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Capítulo
Punto 894
Vida de infancia · Punto 894

 ¿Has presenciado
el agradecimiento
de los niños?
—Imítalos diciendo, como ellos,
a Jesús,
ante lo favorable
y ante lo adverso: «¡Qué bueno eres!
¡Qué bueno!...»
Esa frase, bien sentida, es camino de infancia, que te llevará a la paz, con peso y medida
de risas y llantos,
y sin peso y medida
de Amor.
 

Comentario

San Josemaría tomó este texto de su Cuaderno V de Apuntes íntimos, nº 498, de unos apuntes que fechó el 23-XII-1931-

El consejo que San Josemaría da a los lectores –esa frase que, «bien sentida, es camino de infancia»– arranca de su experiencia personal, como parece deducirse de estas palabras que dijo durante una meditación en 1940, y que Vicente Moreno, un sacerdote valenciano que le escuchaba, recogió en sus notas::

«Un día estaba un sacerdote delante del Santísimo, se fijó en la Hostia Santa, recordó el montón de sus miserias y no se cansó de decir: ¡qué bueno eres, Señor! Este es, pues, el Señor que te llama. ¿Te resistes?» [1].

Posiblemente San Josemaría tenía en su mente, mientras predicaba, la escena que él mismo anotó en una de las primeras páginas de su Cuaderno II:

«Ayer, seis de abril de 1930, al recibir una carta, que iba a resolver algo muy importante para mi vida, creí, cuando comencé a leerla, que no resultaba el asunto como yo deseaba y pedía al Señor. Entonces pensé ir en seguida a la iglesia de esta Casa Apostólica [2] a decir al Amo expuesto en la Custodia: ¡Hágase, Señor, ahora y siempre tu Voluntad!

–Seguí leyendo y el asunto marcha, al parecer, favorablemente. Subí, rezamos mamá y yo tres avemarías a la Ssma. Virgen. Volví a la iglesia y sólo supe decir muchas veces, porque soy un miserable: ¡Señor, qué bueno eres! ¡qué bueno!

–Y es que verdaderamente no puedo entender cómo El no me ha dado, ¡asqueado!, un golpe definitivo, en lugar de ayudarme y bendecirme tan amorosa y paternalmente como lo hace. Pienso que quizá me ayude así, por mi madre y mis hermanos: y también porque me quiere para su Obra» [3].

La expresión ¡Qué bueno es Dios, nuestro Señor! pasó a ser habitual en los labios de San Josemaría, y la encontramos en sus notas posteriores:

«Día 10 de enero de 1936. Muchas cosas, en esta última temporada. ¡Qué bueno es Dios, nuestro Señor! Esta exclamación la he repetido mil veces, al considerar la hermosura de su Obra, que tantas almas va a salvar y a santificar. Se sufre, al ver todo lo que queda por hacer, hasta el punto de doler la cabeza» [4].

«Domingo 27 de febrero [de 1938]. ¡Qué bueno eres, Jesús, qué bueno eres! –Esta es la exclamación que repito cien veces, cuando veo lo que haces con mis hijos» [5].

Los que trataban a fondo a San Josemaría durante aquellos años tenían esta frase también en su corazón, como se deduce de este texto de Álvaro del Portillo, que con ocasión de describir unos momentos duros de su vida durante la guerra civil, se refiere:

«... a la confianza y la paz que el Señor ha querido infiltrar en nuestros corazones. Estamos paladeando la verdad de la frase que alguna vez hemos oído al Padre: «¡Qué bueno es Dios [6].

La exclamación era también habitual en Santa Teresa:

«¡Oh Señor mío, qué bueno sois!» [7];

y en Santa Teresita:

«¡Qué bueno es el Señor...! Él acompasa siempre sus pruebas a las fuerzas que nos da» [8].

«¡Qué bueno es el Señor, que hizo crecer a mi alma y le dio alas...!» [9];

y en toda la tradición cristiana. En realidad todo es como la resonancia en el alma agradecida del niño del «quam bonus Israel Deus!» del salmo 72.

Leer en este sentido los comentarios a los puntos 427 y 430 de Camino.



[1] Ejercicios Espirituales , Meditación 2.2ª, Valencia 4-XI-1940; notas de D. Vicente Moreno; AGP, sec A, leg 100-38, carp 1, exp 18.

[2] El Patronato de Enfermos de las Damas Apostólicas, del que era Capellán.

[3] Cuaderno II, nº 22, 7-IV-1930; la cursiva es mía. Pienso que la carta a la que alude es la de don Joaquín Ayala a San Josemaría Escrivá, Cuenca 5-IV-1930, que se conserva en AGP, sec E, carp 736, exp 12.

Joaquín María Ayala Astor (1878-1936), natural de Novelda (Alicante), se ordenó de presbítero en 1901. Canónigo doctoral de Cuenca desde 1911, ocupó varios cargos de responsabilidad en la diócesis. Conoció a San Josemaría en Madrid, en junio de 1927, en la Residencia sacerdotal de la calle Larra, comenzando entonces una amistad que duró hasta el final. Murió fusilado durante la persecución religiosa en agosto de 1936, en Cuenca.

El Doctoral de Cuenca le dice –aunque al principio de la carta parece negarlo– que el Obispo de Cuenca está dispuesto a considerar su incardinación en aquella diócesis.

San Josemaría pertenecía al clero diocesano de Zaragoza –allí estaba «incardinado»– y residía en Madrid gracias a un permiso temporal de su Arzobispo, por razones familiares y de estudio.

Pensaba en aquellos momentos que si se incardinaba en Cuenca –con una autorización de residencia estable en Madrid– podría dedicarse enteramente al Opus Dei, apenas naciente.

Sin embargo el asunto de la incardinación en Cuenca no siguió adelante y con el paso del tiempo quedó incardinado en Madrid. Sobre el tema, leer el estudio de Benito Badrinas, «Josemaría Escrivá de Balaguer, Sacerdote de la diócesis de Madrid», en Anuario de Historia de la Iglesia 8 (1999) 605-634.

[4] Cuaderno VIII, nº 1306; la cursiva es mía.

[5] Cuaderno VIII dpdo, nº 1557; la cursiva es mía.

[6] Álvaro del Portillo, De Madrid a Burgos pasando por Guadalajara, noviembre de 1938, pg 13; AGP, sec B-1, leg 50, carp 3; la cursiva es mía.

[7] Libro de la Vida, 18, 3; BAC 212, 8ª ed, 1986, pg 99.

[8] Ms/A fol 21r; MEC 5, 1996, pg 117.

[9] Ms/C fol 15r; MEC 5, 1996, pg 292.