teológicamente la estructura misma del libro, es decir, la concatenación teológica de la secuencia de los capítulos del libro prout jacet. En definitiva, la teología de la dispositio del libro, que expongo en la Introducción General y en las Introducciones de los capítulos. Esta tarea me parecía un servicio necesario a los colegas del oficio teológico –exigible, además, en el trabajo crítico-histórico– para poder establecer después, de una manera fundada, la teología sustancial implícita en los capítulos de Camino. Esto me ha permitido, al filo del comentario, hacer también yo, acá y allá, apuntes en este sentido.

Como antes les decía, bajo el título “Texto y Comentario crítico-histórico”, el lector encuentra el contenido principal de esta edición de Camino y sin duda la parte más extensa: son más de ochocientas páginas. Pero después de la investigación realizada a los largo de estos tres años creo que debo llamar la atención de Vds., no sólo sobre el Comentario de que vengo hablando, sino sobre la “Introducción General” que le precede y que acabo de citar. Es extensa y tiene, necesariamente, la tecnicidad, un tanto fatigosa, propia de este tipo de trabajos; pero entiendo que su lectura será útil también para el lector no avezado en este género científico, pues ofrece ayuda y elementos de juicio para situar el marco espiritual y humano donde se inscriben los diversos capítulos y “puntos” de Camino. Tengan Vds. presente que la anotación y el comentario del “Texto” han sido realizados a partir del cuadro hermenéutico que se propone a lo largo de los diversos capítulos o parágrafos (§§) de la “Introducción General”.

Como el lector podrá comprobar si emprende la lectura de este libro, muchas de las interrelaciones contextuales y documentales del Texto, tal como se reflejan en el Comentario, permanecen abiertas, son hipótesis: plausibles, pero hipótesis; y otras, por su misma naturaleza, están sujetas a rectificación o matización, o enriquecimiento, a partir de nuevos documentos y testimonios; tema éste al que el Prof. Martì i Bonet ha prestado tanta atención. En las palabras introductorias “Al lector”, a que antes me he referido, comunicaba a ese futuro lector mi agradecimiento anticipado a todas las aportaciones, sugerencias o alternativas que me lleguen sobre la materia.

Efectivamente, en los tres meses que han seguido a la aparición del libro muchos colegas, amigos, conocidos y desconocidos me han ido haciendo llegar –oh, el gran invento del e-mail– numerosas observaciones que demuestran en muchos casos una lectura increíblemente detenida del texto. Por otra parte, como en ese espacio de tiempo se ha agotado la primera edición y la Editorial se dispone a sacar la 2ª antes del verano –es decir, cuando apenas ha podido el autor leer con sosiego la primera–, las observaciones críticas a que me refiero y otras de mi propio coleto, que piden ser sopesadas y contrastadas, no han podido ser recogidas. Lo serán, si Dios quiere, con calma, en una eventual tercera edición. En esta segunda sólo se han podido corregir los errores y erratas detectados. En concreto, los descubiertos hasta el día 31 de mayo, pues los posteriores a esa fecha me han sido rechazados –pospuestos, se entiende– por el editor. Digo erratas y errores, para asentarme bien en la escuela del Maestro Álvaro D’Ors, que no tolera confusión en la materia. Será pues la segunda no una edición “corregida y aumentada”, sino sencillamente “corregida”: corregida (hasta el 31 de mayo) de erratas y errores. Pongo un ejemplo de error corregido. A una muy anciana señora, cuyo valioso testimonio se aporta en la pg 622 del libro, le leía una amiga suya el párrafo correspondiente, que incluye una breve nota biográfica. Al parecer, lo escuchó con atención y se diría que con gesto benevolente. Pero hizo este único comentario: Decidle a ese señor que me ha puesto dos años de más. Un intolerable error que ya está rectificado para la edición segunda.

Vengo ya a mi última palabra. La investigación que se expresa en el libro que comentamos contó desde el principio con el apoyo y el impulso del Prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría, que quiso además prologar el libro. Es ésta una ocasión excelente para dar testimonio de mi agradecimiento al Gran Canciller de mi Universidad, y en él a la entera Universidad de Navarra, por la ayuda y las facilidades que en todo momento me han prestado para llevar adelante este proyecto. Un proyecto que, como les dije al principio, ha recubierto buena parte de mi trabajo en los tres años que preceden al Centenario del nacimiento del Beato Josemaría Escrivá de Balaguer, 9 de enero de 2002, cuya canonización ha sido anunciada por el Papa Juan Pablo II y tendrá lugar el 6 de octubre de este año. No podía yo imaginar que el Señor me deparara, durante este tránsito del segundo al tercer milenio, una tan profunda y entrañable experiencia de la “comunión de los santos”. Vaya, pues, a Él –Deo omnis gloria– mi radical acción de gracias. Y gracias también a Vds. por su presencia y por su paciencia.

Notas

(1)Johann Adam MÖHLER, La unidad en la Iglesia o el principio del Catolicismo expuesto según el espíritu de los Padres de la Iglesia de los tres primeros siglos. Introducción y notas de P. RODRÍGUEZ y J. R. VILLAR, Col. “Biblioteca de Teología”, 22, SPUNA -Ed. Eunate, Pamplona 1996, 494 pp.; Johann Adam MÖHLER, Simbólica. Introducción y notas de P. RODRÍGUEZ y J. R. VILLAR, Col. “Biblioteca de Teología”, 25, Ed. Cristiandad, Madrid 2000, 850 pp.

(2)“Camino y la espiritualidad del Opus Dei”, en Teología Espiritual 9 (1965) 213-245.