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Capítulo
Punto 98
Oración · Punto 98

 Después de la oración del Sacerdote
y de las vírgenes consagradas,
la oración
más grata a Dios
es la de los niños
y la de los enfermos.

Comentario

Venancio Blanco: altorrelieve en la Catedral de la Almudena
San Josemaría atendiendo a un enfermo agonizante
de raza gitana en el Hospital General de Madrid.

Original en el Cuaderno V, nº 524, escrito el 30-XII-1931 [1]. Es exacto su tenor literal. Por el contexto se entiende que San Josemaría está hablando de la oración de petición. La alusión a la fuerza intercesora de la oración de los sacerdotes y de las vírgenes consagradas es sin duda una afirmación tradicional.

Lo que más arriba dice San Josemaría del sacerdote como «alter Christus» (vid el comentario al punto 66) es en Camino, a mi parecer, la base teológica de esa primacía de la intercesión sacerdotal que sube al Cielo desde la tierra, especialmente en la Santa Misa.

San Josemaría pidiendo oraciones
a una comunidad de religiosas carmelitas

 

La colocación de las vírgenes «consagradas» a continuación se basa, supongo, en el excelso carácter que la tradición otorga al «status» eclesial de estas vírgenes [2]. En todo caso, San Josemaría Escrivá buscó con ahínco la fuerza de esas plegarias. Hay testimonios de que paraba por la calle a compañeros sacerdotes, sin conocerlos, con el exclusivo objeto de pedirles que rezaran por una intención suya:

«Sigo pidiendo oraciones hasta a personas desconocidas, religiosas p.e., a quienes abordo en la calle, solicitando de su bondad la limosna espiritual de un ‘Padre nuestro’» [3].

Algunos de esos encuentros –en el Madrid de los años treinta– fueron el inicio de profundas amistades sacerdotales [4]. A las monjas del Patronato de Santa Isabel las tenía rezando por intenciones suyas continuamente.

Si sacerdotes y vírgenes tienen esa prelación que podríamos llamar «institucional», los niños y los enfermos eran la debilidad «existencial» de San Josemaría, a imitación del Maestro (vid el punto 419). Detrás de este punto está, en efecto, la experiencia de aquellos años en que confesaba a tantos niños en el Patronato de Enfermos y su labor con los enfermos en el Patronato y en los hospitales de Madrid:

«28 de abril de 1932: Continúo rezando cada día, con las niñas de Sta. Isabel que preparo para la primera comunión, una avemaría –les digo– por el santo a palos» [5].

1932. Niñas de Primera Comunión del Colegio de la Asunción, situado junto al Patronato de Santa Isabel, preparadas
por San Josemaría, a las que solicitaba oraciones
"por el santo a palos»

Ya se ve lo que hay detrás de esta ingenua y –para las niñas, seguro– divertida oración. San Josemaría les había dicho que había uno que tenía que ser santo, aunque fuera a palos, y que había que rezar por él. Unos días antes había hecho esta súplica al Señor, que quedó escrita en el Cuaderno V, nº 699, 15-IV-1932:

«Jesús: tu borrico cree en ti, te ama y espera. Hazme santo, mi Dios, aunque sea a palos» [6].

Sobre la intercesión de los enfermos, vid com/208. Fue, como he dicho, una de sus grandes experiencias durante su trabajo en el Patronato de Enfermos. San Josemaría pensaba en la intercesión de aquellos que ayudó a bien morir:

«Pienso que algunos enfermos, de los que asistí hasta su muerte, durante mis años apostólicos (!) [7], hacen fuerza en el Corazón de Jesús...» [8].

No deja de ser interesante lo que se escribió en aquellos años acerca de quiénes «caben» y «no caben» en el Opus Dei:

«Caben: Los enfermos, predilectos de Dios, y todos los que tengan el corazón grande, aunque hayan sido mayores sus flaquezas» [9].



[1] Ese mismo día transcribió el punto 2.

[2] Después del Concilio Vaticano II la Iglesia ha restituido el antiguo «Ordo Consecrationis Virginum» (ed typica 1970). Sobre las vírgenes consagradas vid Catecismo de la Iglesia católica, nn 922-24. Así escribía San Josemaría a una comunidad de contemplativas:

«Díganle ustedes a Jesús todas estas cosas y aquellas otras que Él pondrá en el corazón y en los labios de sus vírgenes»

(Carta de San Josemaría Escrivá a María Teresa Villanueva Labayen, entonces Jerónima de la Adoración, Madrid 24‑I‑1932; EF 320124-1).

[3] Cuaderno V, nº 569, 18-I-1932.

[4] Así conoció San Josemaría a don Casimiro Morcillo, que murió siendo Arzobispo de Madrid. Tanto San Josemaría como don Casimiro rememoraban con frecuencia este singular encuentro. Álvaro del Portillo escribe que San Josemaría le comentaba: «Don Casimiro, al que entonces no conocía de nada, se me quedó mirando asombrado, con los ojos bien abiertos, como diciendo: ¡éste está loco!» (nota 472 a los Apuntes íntimos).

Casimiro Morcillo, Arzobispo de Madrid

 

[5] Cuaderno V, nº 710.

[6] Sobre el tema del borrico, leer los puntos 606 y 998 con sus comentarios respectivos.

[7] Durante sus años de trabajo con las Damas Apostólicas, del Patronato de Enfermos.

[8] Cuaderno V, nº 689, 7-IV-1932.

[9] Cuaderno IV, nº 206, 15-VII-1931.