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Capítulo
Punto 182
Mortificación · Punto 182

 Bebamos
hasta la última gota
del cáliz del dolor en
la pobre vida presente. —¿Qué importa padecer diez años, veinte, cincuenta...,
si luego es el cielo
para siempre,
para siempre...,
para siempre?
—Y, sobre todo —mejor que la razón apuntada, «propter retributionem»—,
¿qué importa padecer si se padece por consolar, por dar gusto a Dios nuestro Señor, con espíritu de reparación, unido a Él en su Cruz, en una palabra: si se padece por Amor?...
 

Comentario

Ávila, Los Cuatro Postes. Según la tradición, en este lugar sucedió lo que relata Santa Teresa en El libro de la vida:
su tío la encontró cuando era niña y se dirigía, junto con su hermano Rodrigo, a tierra de moros para que les descabezaran por Cristo. La Santa iba susurrando a su hermano que se cansaba de la caminata::
para siempre, para siempre, para siempre»

Este punto y los dos siguientes tienen su primera matriz en las notas del retiro espiritual que hizo San Josemaría en Segovia. La nota originaria está en Apuntes íntimos, nº 1671, 11-X-1932 [1]. Fue dado a conocer en el primer cuadernillo a velógrafo.

«Dar gusto a Dios»: vid el comentario al punto 152.

«Para siempre». Vid sobre el tema el comentario al punto 752.

Gravita, sin duda, en la redacción de esta vivencia espiritual el célebre pasaje de Santa Teresa de Jesús, que San Josemaría citaba con frecuencia [2]:

«Espantábanos mucho el decir que pena y gloria era para siempre, en lo que leíamos. Acaecíanos estar muchos ratos tratando de esto y gustábamos de decir muchas veces: ¡para siempre, siempre, siempre! En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez imprimido el camino de la verdad» [3].

«Propter retributionem». San Josemaría alude al versículo 112 del Salmo 119 (118), de recitación cotidiana en el Oficio de las Horas en aquellos años: «Inclinavi cor meum ad faciendas iustificationes tuas in aeternum propter retributionem» [4], citado también a la letra en el Decreto sobre la justificación

[5]. San Josemaría había ya usado esa expresión en los Apuntes íntimos unos meses antes:

Santo Cristo de Medinaceli

«Cuando volvía, esta mañana, de Sta. Isabel, al contemplar la cola que iba a adorar el Santo Cristo de Medinaceli, sentí el impulso de prestar esa adoración (nunca me había movido a eso), considerando que, por tradición, todos los devotos van «propter retributionem» a pedir favores, y yo debía ir, como he ido, exclusivamente «por Amor».

Entré en la iglesia. He besado el pie derecho de Jesús. Dejé diez céntimos, en una bandeja y he pedido una estampa, que guardaré para recuerdo. Estoy seguro de haber consolado a mi Señor. –Me dio, en la calle, oración» [6].

La reflexión de San Josemaría se eleva al motivo superior del amor puro, quizá bajo la influencia de las Enarrationes in Psalmos de San Agustín, que más que nadie en la Antigüedad cristiana pone en relación la eternidad del amor a Dios, radicalmente «desinteresado», y el sentido (aparentemente egocéntrico) de la recompensa.

Es la misma actitud que San Juan Crisóstomo ve en San Pablo:

«El no servía a Cristo como nosotros, pobres asalariados, por temor del infierno y por deseo del reino de los cielos. Otro amor mucho mejor y más bienaventurado que ése arrebataba al Apóstol, y sólo por satisfacer ese amor que tenía a Cristo lo sufría y hacía absolutamente todo» [7].

Esta idea, también presente en la profunda explicación que Santo Tomás hace del Espíritu Santo como Don [8], apunta a la superación de la célebre controversia del siglo XVII sobre el «amor puro» [9], que indudablemente San Josemaría conocía bien y que está en el trasfondo de un buen número de puntos de Camino.

Vid los puntos 139, 668, 669, 765 y 769 con sus respectivos comentarios. El tema del «amor desinteresado» está también presente en el Decenario de Francisca Javiera del Valle [10].



[1] En las notas de ese día está también el punto 904.

[2] «Este adverbio –siempre– ha hecho grande a Teresa de Jesús. Cuando ella –niña– salía por la puerta del Adaja, atravesando las murallas de su ciudad acompañada de su hermano Rodrigo, para ir a tierra de moros a que les descabezaran por Cristo, susurraba al hermano que se cansaba: para siempre, para siempre, para siempre» (Amigos de Dios, 200).

[3] Libro de la Vida, 1, 5; BAC 212, 8ª ed, 1986, pg 35.

[4] San Josemaría toma, como siempre, la expresión latina del Salmo de la edición Vulgata, más próxima al texto griego de los LXX. La Neovulgata lee: «in finem».

[5] Concilio de Trento, sess VI, Decr de iustificatione, cap 11 y can 26 (DB 1539 y 1576).

[6] Cuaderno V, nº 631, 4-III-1932. Sobre el Cristo de Medinaceli, vid el comentario al punto 86 nota.

[7] San Juan Crisostomo, Sobre la compunción, Discurso I, 7; BAC 169, 1958, pg 566s.

[8] El Espíritu Santo es Don –dice Tomás de Aquino– «quod non datur intentione retributionis, et sic importat gratuitam donationem: ratio autem gratuitae donationis est amor» (Summa Theologiae, Iª q. 18 a. 2 cor).

[9] Sobre el tema vid Éphrem Boularand, «Désintéressement. 8. Le sens de la querelle du pur amour», en DSp, III, col. 577-591. Se desarrolló sobre todo en Francia entre Bossuet y Fénélon; varias proposiciones de este último fueron notadas bajo Inocencio XII. Vid DB 2351-2374.

[10] Decenario al Espíritu Santo, Día 1º, Obsequio; Día 4º, Instrucción y Obsequio; Día 7º, Instrucción (Patmos 35, pgs 43s, 72s, 78, 98; Logos 52, pgs 85, 114s, 121, 145s.